Primera Parte, Capítulo 3.

1827 Words
Bárbara salió lentamente de su inconsciencia. A su alrededor había un atrayente olor a rosas y cuando abrió los ojos, descubrió que la agradable brisa que la envolvía venia de una ventana. Se movió en la cama y volvió a mirar alrededor. Estaba en una habitación blanca y pulcra, pero pequeña, había solo una silla a su lado, bajo la ventana, y un ramillete de rosas blancas en la mesa de la esquina. Cuando la puerta a un lado fue abierta miró y se congeló. El hombre más guapo que había visto en su vida ingreso a la sala sonriendo. Era rubio y alto, de músculos definidos y elegantes, tenía claros ojos verdes, vestía un traje blanco compuesto de pantalones y camiseta, con un membrete enganchado delante de su corazón. Miró su rostro y sonrió como él. —Buenas tardes —le dijo suavemente, tenía una voz amable — ¿Cómo te sientes? Él la ayudó a acomodarse en la camilla. —Bien —murmuró, luego se limpió la garganta—. ¿Dónde estoy? —En un hospital —contestó él mirando un cuadernillo, ella volteo sus ojos. —Pero… —Permite —él se acercó y ella leyó su gafete. —Altaír —dijo. Él la miró y asintió, luego procedió a examinar su cabeza, la hizo inclinarse hacia delante para observar su espalda, solo ahí notó que estaba vendada, Él le hizo algunas pruebas físicas, como mover sus piernas y manos, decirle su nombre y contestar algunos simples ejercicios matemáticos. —¿Qué paso? —le preguntó cuándo él se alejó para anotar en su cuaderno. —Te caíste de un precipicio, un grupo de nuestros hombres te encontró y te trajo aquí —le sonrió. —Vaya —murmuró —debo conocerlos para agradecerles. Él asintió y comenzó a irse. —Mm —dijo ella, él se detuvo—. ¿Dónde estoy? El médico miró alrededor y por último a ella. —No te preocupes, aquí te cuidaran muy bien, dentro de unos días alguien vendrá a contestar tus preguntas. —¿No es más fácil que usted lo haga? —. Él negó con su cabeza. —Yo estoy aquí para cuidarte solamente, lo siento —con eso desapareció. ¿Qué?, pensó ella y se movió un poco hacia la ventana, aguantó la mueca de dolor. Lentamente se puso de pie y llegó a ella. —¿Qué? —murmuró y parpadeo varias veces. Desde cuando la Amazonia tenía arboles de color azul y amarillo, y esas flores, y esos animales, y donde diablos podía estar un hospital de siete pisos sin que nadie lo supiera. Gimió, ¿Dónde me he metido?, pensó mientras el viento desordenaba su cabello. *** Por casi dos semanas la mantuvieron recluida en esa habitación. Y por ese mismo tiempo ella observó por la ventana toda esa vegetación rara, hasta que en un momento solo se encogió de hombros y suspiró. Todos los días Altaír la visitaba, pero nadie más, incluso era él quien le llevaba su comida y luego la recogía. —Estoy enferma —le dijo un día, él la miró —tengo algo contagioso y por eso solo tú vienes a verme, estoy en cuarentena —él abrió la boca sorprendido y gimió—, es verdad. Cubrió su rostro con sus manos y algunas lágrimas se le escaparon. ¿Por qué siempre le pasaban estas cosas a ella?, estaba cansada de soportar novios idiotas, jefes horribles y ahora enfermedades peligrosas. Una mano apareció en su hombro, y al mirar notó que Altaír se había acercado, nunca lo hacía, solo las veces que la revisaba él le ponía un dedo encima, por lo demás se mantenía a una distancia un tanto extraña. —No estás enferma —le dijo sonriendo con amabilidad, paso su pulgar por su mejilla —no llores, no… —¡Doctor! —ladró una voz a su espalda y se alejó enseguida. Ambos miraron hacia la puerta y vieron a dos hombres, igual de guapos y altos notó ella, entrar. El hombre mayor miró con obvia desaprobación a Altaír y se preocupó. —No lo regañe —dijo ella, todos