CAPÍTULO 1: Día de familia.

6051 Words
Nuestro día a día es un poco complicado. Yo comparto habitación con Alejandro y Cole. Duermo con Cole y no con Harry o Zach, que tienen una edad más parecida a la mía, porque cuando llegaron los gemelos, aún había espacio para que tuvieran su propio cuarto. Luego, cuando llegaron los demás, fue imposible separarles y en nuestra habitación solo cabía uno más. Y como Cole siempre ha estado muy unido a mí, se vino con Alejandro y conmigo. Generalmente, dormir con el enano no es un problema. A veces tiene pesadillas, y se baja de la litera para venirse a mi cama, pero eso no me molesta. Tengo más problemas con Alejandro, porque el jodido ronca, y mucho. Y yo odio dormir con tapones. Así que un día de estos le meteré un calcetín en la boca, usado preferiblemente, para tener una noche en paz. Aidan viene a despertarnos todos los días, tanto si hay colegio como si no, porque necesitamos algo de organización. A diario nos levanta bastante temprano, y generalmente con un espacio de unos minutos entre despertar a unos y a otros, para no tener discusiones por el baño, ya que solo tenemos dos, más un aseo en el piso de abajo. Los fines de semana nos levantamos en torno a las diez y hay turnos para el baño programados en función de la edad. Pero no todos los sábados son iguales. Cuando Aidan no tiene que escribir, porque va bien de tiempo o acaba de entregar un capítulo a la editorial, los sábados son "día de familia". Y ya sé que puede sonar algo aburrido pasar el sábado entero con tu familia, pero a mí me gustaba. Aidan realmente se lo montaba bien. Normalmente, nadie sabía lo que haríamos hasta el mismo sábado por la mañana. La sorpresa era parte del asunto. Ese sábado en concreto yo estaba despierto cuando Aidan entró a nuestro cuarto. Me preocupé un poco porque le vi serio y cansado. Él solo está serio cuando alguien está metido en líos, o cuando ocurre algo que tenga que ver con el Innombrable -entiéndase, Andrew-. Intenté estar tranquilo, porque no recordaba haber hecho nada malo, así que no tenía por qué estar enfadado conmigo. - Hola – saludé, en un susurro, desde mi cama. Yo dormía en una cama normal a la izquierda. Alejandro y Cole en una litera, a la derecha. Cole dormía en la de arriba. No había mucho espacio y, cuando los tres estábamos levantados, nos estorbábamos. - Hola, Ted – respondió, también en voz baja. Pensé que iría a la litera, a despertar al enano y al roncador, pero se dirigió a mi cama y se sentó en el borde. Yo le hice hueco, lleno de curiosidad. Algo no iba bien. Lo suyo hubiera sido que entrara sonriendo, haciendo ruido, y anunciando lo que haríamos ese fin de semana. Me senté en la cama junto a él, y le miré. - ¿Pasa algo, papá? Para mí no era raro llamarle "papá". Era el único padre que conocía. Sabía que biológicamente era mi hermano, y en asuntos legales era "mi tutor", porque la ley no permite que sea mi padre adoptivo siendo hijos del mismo padre. Pero para mí era "papá", y no tenía ni que pensarlo. De todas formas, de mis hermanos yo era el que más a menudo le llamaba "Aidan" en vez de papá, dependiendo de la situación. No estaba seguro de si a él le molestaba que en ocasiones utilizara su nombre, porque ya se había acostumbrado a ser nuestro padre más que nuestro hermano. - Kurt y Hannah están enfermos. Han devuelto por la noche. Eso explicaba por qué Aidan tenía cara de zombie. Debía de haberse pasado la noche en vela, cuidando de ellos. Lo había hecho con bastante discreción , porque yo ni me había enterado. Le observé con atención. De haber sido algo grave, Aidan no estaría ahí hablando conmigo, sino que me hubiera despertado de madrugada para dejarme a cargo de la casa mientras él iba al hospital. Así que debía de tratarse de un cólico o una gastroenteritis molesta pero inofensiva. Aun así, si me lo estaba contando a mí es porque quería que yo hiciera algo, así que intenté pensar qué era. - ¿Quieres que me encargue de los demás mientras tú estás con ellos? – le pregunté. - No. Quiero que te quedes con ellos mientras llevo a tus hermanos al centro comercial. - ¿Qué? – escupí olvidándome de susurrar. Tenía que haber oído mal. Aidan no podía estar diciéndome