1er ENCUENTRO - 1er ROUND

4649 Words
Una Oportunidad El cuadrilátero se iluminó. La multitud gritaba su nombre. Todo se movía a cámara lenta a su alrededor. Vestía una bata negra bordeada por una cinta rojo pasión; la capucha le remarcaba ese aire de chico malo y rebelde, dejando entrever solo las sombras que caían sobre sus masculinas facciones. Ojos marrones, de ese tipo de color que te seduce y te hace querer perder la razón. Nariz perfilada, que parece esculpida a la perfección por un artista sobre su rostro. Labios entre abiertos, que te tienta a tenerlos sobre tu cuerpo, suaves y fuertes a la vez. Era mi primera vez en una pelea de boxeo profesional, los padres de Natasha nos invitaron a ella, la loca de mi compañera de cuarto en la universidad e inseparable desde entonces; a Demmi, mi amiga desde hace tanto tiempo que no logro recordar, y a mí; para celebrar que Natasha había conseguido el trabajo de sus sueños en Wall Street; ¿Qué cargo va a ocupar? Ni me lo pregunten, ella no dio detalles, solo hablaba y hablaba de Wall Street, y cuando por fin, después de semanas de arreglar su currículo e ir y venir de entrevistas, recibió la llamada que tanto esperaba, gritó por todo nuestro apartamento como una loca, y empezó a llamar a cuanta persona tenía en su lista de contactos para dar la gran noticia. Pero eso no es lo que me tiene con la presión a mil, no, es saber que voy a ver en vivo y en directo al hombre que me quita el sueño, a Daniel “el dios” Kydog en una pelea por el campeonato de peso medio pesado, una categoría donde se ha hecho un nombre y una gran reputación. La primera vez que lo vi boxear fue en mi habitación de universidad. Demmi no hacía más que hablar de él, que le decían “el dios” no solo por su talento en el ring, sino también porque todas las chicas con las que se le veía querían repetir y repetir. Y cuando la loca de mi mejor amiga se juntó con mi compañera de cuarto, hicieron —sin mentirles— cortocircuito. Natasha creció en una familia amante al boxeo; sabe todo lo que se necesita saber sobre ganchos de derecha, izquierda y knockouts, y por supuesto, conocía al enigmático Daniel, y su corta —aunque muy exitosa— trayectoria por el cuadrilátero. Una pelea, un solo asalto me bastó para encapricharme cual groupie de “el dios”. Ver sus brazos tonificados, que cada que lanzaba un golpe se tensaban y relajaban con tanta intensidad, su sixpack bien marcado contrayéndose con cada respiración acelerada, su espalda descubierta y brillante por el sudor, la forma en que sus hombros iban y venían con cada movimiento, el bailar de sus piernas endemoniadamente largas, musculosamente trabajadas; la forma en que sus muslos se perdían por debajo de su pantaloneta negra, cómo la franja roja delineaba a la perfección su estrecha cintura, la V que sobresalía de sus caderas y dejaba demasiado a la imaginación… ¡Dios! Creo que no sucumbí gracias a que no podía apartar los ojos del televisor. Ahora, a solo dos filas de distancia del cuadrilátero, después de seis años de seguir su carrera profesional, de ver cómo fundaba su imperio, de saber que es un amante de la literatura al igual que yo, por fin, le voy a ver en acción. Le voy a ver danzar como los dioses en el ring. Voy a sentir el éxtasis del momento cuando por fin llegue el knockout, porque “el dios” Kydog nunca llega hasta el último round, no señor. Él es de los que sale a matar al cuadrilátero; hace más de cuatro años que ninguno de sus contrincantes ha podido llegar hasta el final. Camina con propiedad. Sabe que es el dueño del mundo, que no hay quien le pueda ganar. Su manager, Sebastian Dinff, camina unos pocos pasos detrás de él. —¡Ahí! Mira —grita Natasha para sobrepasar el ruido de las ovaciones que se oyen en el lugar; como si no le