Echando raíces

1882 Words
Elizabeth Montgomery, anfitriona de la imponente mansión, recibió a Charlotte con una sonrisa que irradiaba calidez en el vestíbulo iluminado por la luz del atardecer. —Bienvenida, querida Charlotte —susurró con una dulzura que rozaba lo melódico—. Estoy encantada de tenerte aquí. Agradeció el gesto con una leve inclinación de cabeza, pero su mente seguía inquieta ante el inminente encuentro con Genevieve. Mientras Elizabeth la conducía por los pasillos ricamente decorados de la mansión, no pudo evitar sentirse como una intrusa en un mundo que no era el suyo. Cada paso le recordaba que estaba lejos de todo lo familiar. La habitación asignada era un remanso de luz y espacio, con vistas que se extendían hacia los jardines traseros. A pesar del confort y la belleza del entorno, una sensación de vacío se apoderó de ella. Se preguntaba qué bienvenida le depararía Genevieve. El recuerdo de su último encuentro en el jardín persistía, cargado de tensión y desconcierto, sembrando dudas sobre qué esperar ahora que estarían viviendo bajo el mismo techo. Cuando finalmente llegaron a su destino, el alivio de estar a solas la envolvió como un manto momentáneo de paz. Sin embargo, su sosiego se vio interrumpido poco después por un suave golpeteo en la puerta. —¿Quién es? —inquirió con cautela, sintiendo una mezcla de curiosidad y aprehensión. La puerta se entreabrió, revelando a Genevieve, quien se erguía en el umbral con una sonrisa pícara bailando en sus labios. —¿Te importaría compartir un momento conmigo, Lottie? —propuso con un destello juguetón en la mirada. La joven frunció el ceño ante el apodo no solicitado. —Solo la gente cercana me llama Lottie —respondió con una frialdad que apenas ocultaba su incomodidad. Genevieve arqueó una ceja, mostrando un interés intrigado por su reacción. —Interesante. Me pregunto qué más puedo descubrir sobre ti, Charlotte —musitó con una sonrisa que ocultaba un halo de malicia. Incómoda ante la creciente curiosidad de Genevieve, Charlotte buscó desviar la conversación hacia otros derroteros. —En realidad, estaba aguardando el placer de sumergirme en las páginas de un libro, en la íntima compañía de la soledad —expresó, intentando velar su irritación con un tono sosegado. Genevieve, esbelta y risueña, rió con deleite ante la molestia de Charlotte, como si encontrara un entretenimiento en su incomodidad. —Oh, pero creí que una joven como tú preferiría disfrutar de la agradable compañía. Nunca imaginé que hallarías placer en la solitaria lectura —comentó con una sonrisa burlona—. Parece que tu madre tenía razón al decir que tus modales aún necesitan pulirse. Eres una jovencita sumamente impertinente, aunque interesante también. Admirable es tu valentía al confrontarme en mi propio hogar. La tensión entre ambas era palpable, como una danza de emociones en el aire. Charlotte apretó los puños con fuerza, luchando por contener su irritación ante las provocativas palabras de la joven. —No requiero de tu compañía, Genevieve. Prefiero gozar de mi propia presencia —declaró, su voz teñida de una determinación firme. Genevieve dio un paso adelante, su mirada fija en la jovencita con una chispa traviesa danzando en sus ojos. —¿Estás tan segura de ello, Charlotte? —inquirió con una sonrisa juguetona—. Porque parece que no puedes resistir la tentación de estar cerca de mí. Charlotte frunció el ceño ante la insinuación de Genevieve, sintiendo un revuelo en su interior ante la verdad subyacente en sus palabras. ¿Era acaso posible que aquella mujer intentara seducirla? No, eso sería impensable. Seguramente Genevieve solo buscaba perturbarla con sus juegos. —No tengo tiempo para tus artimañas. No deseo tu compañía —replicó, luchando por mantener su compostura. Ella se rió, disfrutando del malestar de Charlotte. —Oh, pero yo sí deseo la tuya. Creo que