de verdad que me quedara en casa mientras todos se iban por ahí sin mí. - Escucha, tus hermanos necesitan ropa. Había pensado ir a comprar, comer fuera y luego ir al cine, pero iremos solo a las tiendas. Volveré lo antes que pueda, de verdad, pero Cole no puede seguir usando la ropa de Harry, y los gemelos se están quedando sin zapatos. Necesito que alguien se quede con tus hermanos mientras tanto. De todas formas, tú odias ir de compras. - Pero el cine me encanta – protesté. - Nadie va a ir al cine, ya te lo dije. Solo a comprar y a volver corriendo. No creas que me gusta dejar a los peques solos estando malos, pero sé que tú les cuidarás bien, y que puedo estar tranquilo. Ah, no. Esa era una táctica muy sucia. Lo del "confío en ti, sé que lo harás bien" para complacerme y que aceptara sin rechistar. No iba a ser tan fácil. - Necesitas los dos coches para ir con todos – argumenté. Aidan conducía un coche de nueve plazas, y yo uno normal, de cinco, que me había regalado el año pasado cuando me saqué el carnet. Con los dos nos sobraba para todos, pero solo con el de Aidan faltaban plazas. Me sentí orgulloso por acordarme en ese momento, seguro de que él no había pensado en ese detalle... - Te fallan las matemáticas, Ted. Somos doce. Sin vosotros tres, seremos nueve. Cabemos en mi coche. Ese es otro de los motivos por los que es mejor que te quedes. Yo abrí y cerré la boca como un pez, molesto porque mi estrategia se hubiera vuelto contra mí. - Papá, por favor... - Ted, por favor... - replicó él, imitando mi tono de voz. - No te burles. Me parece increíble que quieras dejarme al margen. Llevaba toda la semana esperando a que llegara el sábado. Papá no podía cambiar mi día perfecto con mi familia por una mañana solitaria en casa. Odiaba estar solo y si los peques estaban enfermos se pasarían la mañana durmiendo, así que eso significaba soledad.  - No te dejo al margen. Todo lo contrario: estoy confiando en ti para cuidar de tus hermanos pequeños. Solo puedo irme sabiendo que estarán contigo. - ¿Y no puedes dejar las compras para otro día? - Algunas sí. Otras no, porque Harry rompió su último par de deportivas en el partido de ayer. - ¿Y no puedes llamar a alguien que se quede con los enanos? ¿Una niñera? - No voy a dejar a tus hermanitos enfermos con una desconocida, Ted. Además: una niñera avisada con minutos de antelación en un sábado. Suponiendo que encuentre alguna, ¿sabes por cuánto dinero me saldría? - Rácano – musité, y supe que estaba yendo demasiado lejos. Aidan tenía paciencia, pero había cosas que no iba a permitir y sus ojos me indicaron que estaba cerca de ese límite. Suspiré. – Papá... - Ted. No te pediría esto de haber otra solución. No es culpa mía que las cosas hayan salido mal. Yo pretendía pasar un día que todos disfrutarais: Bárbara y Madie disfrutarían de las tiendas, y todos pasaríamos un buen rato viendo una peli. Pero no ha podido ser. Tus hermanos son pequeños para quedarse solos y además están malos, así que necesitan que alguien les... - ¡Encima a hacer de enfermera! – bufé. Una parte de mí sabía que estaba siendo un poco idiota. Eran mis hermanos pequeños y en realidad estar con ellos no era algo que me disgustara. Lo que me enfurecía era la idea de quedarme en casa mientras ellos se marchaban. A veces odiaba tanto ser el mayor... - Suficiente – espetó Aidan. Lo había conseguido: había acabado con su paciencia. – Solo venía a informarte, no a discutir contigo. Cuidarás de tus hermanos y es el fin de la conversación. Él no solía hablar tan tajantemente, así que tendría que haber entendido que realmente yo era su única opción. Y aunque una parte de mí lo entendió, seguía molesto por tener que quedarme, así que seguí protestando: - Y así lo solucionas todo... Menuda capacidad de diálogo. "Obedece y calla". El tiempo en el que los negros obedecían a los blancos sin rechistar ya pasó, ¿sabes? - le solté. Creo que era la primera vez que jugaba la carta del r*****o. No me solía gustar hacer referencia al hecho de que yo era n***o, y papá blanco. Quería parecerme a él todo lo posible... Aquella vez, sin embargo, le solté aquello porque me enfadó la forma en la que me había hablado. Aidan se acercó a