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El chico de la hoguera

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Blurb

Las personas deberían de aprender a respetar las huellas esotéricas o huellas energéticas. Cuántos lugares abandonados, infestados de energía acumulada, y no precisamente de energía buena, los convierten en centros médicos, iglesias, hoteles, restaurantes, etc. Todo se resume a una palabra: “dinero”. Cuántos edificios, como, por ejemplo, hospitales en donde muchas personas murieron, y estas quedan deambulando, después de muertos por todo el lugar. Viene un empresario y compra el sitio, un hospital, y lo convierte en un centro de rehabilitación para drogadictos, alcohólicos, gente que sufre de ansiedad y ha intentado acabar con su vida, como yo. No hay mucha información sobre el hospital, ahora centro de rehabilitación, ya que no tuvo mucha fama en su época, pero no hay que saber mucho, ya que el lugar habla por sí solo. Pronto habrá testimonios por Internet y en los periódicos locales, sobre todas las situaciones paranormales que suceden aquí adentro. Una historia digna de fantasmas y entes bajos, muy negativos y espeluznantes.

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Capítulo 1
Llaman a la puerta, aunque está abierta. No quiero darme vuelta, ya sé que es él, quiere que me apure para no tener que lidiar más conmigo. Yo también quiero irme, estoy cansada de tener que ver su cara sintiendo pena por mí. He tenido que soportar un año entero de eso. —¿Necesitas ayuda para bajar las cajas? —me pregunta. Una pregunta normal con un tono de voz neutro. —No —respondo sin volverme para verlo. —Nos iremos al mediodía. Podemos pasar por unas hamburguesas o por otra cosa, lo que te provoque comer —dice, y su tono de voz cambia un poco. Lo dice como si de verdad quisiera complacerme en algo. Me doy vuelta y lo miro con irritación: —¿Para qué? ¿Cuál es el punto? No entiendo. No voy a la universidad, no es el almuerzo de despedida, además, no nos veremos en acción de gracias. Arruga la cara. Ha fingido que le duele, que le haya hablado así. —Sam. Es por tu bien, ya lo hablamos —responde con seriedad, pero manteniendo la voz calmada. Meto un par de libros que me faltan dentro de la última caja por cerrar. —No, lo hablaste tú. Pero, descuida, no haré algo que haga que me saques de aquí con una camisa de fuerza—respondo nuevamente mirándolo a los ojos. Me doy de nuevo la vuelta y cierro la caja, la agarro y salgo de la habitación. Sabía que no iba a decirme nada. Ya no importa si le grito, si le contesto mal. De hecho, nunca le ha importado nada de mí, todo fue una actuación. Se ha quitado antes de que lo tropezara al pasar a su lado. ************************************************************************* —Sam, espera, por favor —dice cuando hemos llegado y pretendo salir cuanto antes del carro. Solo me he quitado el cinturón de seguridad, tengo la mano encima de la manija de la puerta del auto. —Necesito que, por favor, me escuches con atención. Hija. Estarás aquí, porque quiero protegerte. Quiero que vivas. Eres mi única hija, y aunque tuviese más… Lo que quiero decir, es que, te amo. Este lugar no es una prisión. Aquí te van a ayudar. Podrás ir a la universidad, cuando te mejores, te lo prometo. No voy a discutir con él. Sus promesas no valen nada ya. Yo estaba yendo a sesión con un psiquiatra, ya que me estaban medicando, pero un día, él y su esposa, decidieron que lo mejor era meterme en un lugar como este y olvidarse para siempre de que existo. Los escuché una noche, estaban hablando de mí, de lo que realmente él piensa de mí. Soy un peso para ellos. —¿Algo más que quieras decirme? —pregunto con indiferencia. Me mira con tristeza y cansancio. «Está cansado de mí. Triste por perder su valioso tiempo conmigo» No entiendo para qué gastar dinero aquí, podría buscar algo más barato y dejarme botada. Me imagino que es remordimiento. Se lo debe a mamá. Suspira. —No, eso es todo. Vamos —responde. Cuando voy a abrir la puerta, veo a un hombre, está de pie, junto al carro; este me abre la puerta. —Bienvenida, Samantha. Permíteme, por favor, te ayudaré con tu mochila —dice el hombre que me ha abierto la puerta. «Ya se aprendieron mi nombre, eso ha sido rápido». El sujeto es joven, y estoy segura de que es un enfermero, o