podríamos pasar momentos muy divertidos juntas —respondió con una sonrisa ladina. Charlotte experimentó una mezcla de molestia y atracción hacia Genevieve, consciente de que su presencia solo le acarrearía problemas. No comprendía qué era lo que estaba ocurriendo entre ellas, ni deseaba entenderlo. —Te ruego, déjame en paz —insistió, resuelta a mantener su distancia. Genevieve le dirigió una mirada burlona, sabedora de que había logrado incomodarla más de lo que estaba dispuesta a admitir. —Como desees, Lottie. No te enfades, sólo estoy bromeando —declaró con una sonrisa enigmática antes de girarse y abandonar la habitación. Charlotte quedó sola, sintiendo un alivio mezclado con frustración tras el encuentro con Genevieve. Sabía que no sería sencillo mantenerse alejada de ella, pero estaba decidida a hacerlo, por más insistente que fuera. Contempló con resignación las maletas alineadas en el suelo de la estancia, testigos silenciosos de su inesperado destino. Con un suspiro cargado de resignación, comenzó a desempacar, extrayendo con delicadeza sus posesiones y acomodándolas en su nuevo hogar. Con manos diestras, desató las prendas de tela suave y los libros que había traído consigo, depositándolos con esmero en los cajones y estantes del armario y la cómoda. Entre los pliegues de la ropa, se hallaban vestidos elegantes y sombreros adornados, meticulosamente seleccionados para brillar en los eventos sociales a los que se vería forzada a asistir. Mientras organizaba sus pertenencias, redescubrió un antiguo volumen de poesía que había llevado consigo, una reliquia de su niñez que la reconfortaba en momentos de tribulación. Lo colocó con ternura sobre la mesilla de noche, junto a una vela perfumada destinada a iluminar sus noches de lectura. A medida que la tarde cedía su lugar a la noche, se sumergió en la tarea de infundir su habitación con su propia esencia. Agregó toques personales en cada rincón, desde fotografías enmarcadas hasta flores frescas del jardín en un delicado jarrón de cristal. Cuando finalmente concluyó, se sentó en el borde de su lecho y contempló con satisfacción su labor. Aunque aún se sentía como una extraña en la imponente mansión Montgomery, al menos su alcoba ahora reflejaba su singular personalidad y estilo. Decidió concederse un momento de respiro, tomó el libro de poesía entre sus manos y se dejó envolver por las melodiosas palabras que había conocido desde su infancia. A medida que la noche se deslizaba en el reino del crepúsculo, se sumergió en un mundo de versos y estrofas, hallando consuelo en las páginas desgastadas de su libro favorito. *** Después de sumergirse en las profundidades de la poesía durante horas, una suave llamada en la puerta rompió el hechizo de su ensimismamiento. —¿Señorita Charlotte? ¿Puedo entrar? —preguntó la voz suave de una doncella desde el otro lado. Con un gesto de aceptación, la doncella Mary entró en la habitación con una sonrisa amable. Parecía ser una joven de su misma edad, con un delantal blanco inmaculado y una mirada gentil en sus ojos. —Soy Mary, su doncella asignada, señorita —anunció con cortesía—. La señora Elizabeth ha solicitado mi ayuda para prepararla para la cena. Asintiendo con gratitud por la ayuda ofrecida, Charlotte se levantó de la cama y siguió a Mary hacia el baño adyacente, donde una bañera de porcelana rebosante de agua caliente la aguardaba pacientemente. Mientras se sumergía en la calidez reconfortante, Mary trabajaba con diligencia, lavándole el cabello y masajeando su cuero cabelludo con delicadeza. Charlotte cerró los ojos y se abandonó al bienestar, sintiendo que la tensión de los últimos días se desvanecía con cada caricia. Una vez concluido el baño, Mary la ayudó a salir de la bañera y la envolvió en una suave toalla antes de guiarla de regreso a su alcoba. Allí, se puso manos a la obra, peinando