mí tanto que me hizo retroceder. Evidentemente, no se había dejado manipular. Pensé que me iba a pegar, pero en lugar de eso me susurró: - Aún no eres demasiado mayor para acabar sobre mis rodillas. Ese es uno de los inconvenientes de que tu hermano mayor sea como tu padre. No te pega un puñetazo cuando le has tocado mucho las narices, sino que te pone en sus rodillas y te da unos azotes. La experiencia me decía que Aidan era perfectamente capaz de hacerlo, así que decidí dejar de discutir, pero me metí de nuevo en la cama y le di la espalda, enfadado porque siempre fuera él quien tuviera la última palabra. Pensé que él también me ignoraría para despertar a mis hermanos, pero en vez de eso sentí una especie de abrazo, y un beso en la mejilla. Me lo limpié enseguida, aunque secretamente me gustaba que fuera cariñoso conmigo. - Puaj, pero qué besucón eres - me quejé, por más que otras veces fuera yo quien buscara sus besos. - Y tú qué cascarrabias – me respondió, y ahí estaba, su sonrisa de un millón de dólares. Yo seguía enfadado pero me alegraba saber que él no. Remoloneé un rato más en la cama, mientras espabilaba a mis compañeros de habitación, que podrían dormir incluso durante un terremoto. Supe que lo que había hecho que Aidan estuviera serio era la preocupación por mi reacción, porque en ese momento parecía el de siempre, aplastando a Alejandro para que se levantara. - ¡Vamos, dormilón! ¡Arriba, arriba, arriba! Puntualizó cada "arriba" con un pequeño salto sobre su estómago. Aidan era la única persona del mundo que podía hacer eso sin hacerte daño. Era una técnica que yo estaba intentando aprender, sin éxito. A Cole directamente le bajó de la cama, y se le puso a hombros. En ese momento dejé de hacerme el enfadado, sin poder evitar preocuparme. - Te harás daño, Aidan – le dije. Aidan tenía la manía de olvidar que él también crecía, o más bien, envejecía. Me daba miedo que un día, haciendo el burro con nosotros, su espalda hiciera "c***k". - ¡No! ¡Papá es fuerte! – dijo Cole, encantado con su nueva altura. Aidan sonrió con orgullo, y yo rodé los ojos. A veces creo que era tan buen padre/hermano/lo que fuera porque en el fondo él también era un niño. Alejandro se puso las zapatillas con los ojos aún medio cerrados, pero de pronto me miró, y se despejó, con una mirada astuta. Yo le adiviné el pensamiento y salí corriendo, para llegar al baño antes que él. Llegamos a la puerta casi a la vez y comenzamos a empujarnos. - Chicoooos – dijo Aidan, saliendo de nuestro cuarto con Cole aún encima. - ¡Es mi turno! – protesté. - ¡Hoy me toca a mí primero! - Ted, tú no tienes prisa. Deja que tu hermano entre y se arregle, que nosotros nos tenemos que ir. - ¡Pero me estoy meando! - Mala suerte – dijo Alejandro, riendo, y aprovechó la distracción para entrar y cerrar la puerta. Gruñí, y di un golpe a la madera. Siempre me hacía lo mismo. Me giré hacia Aidan y le miré con enfado: - Si me hago pis encima será tu culpa. - Si te haces pis encima le diré a Kurt que te enseñe a retener líquidos. A él le está funcionado bastante bien. Lleva meses sin tener ningún accidente. Le lancé una mirada envenenada. - Me voy al otro baño. - ¡Tarde! – gritó la voz de Madie. Una vez entraba al servicio, uno podía estar seguro que no iba a soltar a su presa. Siempre tardaba una eternidad. Menos mal que Aidan no la dejaba maquillarse todavía. En cualquier caso, quisiera o no, era su turno, y su baño. Mi baño era el otro, y me lo acababan de quitar. Grr. Lo di como causa perdida y fui a vestirme. A saber cuándo podría entrar al servicio, porque pude oír cómo Aidan entraba en el resto de habitaciones y eso significaba que iba a haber una estampida en los próximos minutos. Me estaba atando los zapatos cuando escuché unos pasitos ligeros que precedieron al bebé de la casa. Alice apareció ante mí abrazando uno de sus peluches y lloriqueando. - ¿Qué tienes, princesa? – pregunté tomándola en brazos y sentándola encima de mí. - Papá dice que no vienes con nosotros. - No, Alice. Hoy no iré. - ¡Pues yo tampoco! – afirmó, con rotundidad. Yo sonreí, complacido de ser tan importante para ella, pero sabía que no podía ser. - No, mejor ve, y convence a papá de que me