Uno
Everleigh estaba cansada. Y no era un agotamiento físico por la jornada laboral, no. Era un cansancio mental, físico y psicológico, y era tan fuerte que muchas veces pensó en sencillamente desistir de todo.
Su antigua supervisora no hizo más que arraigar la inseguridad en su mente y anteponer la palabra "no puedo" a todo. No tenía mucho tiempo en la empresa, claro está, pero a en esos días que pasaron pensó que la mejor solución a todo era renunciar.
Necesitaba el empleo, sin duda. Vivía con su gato, y las cosas no se iban a comprar por arte de magia, y tampoco podia seguir dependiendo de su papá, quien vivía cerca de ella, pero no convivían mucho que digamos.
Le había costado conseguir empleo durante todo el año, y ahora que estaba allí, se encontraba tan decepcionada de si misma, que quería era pegarse repetidamente contra la pared por su inutilidad.
“Es que esa chica no sirve. ¿Por qué no la han botado aún?”.
El recuerdo apareció en su mente mientras caminaba por la calle, sus pasos eran pausados, su postura desgarbada, la mueca triste en su rostro no hacía más que gritar ”¡Me quiero morir, estoy deprimida!".
Un carro le tocó corneta, pero aún así ella no prestó atención en lo absoluto.
¿Era mejor renunciar antes que la despidieran? No quería pasar por semejante vergüenza, ya de por sí tenía pena porque media empresa sabía que vivía con la presión arterial por el piso.
—Me van a despedir, Dios mío. ¿Ahora que haré? —se pregunto así misma mientras cruzaba las calles sin fijarse muy bien en los carros, en las personas, en las motos. Revisó la hora justo cuando pisó la acera y se dio cuenta que llegaría tarde —. Encima llegaré a la hora, no podré lavar mi taza de café ni llenar mi envase —se quejó.
Everleigh era todo negatividad y pesimismo. Había crecido en un ambiente dónde sus emociones no eran validadas en ningún momento y dónde siempre se le exigía destacar aunque no funcionase con algo. El control que ejercía mamá sobre ella la llevó a ser alguien demasiado insegura para ser una adulta, y pensar que no lograría nada, absolutamente nada.
Y escuchar los cuchicheos de sus compañeros decir que no servía para eso porque era débil, ocasionó que una gran abertura apareciese en su pecho.
"¡No sirvo para esto!"
"De seguro estaré ocho meses más sin empleo"
"No sirvo ni para vivir"
Los vigilantes de planta baja la saludaron con ánimo, y aunque ella intentó devolver el saludo con el mismo ánimo, no lo logró.
Everleigh sabía que en la vida había altos y bajos, que no todo salía como se esperaba, que la mayoría de las cosas se salían de las manos y que también era válido. Pero sencillamente no podía entender como es que no había avanzado ni un poco en absolutamente nada. ¿Era por el egocentrismo y exclusión de sus compañeros? Quizás era un motivo.
¿O la realidad era que no servía para eso?
¡Si le gustaba el empleo! ¿Cómo era que no había hecho absolutamente nada?
"Renunciaré. No queda de otra"
Se subió al ascensor, sin mirar si había alguien, y siguió pensando, una y otra vez, hundiéndose más y más.
Escuchó un sonido, era muy bajo, pero ahí estaba. Alzó la vista y se encontró con la mirada intimidante de uno de los supervisores de la empresa. Por inercia, se pegó aún más a las paredes metálicas del ascensor, como si eso fuese a calmar su ansiedad.
"De seguro mi supervisora le contó en el almuerzo lo mal trabajadora que soy"
Él siguió mirándola con curiosidad. Ella tenía algo, pero no sabía el que. La había visto en un par de ocasiones y se dio cuenta que ni se escuchaba.
¿Cómo era tan seria y poco habladora si todo el grupo era escandaloso y habladores? Le sorprendió que no estuviese contaminada.
Everleigh fijó la mirada en un punto muerto del ascensor, justo cuando las luces parpadearon y todo se oscureció.
No supo que fue lo que ocurrió, solo recuerda el sonido estridente de la alarma de emergencia, el ascensor deteniéndose, y su corazón saltándose un latido, antes de entrar en colapso y caer.