Capítulo 2

1757 Words
Samuel La espera había sido larga y tensa, escondidos en las sombras, observando cada movimiento de Octavia y su acompañante. La atmósfera estaba cargada de una anticipación eléctrica mientras nos manteníamos al borde del territorio donde las Tierras Sagradas se encontraban con el dominio de los Cazadores Sagrados. Adriana, siempre la más impaciente, se movía inquieta a mi lado, sus ojos centelleantes reflejando la luz de la luna. —¿Cuánto tiempo más? —susurraba ocasionalmente, su voz una mezcla de deseo y frustración. Yo, por mi parte, me mantenía concentrado, mis ojos nunca abandonaron a Octavia, casi sin respirar, vi cómo se acercaba al muro. Era un espectáculo cautivador; la forma en que se movía con tal determinación, como si estuviera destinada a desbloquear los secretos de aquel lugar prohibido. En mi pecho, un sentimiento de ansiedad crecía. La aparición del muro fue tan súbita como sorprendente, la materialización ante nuestros ojos para luego desintegrarse en un espectáculo de luz y sombra. Los fragmentos se dispersaron como estrellas fugaces, obligándonos a cubrir nuestros ojos con los brazos para protegernos de la lluvia de escombros brillantes. En ese instante, una corriente de inquietud recorrió mi ser, una advertencia intuitiva de que estábamos a punto de entrar en un juego mucho más peligroso de lo que habíamos anticipado. Y entonces ella apareció. La Diosa Luna se materializó frente a Octavia y su acompañante con una presencia que era al mismo tiempo etérea y abrumadora. Mis ojos se abrieron de par en par, incapaces de apartarse de la figura que desafiaba todas las leyendas y mitos que había escuchado. El acompañante de Octavia, colapsó al suelo como si la mera presencia de la Diosa lo hubiera derribado. La escena ante mí se sentía irreal, como si estuviéramos atrapados en un sueño del que no podíamos despertar. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, un tamborileo constante que parecía resonar con la energía que emanaba de la Diosa. En ese momento, una mezcla de temor y asombro se apoderó de mí. La revelación de que las leyendas eran ciertas, que la Diosa Luna realmente reinaba sobre estas tierras, era abrumadora. Todo lo que había creído, toda nuestra estrategia y planes, parecían insignificantes frente a la magnitud de lo que estábamos presenciando. La escena ante mis ojos se desarrolló con una velocidad y brutalidad que dejó mi mente girando. Vi el instante preciso en que la vida de Octavia fue brutalmente arrebatada por el que ahora reconocía como un vampiro. La Diosa Luna, en lugar de mostrar cualquier atisbo de horror o tristeza por la pérdida de quien supuestamente era su heredera, pareció regocijarse en la tragedia. Luego, como figuras en una pesadilla, ellos desaparecieron entre el humo n***o que se elevaba, serpenteando desde el bosque como una entidad viva y malévola. El aire estaba pesado con un silencio espeso, roto solo por el murmullo inquieto de Adriana. —Esto no está bien, —dijo con una voz que temblaba ligeramente. —¿No se supone que Octavia era su heredera? ¿Por qué matarla así? Sus palabras resonaron en el vacío que había dejado la violenta escena, llenando el espacio con más preguntas que respuestas. Mientras procesaba lo que acababa de presenciar, una sensación de inminente peligro se arrastró por mi espina dorsal. —Creo que deberíamos volver a casa, y pensar en otro plan, —dije, mi voz baja pero firme, dirigida a todos y a nadie a la vez. En mi mente, las certezas se habían disuelto, reemplazadas por una red de incertidumbres y temores. Lo que habíamos visto no era solo la muerte de una persona cualquiera, sino tal vez el presagio de un cambio drástico en el equilibrio de poderes. Un mes desde aquel día fatídico había transformado nuestro mundo. Los territorios, una vez tan disputados, se habían vuelto irrelevantes ante la devastación causada por la Diosa Luna. Sus fuerzas, implacables, habían masacrado a los humanos y atacado a varias manadas de lobos. Había rumores de que Orión y sus Alfas estaban organizando una resistencia. Nuestro territorio no había escapado a la destrucción. A duras penas, habíamos logrado escapar y encontrar un lugar donde escondernos. Ahora, nos encontrábamos en un punto crítico, debatiendo sobre qué bando elegir en este conflicto. A pesar de nuestra historia, la gravedad de la situación nos hacía contemplar la posibilidad de unirnos a Orión, aunque era dudoso que él aceptara nuestra alianza. —Tenemos que pensarlo bien, —decía Adriana con una voz que reflejaba una mezcla de cautela y decisión. —Orión y los suyos no nos van a aceptar, así que solo nos queda intentar hablar con la Diosa Luna. Ría asintió en acuerdo, su voz firme y segura. —Estoy de acuerdo con ella, Alfa. No vamos a traicionar nuestros ideales. Si ella nos permite entrar a su territorio, podemos trabajar para ella. Las palabras de ambas eran racionales, pero la idea de servir a alguien me revolvía el estómago. —No quiero ser subordinado de nadie, —dije, mis palabras saliendo como un gruñido bajo. Mi orgullo y mi naturaleza independiente luchaban contra la realidad de nuestra situación. Ría, sin embargo, no