Capítulo dos: Brillantina

965 Words
Me estaban llamando, como si hubiese sido la primera vez mis piernas temblaban y caminaban lentamente con los nervios suficientes para que mi respiración se agitara un poco. —Número cinco por favor enseñarse. Era el segundo llamado, aceleré un poco mi paso y salí al escenario, unas luces de color azul me cegaron por un instante, al frente podía ver el salón por completo. Un teatro repleto de personas sentadas que venían vestidas elegantemente y usando antifaces para ocultar su identidad. A este lugar llegaban personas de la farándula, de la vida acaudalada que tenían estás aficiones prohibidas por la sociedad común, mostraban sus deseos más lascivos en estas subastas y se divertían en grupo gastando dinero y bebiendo champaña. —El número cinco es un joven de veintitrés años. El presentador empezó a describir las cláusulas que tenía para mí puja. Aquel hombre se movía por todo el escenario con un esmoquin blanco y un antifaz rojo que cubría gran parte de su rostro; mientras caminaba sus zapatos negros brillaban y rechinaban demostrando gran elegancia en cada paso, su figura era alumbrada por un gran faro azulado el cual era la única luz que se podía ver en el recinto, todo lo demás estaba a oscuras. —Rango de edad de veinte a cuarenta años. Terminando de aclarar las cosas el subastador se acomodó detrás de un pequeño cubículo donde con su martillo empezó a recibir ofertas. — ¡Quinientos dólares! —. Alcé mi rostro para mirar en dirección de dónde venía esa primera puja, todo estaba oscuro, pero de repente un asiento en la parte superior del salón se alumbró con una luz verde. —Tenemos la primera oferta de parte de la letra F, ¿Alguien más está interesado? Quinientos dólares era poco, no estaba entre mis planes y los de Fernanda recibir solo eso, pero después de unos segundos de silencio y antes de que el hombre de esmoquin blanco empezara a cerrar la subasta una segunda puja se escuchó. — ¡Setecientos dólares! —. Un segundo asiento se alumbró, en él una dama se hizo presente alzando la letra G, pero fue cuestión de segundos para que otro asiento se iluminara. — ¡Mil dólares!  Y luego el siguiente. — ¡Mil doscientos! —. A veces el querer ganarles a los demás una subasta era más excitante que la propia ficha que tenían enfrente, pero eso en mi caso era una buena noticia. — ¡Tres mil dólares! La puja seguía subiendo y no quería que se detuviera, así que recordé lo que Fernanda me dijo que hiciera en estos casos. Cuando no quieras que la puja se detenga, debes darles un incentivo, por eso cada ropa que lleves puesta jugará a tu favor.* Sin pensarlo me empecé a quitar el overol lentamente, al ver mis intenciones el subastador reaccionó. —Tenemos un incentivo de parte de nuestra querida ficha, por favor las luces fijas en él. El foco azul empezó a iluminar todo mi cuerpo mientras me quitaba lentamente las prendas quedando solo en ropa interior y con aquella camisa blanca que me apretaba tanto, así que decidí deshacerme de ella. Ese preciso momento fue lo que estalló la subasta, al ver como rompía la franela con mis manos y dejaba al descubierto del público todo mi torso desnudo que brillaba bajo aquella luz. En mi pecho Fernanda había impregnado brillantina, de seguro tenía presente que haría un espectáculo como el que estaba haciendo, definitivamente era una genio. Enseguida el salón empezó a llenarse de susurros y la puja se alzó de nuevo. — ¡Siete mil dólares! Fue un gran salto pasar de tres a siete grandes, pero las ofertas seguían. — ¡Ocho mil quinientos dólares! —. Quería llegar a los diez mil, ese era el valor que teníamos presupuestado con anterioridad. — ¡Doce mil dólares! De repente la oí, la oferta que estaba esperando, miré en dirección al asiento de dónde venía y observé la letra P, esta era alumbrada por una luz blanca y bajo ella se podía ver una mujer con un vestido rojo que tenía cubierta su cara por una máscara japonesa. — ¿Alguna otra oferta? —preguntó el subastador sin respuesta alguna —. Entonces la ficha número cinco se va en doce mil dólares a la una, a las dos, y a las tres. ¡Vendida por doce mil a la letra P! Me habían comprado por dos mil dólares más de lo planeado. El hombre vestido de blanco se acercó a mí y me entregó una toalla para que me tapara, salí del escenario llegando a la parte de atrás donde me esperaban dos señoritas vestidas con faldas negras de trabajo que me señalaron el camino. Una de ellas estaba teniendo una conversación por celular, está tenía el cabello corto hasta las orejas, su piel morena se notaba suave, de aquel traje le sobresalían unos grandes pechos que rebotaban mientras caminaba, su compañera al contrario no tenía un gran busto, su figura delgada encajaba a la perfección con la ropa que llevaba puesta, su cabello largo le llegaba hasta la cintura y su piel blanca la hacía ver muy hermosa. —Si my lady ya lo tenemos con nosotras, lo llevaremos al recinto —. Pude escuchar la conversación que estaban teniendo por el teléfono. Estas damas trabajaban para mí compradora y me estaban guiando hasta el lugar donde me encontraría al final de la subasta con ella. A veces una vez comprada la ficha que deseaban la persona abandonaba el lugar, pero en ocasiones seguía pujando por diversión o tal vez para completar su plan de la noche, los tríos y las orgías eran posibles si el dinero te sobraba y si las fichas tenían clausulas donde aceptaran dichos encuentros, yo por lo menos no dejaba explicito que estaría en un escenario como esos, pero tampoco me negaba, me gustaba también abrirme a esas posibilidades en algunas ocasiones, el no saber con qué me encontraría a veces era algo excitante.
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