hubiera visto desde que entró en el coliseo. No he despegado ni un segundo los ojos de la entrada que da a los camerinos—. ¿A que es sexy el condenado? —Se ha acercado a mí para que solo yo la oiga, porque ese tipo de comentarios no quedan nada bien delante de un padre, y menos delante del suyo, que es la mata de la educación y la moralidad. Aun no entiendo cómo es así de loca mi amiga, si sus padres no toleran el lenguaje subido de tono ni fuera de lugar. —¿Sexy? —digo tanto para ella como para mí—. Creo que por ahí pasó… —…Y siguió de largo —finaliza Demmi, que como siempre, está al pendiente y con las pilas puestas. Natasha se ríe y chocan los cinco, una señal propia de camaradería. No escucho nada, absolutamente nada más, porque Daniel acaba de pasar por entre las cuerdas del cuadrilátero y se dispone a exhibir ese cuerpazo playboy que me enloquece. Sebastian toma la bata y empieza a quitársela por los hombros, y ahí está “el dios” en más de un sentido. Su cabello, como siempre, n***o, medio ondulado y desordenado, dándole ese toque relajado y de un hombre que no le teme a nada. Los músculos de su espalda, tersos y bien formados. Sus omóplatos, haciendo una combinación perfecta con sus hombros anchos y brazos esculpidos. Cuando se da la vuelta, me da una vista panorámica de su pecho, subiendo y bajando con cada respiración, los abdominales de un hombre que sabe lo que significa la palabra ejercicio, con todo y sus nueve letras; y cuando fijo mis ojos en su rostro… ¡Dios mío santo bendito! Esa boca… Viajaría por cielo, mar y tierra solo por conseguir una probada de esos labios exquisitos, por ver esa sonrisa dirigida a mí, y segura que daría lo que fuera por esa mirada penetrante y arrolladora. Su contrincante es, bueno, digamos que está bien, pero nadie se vería remotamente tentador al lado del dios. El réferi los llama al centro, empieza a hacer la presentación de los adversarios, a decir que serán doce rounds los que definirán el nuevo campeón mundial y que esperan no sé qué y no sé qué más, porque la verdad estoy en mi propia burbuja de “Daniel”. El combate empieza con el sonido de la campana, ambos hombres comienzan a moverse de un lado al otro; Arthur —el adversario de Daniel— lanza el primer golpe, pero no impacta en ninguna parte, porque Daniel tiene la guardia arriba, se protege con los antebrazos y sus pies van y vienen como las olas. Una y otra vez Arthur lanza golpes, de derecha, de izquierda, arriba y abajo, pero nada. Como el hombre inteligente y astuto que es “el dios” solo le está cansando, le está agotando para que cuando lance su golpe, sea definitivo y voraz. El cronometro marca un minuto y cuarenta y tres segundos del quinto round; falta un poco más de un minuto para que se termine el asalto, pero ya es hora de que Kydog ataque. Lanza su pie y su brazo izquierdo hacia atrás, apoya su peso hacia adelante y ahí está, un golpe rotundo sobre la mandíbula de Arthur; este se tambalea unos pasos, se da contra las cuerdas y cae al suelo. La multitud estalla en gritos. Natasha salta y tira los brazos al aire, sus padres aplauden, Demmi me abraza emocionada, y yo tengo la sonrisa más bobalicona instalada en la cara. El réferi se acerca a Arthur y empieza el conteo, la multitud le ayuda alzando la voz y gritando: —UNO… DOS… TRES… CUATRO… CINCO… SEIS… SIETE… OCHO… NUEVE… No alcanzo a escuchar el diez, porque, como en las últimas noches desde el encuentro, escucho la alarma de mi despertador. Ufffff…. Esto no ha sido más que un sueño, la reproducción de lo que viví la noche del sábado, las sensaciones que experimenté cuando vi al hombre que me apasiona y me sube la temperatura a mil. Ese día no lo voy a olvidar en mi vida. Estar así de cerca de Daniel Kydog ha sido una experiencia sobrenatural. Poder