la miraron—, es mi culpa —sea lo que sea que hizo mal. El hombre asintió y su mirada cambio completamente, ahora era amable, casi cariñosa. —No te preocupes —dijo él—, yo soy el General Gutter de las tierras del Norte—. Ella arrugó su frente. —Tierras del Norte, no he oído sobre ustedes—. Él la miró confundido y luego al hombre a su lado. —Altaír, puedes retirarte —dijo el General, él asintió y salió de la habitación lo más rápido que pudo. Bárbara se sintió un poco abandonada. —Por favor vístete —dijo él y puso sobre la cama una bolsa—, esperaremos afuera. —¿Me voy? —dijo ella, él asintió. —Te lo explicaremos luego. Como la dejaron sola salió de la cama, luego de vestirse y peinarse con sus dedos salió del lugar. El General y el otro hombre esperaban a unos metros junto con Altaír, parecían que le decían algo muy serio porque el médico solo asentía mirando el piso. Ella carraspio y dejaron de hablar. Caminaron hacia ella. —Sígueme por favor —dijo el General y lo hizo, más bien caminó a su lado, con Altaír y su compañero detrás. Bárbara observó el pasillo largo, las puertas y ventanas, y sobre todo a los hombres. Unos pocos vestían de blanco, la mayoría usaban diferentes trajes, algunos parecidos a los del general, algo así como una tenida militar, otros más simple y de un solo color. No le importo eso, si no el hecho que solo había hombres, todos altos, atrayentes, de diferente musculatura, pero muy sanos. Era como si estuviera en la compañía de Jenna, una vez estuvo en una sala con modelos de revista, se sentí igual que en esa ocasión, pequeña e invisible. Bueno, debía quitar lo de invisible, cada vez que pasaban cerca de alguien la miraban fijamente, pensó al principio que miraban al General, luego tuvo que aceptar que era a ella. Salieron del lugar y Bárbara jadeó al ver la increíble entrada. Por todo el frente se encontraba una fila de cerezos enormes, con sus hojas en pleno apogeo, creaban un hermoso y deslumbrante paisaje. —Hace años que están aquí —dijo el General mirándola. —¿En serio? —preguntó. —Fueron plantados por idea de una de nuestras mujeres —lo miró arrugando la frente—, dijo que estos árboles causarían una agradable impresión. —Es así, debe felicitarla —murmuró. —Lamentablemente no es posible, ella murió hace más de una década—. Bárbara abrió la boca y la cerró. —Que pena. Un automóvil se detuvo delante de ellos y abrieron la puerta. —Adelante por favor —dijo el General. Bárbara se agacho sorprendiéndolos a todos, cuando se puso de pie miró al General. —Está flotando en el aire —dijo sorprendida. —Sí —dijo el General, se limpió la garganta—, todos los vehículos lo hacen. —No que yo sepa. —Mejor vamos —insistió él. Mientras el auto se movía, solo, sin conductor, Bárbara examinó todo a su alrededor, los campos que pasaban, los hombres que adelantaban, los demás automóviles, los animales, a sus compañeros y su ropa, un vestido color gris. Miró a Altaír, este tenía el ceño fruncido y los bazos cruzados, se veía tenso, incómodo. Pensó en preguntarle que tenía, pero prefirió callarse, no sabía si era buena idea. —Llegamos —dijo el General y el auto dobló por una calle, ingresó en un enorme edificio lleno de ventanales y se detuvo. —¿Dónde estamos? —preguntó luego de bajarse sola del auto, nadie le ofreció ayuda. —Este es el centro de Justicia y Reclamación —dijo el General. Ella lo miró y luego se encogió de hombros, quizás si lo seguía preguntado alguien le diría donde estaba geográficamente, no físicamente. Entraron en el edificio y esperaron un ascensor. Bárbara vio a su lado a la primera mujer en dos semanas, esta ingreso también a un ascensor escoltada por una docena de hombres, un