y arreglando su cabello en un elegante estilo, adornado con delicadas horquillas y una cinta de seda. Mientras trabajaba en su cabello, Mary compartía historias sobre la mansión Montgomery, procurando infundirle un sentido de familiaridad en aquel entorno nuevo para ella. Charlotte acogía con gratitud su compañía, vislumbrando la posibilidad de encontrar en ella una buena amiga. Finalmente, una vez completado el peinado, Mary la ayudó a vestirse con un exquisito vestido de seda y encaje dorado, seleccionado con esmero para la ocasión. —Estás radiante, señorita Charlotte —dijo Mary con una sonrisa complacida, admirando el resultado de su trabajo—. La cena será servida en breve, así que sería prudente que descendamos a la sala. Charlotte expresó su gratitud con una sonrisa y avanzó hacia la puerta, sintiéndose un poco más confiada gracias a la gentil ayuda de la doncella. Con pasos seguros, descendió elegantemente por la escalera, aunque por dentro su corazón latía con cierta inquietud ante lo que la cena en la mansión Montgomery depararía. Cada paso resonaba en el vasto vestíbulo mientras se dirigía hacia la sala de estar, donde la mesa estaba preparada con elegancia para la ocasión. Al entrar en la sala, fue recibida por la cálida sonrisa de Elizabeth, sentada al extremo de la mesa, resplandeciente en un vestido de seda verde esmeralda. A su lado, Genevieve la observaba con curiosidad, sus ojos brillando con un destello de picardía y provocación. —Bienvenida, Charlotte. Es un placer que nos acompañes esta noche —dijo Elizabeth con amabilidad, indicándole que tomara asiento a su lado. Con una inclinación de cabeza cortés, Charlotte se sentó, sintiéndose un poco abrumada por la elegancia y el esplendor de la mesa. Las velas centelleaban suavemente en el centro, arrojando una luz cálida y acogedora sobre la habitación. Los sirvientes comenzaron a servir los platos, presentando una suculenta cena de varios cursos, meticulosamente preparada para la ocasión. Se maravilló ante la variedad de manjares que se le ofrecían. Observó con curiosidad a sus anfitrionas; Elizabeth y Genevieve charlaban animadamente entre ellas, compartiendo risas y comentarios mientras disfrutaban de la comida. —¿Has oído las noticias sobre la feria que se celebrará en el pueblo el próximo mes, Genevieve? —preguntó Elizabeth, llevándose una cucharada de sopa a los labios. Genevieve asintió con entusiasmo, sus ojos brillando con interés. —Sí, Lizzie. He oído que habrá una exhibición de arte impresionante este año. Estoy ansiosa por ver las nuevas obras que han llegado a la ciudad —respondió, sirviéndose un poco más de vino. Mientras escuchaba la conversación con atención, Charlotte se sintió intrigada por la idea de la feria. No había tenido muchas oportunidades de participar en eventos sociales de ese tipo en el pasado, y la perspectiva de explorar la feria la emocionaba. —¿Y tú, Charlotte? ¿Tienes algún interés particular en la feria? —preguntó Elizabeth, dirigiéndole una sonrisa amable. Charlotte vaciló por un momento, considerando cómo responder. No deseaba revelar demasiado sobre ella o sus intereses personales, pero tampoco quería parecer desinteresada. —La verdad es que no he tenido muchas oportunidades de asistir a ferias en el pasado, pero estoy abierta a nuevas experiencias —respondió con cautela, esperando que fuera suficiente. Genevieve la observó con curiosidad, su mirada brillando con un destello de interés. —Oh, pero la feria es el lugar perfecto para experimentar cosas nuevas y emocionantes. Estoy segura de que te encantará, Charlotte —dijo con una sonrisa. Charlotte asintió, sintiéndose un poco abrumada por la atención de Genevieve. Aunque apreciaba su amabilidad, también se preguntaba qué pensaba realmente de ella y cuáles eran sus intenciones.
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