verlo en acción, poder sentir el furor de la gente cada que esquivaba un golpe, la intensidad del knockout. Todo fue más allá de extraordinario. Creo que nunca alcanzaré a agradecerles lo suficiente a los padres de Natasha por darme la mejor noche de mi vida. Mi despertador vuelve a sonar. Está programado para despertarme a las siete y repetir la alarma cinco minutos después. Me levanto. Hoy es un día importante, trabajo para la editora de una revista de economía y finanzas, lo más aburridor de la existencia, pero hasta que me pueda hacer de un nombre y obtener un puesto como editora, hay que hacer algo para pagar las cuentas, porque, aunque vivo con las locas de mis amigas, en un más que modesto apartamento en Manhattan, no puedo vivir siempre de lo que me mandan mis padres. Ya estoy grandecita y he tomado la decisión de venirme sola al otro lado del país, a la gran ciudad, así que he de responder por mí misma. Tengo tres horas antes de irme a trabajar. Me doy un baño de agua helada, sí, helada, porque después de revivir la espectacularidad de Daniel en mi sueño, necesito con urgencia algo que me quite este calor. Cuando termino de secarme el cabello y apenas me he abotonado la blusa de seda blanca que he decidido ponerme hoy, oigo cuando un cristal se rompe. Me asusto por un momento hasta que escucho… —¡Margy! ¡Margy! —grita Natasha desde la sala. Desde que empezamos a ser inseparables en la universidad, ese ha sido mi súper apodo. Salgo de mi habitación hacia la sala de estar, porque si no voy rápido, juro que le va a dar un ataque. —Nat. —Mi forma de referirme a ella—. Por el amor de Dios. Debes tomar clases de yoga o algo así, porque si continuas con esa efusividad te va a dar un in… —voy apagando la voz cuando fijo mi mirada en la pantalla plana que da vida a la sale de estar—…farto. Dios mío. El rostro de Daniel está en los noticieros, cosa que no es para nada rara, pero eso no es lo que me deja de piedra, no, es el titular de la noticia donde pone y cito: “Asistente personal de Daniel “el dios” Kydog es encontrada muerta en uno de los autos del deportista y empresario tras ser reportada como desaparecida la noche del domingo después de la fiesta de inauguración de la revista Sport K, uno de los ejemplares de la línea de deportes de la Editorial Kydog”. Me centro en recuperar el aliento y llegar hasta el sofá donde Nat está con los ojos abiertos de par en par y atenta al cien por ciento en la reportera que cubre la noticia. “Aquí, a las afueras de la ciudad, fue hallado el cuerpo sin vida de Catrina Austin, la asistente y mano derecha de “el dios” del boxeo y dueño de la prestigiosa Editorial Kydog”. Muestran la foto de Catrina Austin, una chica alta y delgada, de cabello n***o y labios rojos, luciendo un elegante vestido Gucci de pedrería dorada hasta los tobillos, entrando a la recepción en el hotel Ritz-Carlton. “Catrina de tan solo veinticinco años de edad, fue encontrada muerta en uno de los coches del boxeador después de estar desaparecida tras haber asistido a la ceremonia de inauguración de la revista Sport K”. Muestran las imágenes de la madrugada, donde se ve a varios metros un auto plateado. Realmente desconozco de autos, por lo que ni idea del modelo. En la imagen, la policía ha acordonado la zona, por lo que no se ve nada a excepción del auto. “Ella asistió a la recepción junto con su jefe, pero según testimonios de algunos de los asistentes al evento, Daniel Kydog se ausentó mucho antes que la víctima, acompañado por la top model rusa, Nichola Bretzcot”. Como siempre, no puede faltar la cuota farandulera. La periodista sigue dando la noticia, pero Nat le pone en silencio, para poder dirigirse a mí. —¿Qué crees que le haya pasado? —pregunta en tono serio. Parece preocupada. Mantengo