bueno, trabaja aquí. Le entrego la mochila, porque si no lo hago, mi papá se la dará de todas maneras, ya que, estoy segura de que van a revisar lo que he traído. Papá se acerca y le da la mano al hombre que tiene mis cosas. —Señor Gilford, encantado —dice, y le estrecha la mano a papá—. Soy Vincent, empleado del lugar. El director Davis lo espera adentro. —Gracias, Vincent —responde papá. No me he movido ni he dicho nada, ya que no quiero llamar la atención. Prefiero quedarme callada y ver lo que sucederá. El edificio parece por fuera una sencilla escuela secundaria. Entramos, y el tal Vincent, nos guía por un pasillo. Entramos a una habitación, y en efecto, me recuerda a mi antigua secundaria. Por la entrada hacia lo que vendría siendo una recepción, no hay puerta en la habitación en la que nos encontramos, es decir, en la recepción. Hay un escritorio y una mujer sentada en el mismo. La típica secretaria. —Buenas tardes, el director Davis, lo está esperando en su oficina. Por favor, pasen adelante, no hace falta llamar a la puerta —dice la secretaria dirigiéndose a papá. —Gracias —responde él, y luego, observo como le da las llaves de su carro a Vincent. Papá se acerca hacia mí y cuando veo que va a ponerme la mano encima de la espalda para que me ponga en marcha, me quito. Suspira, y abre la puerta de la oficina. Entro detrás de él. —Buenas tardes —saluda papá. —Señor Gilford. Buenas tardes, por favor, pasen adelante. Bienvenidos —dice el cincuentón, poniéndose de pie. «Así que, este es el director de lugar». Le estrecha la mano a papá y luego me mira. —Samantha, qué gusto verte —dice, y sonríe. Yo solo lo miro. El director no se inmuta por mi reacción y sigue sonriendo ampliamente. Nos pide tomar asiento. Es un hombre delgado, con el cabello un poco gris, y es de la misma estatura que papá. Nos sentamos enfrente de su gran escritorio de caoba. Lo sé, sé que es de caoba, porque mamá tenía uno antiguo, en su estudio, en casa. —Bueno, señor Gilford. Me alegro de que llegara sin perderse. Como verá, el centro queda apartado de casi todo, porque buscamos que nuestros huéspedes…—«¿Huéspedes? ¿Qué se fumó? Somos pacientes, no estamos en un hotel». Sigue hablando pero no le presté atención a una parte de lo que ha dicho—… para mí, es muy grato tener que decir, que es nuestro deber, aquí en Mar y Tierra, hacer que todos los jóvenes se recuperen, que salgan rehabilitados para que puedan vivir sus vidas plenamente, como debe ser. —Cómo el lema del escudo —intervengo. —Exactamente, Samantha. Nuestro centro de rehabilitación se llama así en honor al escudo de nuestra querida ciudad de Vancouver. El lema del escudo es: Por mar, tierra y aire prosperamos. Decidimos tomar la palabra: Mar y Tierra—me responde con alegría. —Director Davis —dice papá, y este centra su atención en él—. Con respecto a lo apartado que están, eso me preocupa. —Dígame, ¿por qué le preocupa? —responde el director, muy amable, desde el comienzo de la conversación lo ha sido. Solo que no se ve genuino. —En caso de una emergencia. Quiero saber, por favor, ¿qué tan lejos queda el hospital más cercano? —El hospital más cercano, este queda a cinco minutos de aquí, yendo en carro, pero no tiene nada de que preocuparse, señor Gilford. Le puedo asegurar que en estos quince años que tenemos activos, trabajando con dedicación, hemos tenido todo bajo control. No solo estamos cerca el hospital. Nosotros contamos con médicos capacitados; distintos especialistas, enfermeras, paramédicos. Estamos bien abastecidos de insumos médicos y por supuesto de medicamentos. Todo el tiempo nos abastecemos. Me gustaría responder a cada una de sus preguntas, pero para eso, necesito que la jovencita nos espere afuera. Por favor, Samantha —le responde, y sus ojos ahora están encima de los míos. Me mira con paciencia. Frunzo el ceño. Giro mi cabeza, papá está esperando por mí. Suspiro. «¿Cuál es el misterio? ¿Qué podría hacer yo, sabiendo lo que sea que le dirá el director a papá?». Me levanto y me voy. Cierro la puerta al salir, y veo a Vincent, me sonríe. «Aquí todos sonríen con aparente amabilidad». —¿Me estabas esperando? —le pregunto. —Sí, tengo órdenes de llevarte a tu habitación, para que la conozcas antes de despedirte de tu papá. —¿Un tour? —digo.

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