se dejó disuadir. —No lo serás, —aseguró con una confianza que casi parecía contagiosa. —Muéstrale de lo que estás hecho. Ella valorará que seamos enemigos de Orión. Además, puedes darle información valiosa. Sus palabras me hicieron pensar. La idea de utilizar nuestra enemistad con Orión como moneda de cambio era astuta. Y, aunque me repugnaba la idea de servir a otro, la realidad era que estábamos en una situación desesperada. La Diosa Luna había demostrado ser una fuerza formidable, y aliarnos con ella podría significar la diferencia entre la supervivencia y la extinción. —¿Y cómo haremos para llegar a ella? —pregunté, más para mí mismo que para los demás. La idea de acercarnos a una entidad tan poderosa y volátil era aterradora. —Nos matará antes de que nos acerquemos siquiera. Ría, con una audacia que siempre había caracterizado su espíritu, se ofreció voluntaria. —Yo puedo ir, —dijo con una determinación que me tomó por sorpresa. —Ella aún no ha podido entrar en el Bosque de los Lamentos, podría ofrecerle mi ayuda. —No irás sola, —le dije, mi voz baja pero firme. La idea de exponer a mi mejor arma en estos momentos era inaceptable, aunque tenía razón, ella nos necesitaba. La reacción de Adriana fue un reflejo de la tensión y el miedo que todos sentíamos. Su comentario, "pues, suerte con eso", entregado con un tono seco y desapegado, revelaba su renuencia a involucrarse en un plan tan arriesgado. —Tú también irás, —le gruñí, empleando el tono autoritario de una orden Alfa para detenerla en su camino hacia la puerta. La reacción de Adriana fue inmediata y vehemente. —¡Mierda, Samuel! ¡si quieren que los maten, yo no! —gritó, su voz resonando con un miedo y frustración que probablemente todos sentíamos, pero no queríamos admitir. —Nadie morirá, —dije con más confianza de la que sentía realmente. —Ría tiene razón, ella nos necesita, a todos. —Mi voz era firme, intentando infundir algo de mi determinación en los demás. La salida de nuestro escondite fue tensa, cada uno de nosotros consciente del peligro que nos esperaba. El trayecto hacia el límite de nuestro territorio y el de las Tierras Sagradas fue sorprendentemente rápido, como si el destino mismo nos empujara hacia un encuentro inevitable. Al llegar, nos encontramos con una figura inesperada: un hombre rubio, cuya presencia era tan inquietante como el paisaje que nos rodeaba. Al verlo, una ola de reconocimiento y aversión me inundó. —Tú... Tú mataste a Octavia, —dije, manteniendo mi voz lo más neutral posible a pesar de la turbulencia de emociones que me asaltaba. —Lucien, para servirle, —respondió con un tono cargado de sarcasmo, su actitud desafiante y arrogante. —Estamos aquí para... —comencé, intentando explicar nuestra misión. Pero Lucien nos interrumpió, su gruñido cortante reflejando impaciencia o tal vez desdén. —Ya sé para qué están aquí, la Diosa me pidió que los escoltara, —dijo. Luego, sin esperar una respuesta, se giró y comenzó a avanzar hacia la espesa niebla negra que había envuelto el área desde la caída del muro. Con un suspiro resignado, seguimos a Lucien, adentrándonos en la niebla que parecía consumir todo a su paso. El palacio ante nosotros era tan imponente como siniestro, sus muros negros se elevaban hacia el cielo como una acusación oscura contra el mundo. La niebla, que parecía emanar directamente de sus cimientos, le daba un aire aún más inquietante, como si el edificio en sí mismo fuera un ser vivo y malévolo. Lucien, con su actitud despectiva, nos guio hasta la entrada. —Ella los espera en la sala del trono, —dijo, su voz era un gruñido bajo que apenas disimulaba su desdén. Con un gesto de su mano, nos señaló hacia una puerta entreabierta, su mirada fría y calculadora observándonos como si evaluara cada movimiento que hacíamos. Cruzamos la puerta con cautela, cada uno de nosotros en alerta máxima. Escaneé la sala del trono y mis ojos se instintivamente se detuvieron en ella. —Tú deberías estar muerta, —logré susurrar, mi voz apenas audible, revelando la conmoción que me embargaba. La sorpresa de ver a Octavia viva me paralizó. Su presencia era lo último que esperaba en este lugar oscuro y retorcido. Su respuesta fue tan desafiante como siempre, marcada por su espíritu indomable. —¿Acaso no me ves bien, imbécil? —replicó ella, pero sus palabras provocaron la rápida reacción de un guardia que estaba a su lado, golpeándola con una frialdad. —La mascota de mi comandante no debería hablar, —dijo con desdén la Diosa Luna, refiriéndose a Octavia. Luego, su mirada se fijó en nosotros, evaluándonos con un interés que me puso la piel de gallina. —Ahora dime, pequeño cachorro, ¿qué hacen un lobito, una vampira y una bruja aquí? Su tono era condescendiente, lleno de una superioridad y un poder que me hizo sentir insignificante. A pesar de mi naturaleza orgullosa y dominante, en ese momento me di cuenta de que estábamos jugando en un campo que nos superaba en magnitud y peligro. Respirando hondo para calmar mis nervios, me preparé para hablar con la Diosa Luna, consciente de que las palabras que eligiera en ese momento podrían sellar nuestro destino.
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