la mirada en la pantalla mientras me encojo de hombros. —¿Aparte de que está muerta? —comento sarcásticamente. Está bien, sé que eso sonó un poquito frío, pero, ¿Qué se supone que conteste a eso? ¿Qué diablos voy a saber sobre lo que le pasó a la pobre chica? Un estruendo nos sobresalta a ambas cuando Demmi entra en el apartamento como alma que lleva el diablo. —¿Ya vieron las noticias? —Mira hacia la pantalla y prosigue al dar respuesta por sí misma a la pregunta—. Twitter ha sido invadido. La noticia se dio a conocer hace solo media hora y ya es tendencia mundial. Nat se lleva la mano a la boca para ahogar una exclamación. Creo que está exagerando por lo que acaba de decir Demmi, porque no creo que ser tendencia mundial en Twitter sea tan importante, pero cuando dirijo mi mirada hacia ella, veo que está concentrada de nuevo en la pantalla del televisor. Me doy vuelta para ver lo que la hizo escandalizarse, cuando la voz de la reportera suena de nuevo haciéndome parpadear de asombro. “Los padres de Catrina Austin declararon que en las próximas horas presentarán una demanda contra Daniel Kydog por el asesinato de su hija. Mientras tanto, han pedido a las autoridades protección para ellos y para su hija menor, Camiel Austin, ya que creen que el boxeador puede tomar represalias contra ella”. ¡Dios mío! También me llevo la mano a la boca. ¿Cómo se les ocurre que Daniel pueda hacer semejante cosa? —Saben —dice Demmi un momento después, sin el menor signo de alteración—. Estoy segura que él no fue. —Nos mira levantando una ceja—. ¿Han visto a Nichola Bretzcot? Frunzo el ceño. ¿Qué tiene que ver la top model en esto? Debe leer mi expresión porque pone los ojos en blanco y contesta: »¿Te puedes creer que semejante hombre, tan varonil y bien dotado, sale con una de las modelos más cotizadas del mundo, la deja en su casa y se va a devolver a matar a su asistente? Sigo perdida. —No hay poder en el mundo que no lo haya dejado llegar a segunda… —responde Nat—, tercera y, ¿Quién dice que no? Repetir todas las bases con esa mujer. —Suspira pesadamente—. Suertuda la desgraciada. —Se voltea hacia mí—. Demmi tiene razón, a la hora del asesinato, ese dios estaba, puedo asegurarlo, ligero de ropa y llevando al paraíso a la insípida de Nichola. Esa es una imagen que no quiero tener en mi mente, la de Nichola claro está, porque de solo imaginar a Daniel “ligero de ropa” ya tengo para necesitar, de nuevo, un baño de agua helada. Las noticias continúan. Estoy segura que no se hablará de otra cosa el día de hoy, a solo cinco días de ganar su último título mundial y a menos de la inauguración de otra revista deportiva, una más que se suma a su imperio, este escándalo se tiene que hacer notar. —Sabes lo que quiere decir esto, ¿Verdad? —Demmi me habla como si no pasara nada, como si fuera un cotilleo de farándula normal. Levanto las cejas y la miro con cara de ilumíname, porque no me entero de nada. Se deja caer a mi lado en el sofá, se sienta sobre una pierna y deja la otra apoyada en el suelo, me mira y al mismo tiempo señala con una mano la pantalla. »Ahora Daniel necesitará una nueva asistente —dice sin más. Espera… ¿Qué? —¿Y? —pregunto frunciendo el ceño. —¿Cómo “Y”? —Hace una expresión de obviedad absoluta—. Llevas meses quejándote que te cae mal tu jefa y que no aguantas las finanzas. Si no es por Nat, ya te hubieras tirado de un puente con tantos números y palabras absurdas y sin sentido. —Así se refiere Demmi a todos los términos financieros que he tenido que aprender, pero que no tolero—. Y para completar llevas desde… —continúa llevándose una mano a la barbilla en un gesto propio de que va a pensar, así como el emoticón en w******p—, será desde que estábamos en la universidad, enamorada de Daniel Kydog. —¿Y? —repito como una tonta, aunque debería estar parando ese tren. Admito que me gusta Daniel, como al noventa y nueve punto nueve por ciento de la población femenina en este hermoso y grande país, pero de ahí a estar enamorada, lo que se dice enamorada, hay un abismo de diferencia. —Nat, ¡Ayúdame!  —replica Demmi exasperada. Nat abre la boca y la vuelve a cerrar, creo que anda igual de desubicada que yo. —También diré… ¿Y? —me imita cuando por fin toca tierra. —¡Dios mío, perdónalas porque no saben lo que dicen! —exclama Demmi totalmente ofuscada. ¿Qué quiere que hagamos nosotras? O bueno, para ser más precisa, ¿Qué quiere que haga yo? »Debes postularte para ser su nueva asistente —dice después de unos minutos de mirar al techo y renegar en voz baja—. ¿Qué no es obvio a lo que quiero llegar? Me quedé de piedra en la parte de “postularme para ser su nueva asistente”. »Esto es perfecto Margy —continúa mientras la miro con cara de alucine—. Bueno, no la parte en que esa chica está muerta, claro. Pero si la parte en que te postulas para ser su asistente personal. —Toma mis manos y me mira fijamente—. Ésta es la oportunidad que estabas esperando —dice con convicción—. ¿Te imaginas? —Espera un momento mi respuesta, pero al ver que no suelto prenda continua—: Margaret Queen, asistente personal de Daniel “el dios” Kydog. —Hace gestos con las manos, cual pancarta publicitaria. Y si con lo de “postularme para ser su nueva asistente” me había quedado ensimismada, con solo decir mi nombre cerca del de Daniel ya tengo para pensar que sigo soñando. —¡Eres increíble, Demmi! —La efusividad de Nat vuelve al ataque—. Y sé cómo hacer que eso suceda —declara. Dirijo mi mirada a Nat rápidamente. —¿Cómo…? Espera. ¡¿Qué?! —Mi voz sonó más histérica de lo que debería. Nat sonríe con suficiencia. —Éste es el momento de tu vida, Margy, y no porque estés hecha una tonta en el sofá, quiere decir que tus mejores amigas te vayamos a dejar pasar de largo. —Nat niega con la cabeza—. No señor. Ese puesto va a ser tuyo. Se levanta de un salto del sofá y coge su iPhone. Busca por un minuto bastante largo entre sus contactos y después de pulsar el marcador se lo lleva a la oreja. »Hola, soy yo —dice en tono alegre. Escucha por un momento y después—: Sí… no me digas. Eso es genial. —Hace una pausa—. Ya. ¿Está noche? —Espera la respuesta—. Por supuesto. Pero, la verdad no te llamaba para eso. ¿Debo suponer que has visto las noticias? —Se da la vuelta hacia nosotras y cruza los dedos y hace una mueca bastante divertida—. ¡No! —Se ríe de lo que sea le ha dicho la persona al otro lado de la línea—. Venga, que tengo el mejor trabajo del mundo, y ni siquiera por el dios lo dejaría tirado. —Se interrumpe—. ¿En serio? —Levanta las cejas de tal manera que parece que se le fueran a perder en el cabello—. No me digas. —Su tono es de sorpresa—. Ajá… Sí. Lo entiendo perfectamente. Claro. A las dos en punto y ni un minuto más, sí… estará allá. —Su cara dibuja esa sonrisa de chica que lo consigue todo—. Te debo una, y sabes que no olvido los favores. Besos. —Parece que va a colgar, pero retiene por un momento más el celular. Se echa a reír y continúa—: Está bien, ésta noche. —Aun no cuelga la llamada, pero levanta el dedo índice en nuestra dirección—. Sí. No se me olvida. —Su voz es suave y por la forma en que empieza a mover el cabello les puedo asegurar que el del otro lado de la línea es un hombre y que ella está coqueteando, abiertamente, con él—. Está bien. Besos… y hasta esta noche. —Cuelga, elevando los puños al aire, y grita—: ¡SÍ! Demmi y yo nos miramos por un momento antes de romper a reír. No hemos entendido nada, pero la cara de Nat está para comedia romántica. »Esta me la vas a pagar con creces, Margy —dice Nat cuando deja de saltar por toda la sala—. