Prólogo
El sonido de sus nalgas golpeando mi pelvis era la melodía más preciosa que había escuchado en mucho tiempo, su cabello desordenado y sus pechos al descubierto me hacían creer que el paraíso no estaba tan fuera de mi alcance después de todo. Sus manos recorrían mis pectorales hasta llegar a mi rostro, pegando así su cuerpo con el mío para poder empezar a besarme de forma lenta. Nuestras lenguas jugaban entre si mientras nuestros labios se humedecian con el pasar de los segundos y la saliva; sentía que ya no me hacía falta nada más, su cuerpo estaba tan caliente como la última vez, sus caderas eran tan sexys como la última vez, su espalda estaba tan suave al igual que la última vez.
—Mi interior está en llamas.
Su voz entre cortada me calentaba aún más, estaba en un estado de éxtasis que me hacía creer que era capaz de todo. Mirándola a los ojos la tomé de sus brazos y cambié de posición, su espalda golpeó contra la cama, podía ver claramente su cuerpo indefenso frente a mi, pasé mis manos por sus senos y seguí bajandolas por todo su torso, llegué a sus piernas y las levanté, las coloqué en mis hombros haciendo que sus muslos tocaran sus pechos y sin esperar ni un segundo más nuevamente me adentré en su coño, lentamente comencé a moverme haciendo presión hasta el punto que nuestras pelvis se tocaran por completo y se separaran repetidas veces con la misma fuerza y con la misma lentitud. Nuestras respiraciones se sincronizaron, un silencio profundo inundó el cuarto, ambos sentíamos que no estábamos teniendo sexo, nuestras almas se estaban uniendo en ese preciso momento y para ser sincero, no quería dejar de sentirme así...