grupo tuvo que esperar otro para subir. Cuando salieron del ascensor se acercaron a una mujer que los esperaba sonriendo. —Hola —le dijo a ella sin dejar de sonreír. Como ella, la mujer usaba un vestido largo de otro color. La mujer era bonita y baja, su piel era morena y bien cuidada, y hablaba con un extraño acento. —Yo soy Anabela. —Bárbara —murmuró. —Sé quién eres, te hemos estado esperando. —Aja —dijo. —¿Por qué no caminamos mientras te explico lo que pasa? —Claro—. Los hombres la siguieron. —Lo que te voy a decir es increíblemente extraño, pero cierto —la miró—. No te sientas abrumada, ni atacada, no es la idea, te aseguró que con el paso de los días te irás aclimatando a todo a tu alrededor. —¿Ah? —preguntó torpemente, la mujer sonrió. —Primero te diré que mi trabajo es darle la bienvenida a todas las mujeres que llegan a este lugar —sonrió—, no soy la única mujer, también esta Sara y Marcela, las conocerás después. —Claro —murmuró. —Bien, probablemente nadie te ha dicho dónde estás. —En el edificio de Justicia y Reclamación —dijo ella recordando al General, Anabela rió como si fuera un chiste. —Creo que eso no es lo que deseabas saber —sonrió suavemente y asintió—. Mira. Anabela la llevó frente a una serie de cuadros, el primero mostraba a un grupo de hombres. —Los padres de esta ciudad —dijo ella, apuntó un cuadro de una mujer muy bonita—. Una de las primeras mujeres en llegar, pero quiero que veas este —se movieron hasta pararse delante de un cuadro de la galaxia—, ¿te parece conocido? —Es nuestro sistema solar—. Ella asintió. —No te equivocas, completamente —la miró—. Es el sistema solar, solo que tú y todos nosotros no estamos allí. —¿Qué? —dijo y miró alrededor, ella apretó un botón y el cuadro cambio mostrándole otros planetas y dos soles—. Este es nuestro sistema solar y nosotros estamos aquí —apuntó el tercer planeta entre los soles. —Ya veo —dijo Bárbara sin comprender nada, ¿qué demonios pasaba aquí?, al parecer esta mujer sufría de una seria locura. —No estoy loca —dijo ella como si pudiera leer su mente —lo siento, yo también pensé así cuando me lo explicaron —ella la miró fijamente—. Bárbara Mills, tú no estás en la tierra, estas ahora, en el tercer planeta llamado Gaia de un sistema solar conocido como Apollo, en la cuidad de nuevo Edén. —Claro —dijo ella y dio un paso hacia atrás para alejarse de la mujer, eso la hizo sonreír más. —Estas en otra dimensión Bárbara, es mejor que lo aceptes lo antes posible porque este es tu nuevo hogar. —Claro —volvió a decir —tienes toda la razón, estoy en otro planeta de otra dimensión —volvió dar un paso hacia atrás—. Creo que mejor regreso al hospital, o porque no me indicas donde hay un teléfono, debe haberlo no, solo quiero hacer una llamada. —Si quieres —dijo Anabela metiendo la mano en su bolsillo, luego le mostró un aparato pequeño que se parecía mucho a un celular—, puedes usar mi teléfono, pero te advierto que no tiene tan buena señal como para llegar a la tierra. Bárbara abrió la boca y la cerró, negando giró sobre sus talones, pero se encontró rodeada de los tres hombres, con el General delante de ella, todos la miraban como si quisieran saber qué es lo que haría. Si tenía suerte podría pasarlos y salir de allí, pero no creía que la tuviera y ni siquiera sabía dónde rayos estaba como para correr. Miró detrás, Anabela la observaba intensamente. Esto la estaba asustando de forma increíble, se alejó de los hombres y Anabela se movió en su dirección. Bárbara comenzó a sentirse mareada. —Calma —le dijo ella suavemente, pero no sirvió de nada, aun así, se desmayó por primera vez en su vida. 
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