compre algo chulo, ¿vale? - ¿Un regalo? - Eso. - ¡Vale! – exclamó, encantada con su nueva misión. Qué fácil era hacer que cambiara de opinión. La cogí en brazos y bajé con ella al comedor. - ¿Te toca poner la mesa? – pregunté, sabiendo que sí, y ella asintió. Solía necesitar que se lo recordaran. Con mi ayuda, colocó las servilletas. Los vasos le tocaban a Kurt, pero deduje que si estaba malo no iba a bajar, así que los puse yo. Cada cosa tenía su encargado. Era la única manera de que funcionara una familia con tanta gente. Cuando todo el mundo hubo bajado, yo me escabullí para ir al baño (¡por fin!) y después hice una visita al cuarto de Kurt. Encontré que Hannah estaba ahí, y al oírme dio un respingo. Luego vio que era yo y se relajó. - Me has asustado. Pensé que eras papá. - ¿Y qué si fuera él? - No me deja salir de la cama – protestó Hannah. - Pues entonces, no deberías haber salido... - Deja que se quede, Ted – pidió Kurt. – Me aburro muchooo. - Bueno – accedí. – Pero te tienes que tumbar aquí – dije y fui a la cama de al lado, la de Dylan, y la abrí.  Ella se metió en la cama y dejó que la arropara. - ¿Cómo os encontráis? - Me duele la tripita – dijeron a la vez, y en el mismo tono quejoso. - ¿Tenéis hambre? - No. - ¡Yo sí! – dijo Kurt. Él siempre tenía hambre. - Le diré a papá a ver si puedes comer algo. Precisamente en ese momento vino Aidan, que traía una bandeja con manzanilla. Fue verla y que los dos niños se escondieran bajo la manta. Odiaban esa infusión. Aidan iba a tener suerte si conseguía que se la bebieran. - Vaya, cuánta gente. Tenemos una intrusa en el cuarto – comentó, mientras dejaba la bandeja en la mesita. - Papi, deja que me quede – pidió Hannah, poniendo una carita angelical que no pegaba nada con su mente traviesa. - Si te tomas la manzanilla – respondió Aidan, y Hannah puso una mueca de desagrado. Miré a papá como para infundirle ánimos, porque le esperaba una misión imposible. Me quedé un rato viendo como les hablaba para distraerles y les hacía dar un sorbito casi sin que se dieran cuenta. - Ted, baja a desayunar, y de paso vigila a tus hermanos, por favor – me dijo cuando me sonaron las tripas. Alejandro me agradeció profundamente que bajara, porque en casa en ausencia del mayor es el siguiente el encargado de que todo funcione y había sido él el responsable de que todos desayunaran. El papel de hermano mayor lo ocupaba yo, puesto que Aidan ocupaba el de padre, y Alejandro solía tener una posición cómoda de "no-niño" y "no-responsable". No le gustaba cuando yo me ausentaba, y eso cambiaba. Tras el caos del desayuno, vestir al que no estaba vestido, y recoger los vasos, platos, y cubiertos, estuvieron listos para irse. Aidan empezó con las recomendaciones de rigor, y yo aguanté como un campeón, intentando que no se me notara lo mucho que me exasperaba. - Lo mejor sería que no salieran de la habitación – me dijo, mientras peinaba a Alice. – Pero, si salen, que no vayan a la cocina bajo ningún concepto. No me gusta que estén solos allí. Pueden ver la televisión, pero vigila que sea un programa adecuado para ellos. No abras la puerta a nadie y... - ... no hables con desconocidos. Sí, sí. No es la primera vez que me dejas solo con los enanos, papá. - Pero si es la primera vez que te quedas con ellos estando enfermos. No te confíes. Ya sabes cómo son. En cuanto se encuentren mejor empezarán a hacer de las suyas, por eso no puedes quitarles un ojo de encima. - Descuida. - Si por lo que sea se encuentran peor, o pasa algo, me llamas inmediatamente. - Vale. - Y si se aburren... - ...les cuento un cuento, les canto una nana o contrato un mago. ¿Quieres dejarlo ya? No va a pasar nada. Aidan suspiró, y luego forzó una sonrisa. - Tienes razón. Ya me callo. Pasadlo bien, Ted. - Uy, sí, esto va a ser el país de la diversión – dije con sarcasmo. No estaba del mejor de los humores esa mañana. No sé por qué papá estaba aguantando tanto, yo no solía ser tan gruñón y seguro que esa actitud le exasperaba.  - Teeed, no empieces, anda. - Solo soy sincero. Aidan volvió a suspirar, y me dio como causa perdida. Me sentí algo mal por quejarme, pero peor tenía que sentirse él por abandonarme, hum. Minutos después todos se iban, y la casa quedaba anómalamente silenciosa. Fui a ver a los enanos y estuve con ellos un rato, hasta que noté que se estaban durmiendo. Si habían pasado la noche devolviendo debían de tener sueño, así que les dejé descansar. Paseé por la casa. Hice zapping en la TV, jugué un rato a la videoconsola... Pero no me acostumbraba al silencio. Cuando vives con tanta gente, niños sobre todo, el ruido forma parte de tu vida. No me gustaba estar dentro de casa cuando no había nadie. Además, cuando tenía un tiempo para estar solo, me gustaba poner música a todo volumen... pero no podía hacer eso sin despertar a mis hermanos. Subí a echarles un vistazo y vi que seguían durmiendo. Definitivamente, estaba muy aburrido y sin ideas para dejar de estarlo. Fui a la nevera, pensando que al menos podía coger un refresco y palomitas y ver una peli hasta que llegaran los demás. Pero la nevera estaba casi vacía, y no había palomitas ni ninguna otra guarrería apta para acompañar una buena película. Hasta eso me salía mal. Cerré el frigorífico de un portazo y luego pensé que aquello no era justo. ¿Por qué tenía que quedarme en casa? Estaba acostumbrado a pasar los sábados por la mañana en familia, entre gritos de "yo primero", "quita" y "ahí estaba yo". De haberlo pensado mejor, se me hubieran ocurrido un montón de cosas que hacer teniendo toda la casa para mí, pero en ese momento no se me ocurría otra cosa aparte de la peli. Así que decidí salir un momento a la tienda de la esquina, a por patatas y coca-cola. Iba a ser ir y volver, no iba a tardar, y los peques estaban durmiendo tranquilamente. Me convencí de que no iba a pasar nada. Había una cola del demonio. Debí de ausentarme unos diez o quince minutos, y cuando regresé, un huracán había pasado por la cocina. Me llevé las manos a la cabeza al ver la cafetera en el suelo, y todo el café derramado. Vi el horno abierto, y la nevera también. Me di prisa en cerrar ambas cosas, y me puse a recoger el estropicio. Luego, subí al cuarto de Kurt. Los niños estaban en la cama, con los ojos cerrados. - Sé que estáis despiertos, así que menos cuento. ¿Se puede saber qué ha pasado en la cocina? Me miraron arrepentidos, pero antes de poder decir nada escuchamos la puerta principal. Habían vuelto. - A papá ni una palabra, ¿estamos? Los dos asintieron. Bajé a recibirles, algo nervioso. Aidan era un poco paranoico con eso de "los niños en la cocina, no". Y no le iba a gustar saber que me había ido, aunque fuera un momento, dejándolos solos. Así que era mejor que no se enterara. Podía comerme una bronca yo, pero no soportaría que mis hermanitos se metieran en problemas por mi culpa.  No estaba demasiado acostumbrado a mentir o a ocultarle cosas, así que creo que me puse pálido, o todo lo pálido que yo me puedo poner. - ¡Hola, Ted! Ya hemos vuelto. ¿Qué tal están los peques? ¿Se encuentran mejor? - Sí, creo que sí. - Me alegro. ¿Qué tal todo por aquí? ¿Muy aburrido? - Un poco... Aidan debió de notar que estaba raro, porque frunció el ceño. - ¿Ha pasado algo? - N-no. - ¿Seguro? - Sí, papá. ¿Qué tal vosotros? ¿Habéis comprado todo? - Y más. De hecho... ¿me ayudas con las bolsas? También tengo algo para ti. Forcé una sonrisa y le ayudé a meter la compra dentro de casa. En esto Kurt y Hannah bajaron las escaleras, y se acercaron a Aidan mirando al suelo. - ¡Ey! ¿Cómo estáis? Ellos no respondieron, y alzaron la mirada para enseñar sus ojos llenitos de lágrimas. Me di por muerto en ese mismo momento. - ¿Qué pasa, chicos? ¿Os duele la tripa? – preguntó Aidan, al verles tan tristes. Ellos negaron con la cabeza y se lanzaron a abrazarle los dos a la vez. - Lo sentimos, papá. - ¿Qué sentís? – les dijo, agachándose junto a ellos. Yo intenté desaparecer discretamente, pero Aidan debió de notarlo, porque me miró y preguntó: - ¿Por qué te vas? ¿Qué es lo que ha pasado, Theodore? Theodore. Oficialmente, estaba muerto. - Él no ha sido, papá – dijo Kurt, saliendo en mi defensa. - Entonces, ¿quién ha sido Kurt? ¿Y qué ha pasado? - Hannah y yo hemos estado jugando en la cocina... pero se me cayó la olla del café. - ¿La cafetera? - Eso. - ¿Habéis tocado los cuchillos? - No. - ¿La vitrocerámica? - No. - Pero el horno sí – apuntó Hannah, muy bajito. Aidan suspiró. Tal vez tuviera salvación: los enanos no habían tocado las cosas "realmente peligrosas" de la cocina. Luego me fijé en que nos habíamos quedado solos los cuatro y mi optimismo se esfumó, como si la presencia de mis hermanos me hubiera protegido. Papá tomó a Hannah de un brazo, y le dio un azote. Fue flojo, pero la enana se encogió y puso un puchero, mirándole con sus ojitos grises medio temblorosos. Luego papá agarró a Kurt de la muñeca, y el enano se abrazó a él para que no le pegara. Aidan le separó un poquito y le dio un azote, pero luego le volvió a abrazar, y a Hannah también. - Si no está papá no se entra en la cocina. ¿Lo sabéis o no? - Sí. - En la cocina no se juega. ¿También lo sabéis? - Sí – dijeron a la vez, y Kurt se tapó el trasero. Aidan le quitó las manos con suavidad. - No te tapes. No te voy a pegar más porque me has dicho la verdad. Eso está muy bien, cariño, pero lo que tenéis que hacer es obedecerme desde el principio. O, si yo no estoy, tenéis que obedecer a quien deje para cuidaros, que en este caso era Ted. - Pero él tampoco estaba, papi – dijo Hannah, y la verdad no sé si lo hizo con inocencia o con ganas de justificarse, pero a mí me condenó igual. Aidan desvió la mirada hacia mí un segundo, y yo fui pensando en un buen epitafio, y en un discurso para que leyeran en mi funeral. Cabizbajo, me fui a mi habitación. - Aidan's POV - Kurt no quería soltarme, y yo no le forcé. En verdad me parecía que le había dado una palmadita muy floja pero creo que no era tanto porque le hubiera dolido como por el hecho de que le había castigado. Hannah jugueteaba con la manga de mi camisa, tristona también. Le di un beso a cada uno. Me sentí un poco culpable, por castigarles estando enfermos, pero sabía que no había sido un gran castigo. Además, parecían encontrarse mucho mejor, tal como yo suponía que iba a pasar, y por eso le había advertido a Ted que les vigilara... ...Ted. Me había mirado como si estuviera esperando que sacara una pistola, o algo. ¿Me tenía miedo? Nunca he querido que mis hermanos me teman. Que me respeten, sí. Que me obedezcan, también. Pero no que me teman. Sé que a veces soy un poco estricto, pero es la única forma de que este caos funcione. No me consideraba un ogro. No quería serlo. Para mí era muy difícil, porque era su hermano. Se suponía que debía ser su amigo, su compañero de travesuras, o al menos su confidente. Pero en vez de eso era un padre. No podía permitirme ser su amigo si quería llevar a cabo la tarea de educarles. La diferencia de edad ayudaba bastante. - Bueno, bueno, ya – dije, a las dos pequeñas lapas que se acurrucaban junto a mí. – Fuera esas caras. Quiero ver una sonrisa, o sacaré al monstruo de las cosquillas. - ¡No! – dijo Kurt, pero pude ver en su carita que en realidad estaba pensando lo contrario, deseando que cumpliera mi amenaza, así que me pasé la manga por encima de la mano, agravé la voz, y comencé con el teatro. - Soy el monstruo de las cosquillas – dije con voz de gigante, mientras movía la mano. – Y vengo a comerme a todos los niños que no se rían. Empecé a hacerles cosquillas, mientras ellos reían y se retorcían. La tontería se me ocurrió años atrás, y a ellos les encantaba. Yo intentaba no pensar demasiado en lo ridículo que parecía haciendo esas cosas, y me concentré en que ya no estaban tristes. Empezaron a huir de mí, riendo mucho, y yo les perseguí un rato, para después dejar que se alejaran. Luego fui a la cocina, a observar el desastre, pero vi que todo estaba impecable. Ted debía de haberlo recogido. Eso era lo que me molestaba, en realidad. Que hubiera intentado ocultármelo. Alimentaba la idea de que me tenía miedo. Subí al piso de arriba, y entré en la habitación de Ted. Alejandro y Cole estaban allí y yo no quería testigos, así que les pedí que nos dejaran a solas. Cuando lo hicieron, Ted me miró de una forma muy parecida a como lo había hecho antes Kurt. Me senté a su lado en la cama sin decir nada, y entonces él se levantó, e intentó tumbarse en mi regazo, pero yo le frené. - Eh, eh. No tan rápido, vaquero. ¿Desde cuándo esto ha funcionado así? Debe de hacer mucho que no te metes en problemas, ¿no? Y ya lo has olvidado – dije con toda la intención del mundo. Sabía cuánto hacía perfectamente, pero quería que me lo dijera él. - Seis meses. - Caray, seis meses. Eso es mucho tiempo limpio. ¿Recuerdas por qué fue la última vez? Ted se avergonzó un poco, y miró al suelo a la hora de responderme. - Rompí mi toque de queda, ignoré tus llamadas, y te llamé soplapollas - murmuró, en voz baja. Eso era algo que me gustaba mucho de él: no tenía problema en reconocer lo que había hecho mal en el pasado. No era orgulloso ni sentía la necesidad de camuflar sus errores y fingir que no habían ocurrido. - ¿Y qué hice entonces? Ted gimió. Sabía lo que estaba pensando. Tenía que ser algo así como "¿sientes algún placer especial al obligarme a decirlo?". Pero yo tenía mis motivos, así que seguí esperando pacientemente la respuesta, aguardando a que se decidiera a hablar. - Me... me pegaste.  - Vaya. ¿Te golpeé? - pregunté, en un tono falso de escándalo. - No, claro que no... Me diste unos azotes. Decir aquello le costó bastante más, porque siempre intentaba evitar esa palabra, como si el no decirla fuera a cambiar algo. A mí tampoco me gustaba, y aunque intentara tratar el tema con naturalidad, podía entender su incomodidad. - Y, si te di unos azotes por eso, que estarás de acuerdo conmigo en que fue una gran cagada, ¿qué te ha llevado a pensar que te daré unos azotes por esto, que es una tontería en comparación? - Porque te he mentido – me dijo, tan bajo que me costó oírlo. – Me has preguntado si todo iba bien y te he dicho que sí, y no tenía intención de contártelo. - ¿Y por qué no tenías intención de contármelo? – seguí preguntando, con voz tranquila. - Porque sabía que te enfadarías. No quería que regañaras a los enanos, aunque sabía que la peor bronca me la iba a comer yo. - ¿Por qué? – insistí. No solía tener que hacer tantas preguntas al hablar con Ted, pero era el precio que tenía que pagar por haberle hecho sentir vergüenza. Estaba un poco cohibido. - Me dejaste a cargo de ellos, y yo salí. Les dejé solos, y ellos fueron a la cocina, a donde tú no querías que entraran. Si yo no me hubiera ido, ellos no habrían entrado, o al menos yo habría intentado impedírselo, y entonces ya no hubiera sido culpa mía. Pero no estaba, y bajaron, y podía haber pasado algo mucho peor que una cafetera derramada. - ¿A dónde fuiste? – seguí preguntando, tomando nota de que Ted era bastante consciente de dónde estaba el problema. Él no tenía culpa de lo que habían hecho sus hermanos, sino de no estar ahí para tratar de impedirlo, y de salir cuando no debía hacerlo. - A la tienda de la esquina. A comprar patatas y coca-cola. Me aburría. Me parecía un motivo comprensible, aunque insuficiente. No había ido a comprar nada vital o imprescindible. Se aburría, y decidió salir, pensando seguramente en que no pasaría nada por ir a la tienda de al lado. Ese fue su error: con dos huracanes como Kurt y Hannah, uno no puede pensar que no pasaría nada por irse unos minutos. Por eso le pedí que además de cuidarles, les vigilara. - Así que, ¿qué crees que voy a hacer ahora? - Me vas a castigar – respondió, en tono miserable. - ¿Por qué? - Porque te he mentido y desobedecido, y a los peques podía haberles pasado algo. - Tienes razón en las dos cosas – le dije, y le oí resoplar. Estoy seguro de que hubiera deseado no tener razón. – Ahora ya puedes levantarte. Sabes que nunca te castigo sin hablar contigo primero, aunque esta vez casi me has hecho interrogarte - me permití bromear un poco. Ted se levantó de la cama, y se puso a mi izquierda. Se echó sobre mi regazo, con suavidad, pero yo noté algo que me molestaba en el muslo, y si me molestaba a mí, tenía que molestarle a él. - Sácate las llaves – le pedí, y lo hizo. Las dejó sobre la cama sin siquiera mirarme. Estiró los brazos sobre el colchón, y escondió la cabeza entre ellos. Noté que se tensaba, y yo no quería eso. En primer lugar, indicaba que pretendía "aguantar lo que se le viniera" sin "dar muestras de debilidad" y eso se traducía en una mala actitud ante el castigo. Y en segundo lugar, si tensaba los músculos podía hacerle daño, aunque no pensaba ser muy duro, y nunca usaba una fuerza desproporcionada. Tenía que hacer lo posible porque se relajara, y en seguida di con la manera. - ¿Qué pensabas hacer cuándo fuera a echarme café, y viera que la cafetera estaba vacía? – pregunté, en un tono ligero que evidenciaba que estaba de broma, y que le permitía responderme de la misma manera. - ¿Tal vez, fingir que de pronto soy un amante de las bebidas amargas? – dijo, no muy seguro indicando que no se había detenido a pensarlo demasiado. A Ted no le gustaba el café, así que no hubiera sido creíble el que me dijera que se lo había bebido. - Deberías probarlo alguna vez. Al final te gustará. Solo es cuestión de acostumbrarse – le dije. Ted no me respondió, pero noté que estaba algo menos tenso, así que puse mi mano izquierda sobre su espalda, y él supo que esa era su señal. Levanté el brazo derecho y dejé caer mi mano sobre sus pantalones vaqueros.  Nunca hablaba durante un castigo, ya que así podía estar más atento a sus reacciones, y sonidos. Generalmente, me permitía saber cuándo empezaban a llorar, aunque esta vez esperaba no llegar a eso. Realmente, Ted tenía miedo por nada. PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS... Mmm...  PLAS PLAS PLAS Después de esas quince palmadas, repartidas pausadamente por todo su trasero, le solté, indicando que había terminado. Ted hizo una ligera fuerza contra mis piernas para levantarse, y me miró con incredulidad, como si no pudiera creerse que eso fuera todo. - ¿Qué? – pregunté. – Lo que has hecho no ha sido tan grave. Solo fuiste aquí en frente, no es como si les hubieras dejado solos toda la mañana. Si no me hubieras mentido, tal vez ni te habría castigado. La culpa era mía en primer lugar por obligarle a hacer algo que en otras circunstancias tendría que haber hecho yo. Lamentablemente, tenía once hijos y aún no había desarrollado el don de la ubicuidad, el cual me hubiera sido muy útil. - Y, si no ha sido tan grave, ¿por qué me has pegado? – protestó, aparentando de pronto mucha menos edad de la que tenía. - Era eso o dejarte sin salir el próximo fin de semana. Y, teniendo en cuenta que tus hermanos me hicieron comprarte dos entradas para tu amadísimo festival de Rock in Rio, me parecía un poco cruel dejarte sin ir aún antes de dártelas, y pensé que preferirías la primera opción. Casi no había terminado de hablar cuando me tumbó de un abrazo. Vaya. Y yo que otras veces tenía que luchar para conseguir un abrazo pequeñito de Don "demasiado mayor para muestras de afecto". Me reí, y aproveché para darle un beso en la cabeza. Al cabo de unos segundos, se separó. - ¿Cómo lo haces? – me preguntó. - ¿Cómo lo haces para conseguir que te abrace después de que me castigues como a un niño pequeño? - Porque sabes que te lo merecías – respondí, y le revolví el pelo. – Y porque me quieres, aunque no tanto como te quiero yo. Sé que intentó resistirse, pero al final, Ted no pudo evitar que una sonrisa se extendiera por su rostro. Yo sonreí también, y saqué dos papeles de bolsillo de mi chaqueta. Eran las entradas. - Tienes suerte. Según Alice tenía que comprarte "algo chulo", y para ella no había nada más chulo que la diadema de Minnie. No creo que eso te hubiera gustado tanto como las entradas que sugirió Alejandro – comenté, y se las di. Ted las miró como si fueran un tesoro, casi como si tuviera miedo de romperlas. – Entre tú y yo, creo que Alejandro tiene la esperanza de que le pidas que vaya contigo. Ted sonrió más, y luego me miró con algo de timidez. A veces le daba por ser vergonzoso. - Gra-gracias. - Para que luego me llames rácano – le dije, y me sorprendió con otro abrazo.  - Siento haber puesto tantas pegas esta mañana. Tú cuidas de nosotros todos los días, y no te quejas. Yo no debería haber protestado por estar una mañana con mis hermanos. Eran gestos como ese los que me recordaban que Ted era el más buenazo de mis enanos. - No me quejo porque estar con vosotros es lo único que quiero, canijo. Por llamarle así, me llevé un empujón, pero luego los dos nos reímos. No había dicho ninguna mentira. Aunque yo no había planeado tener hijos tan joven, asumí el papel de padre con gusto desde el día en que empezaron a nacer mis hermanos.
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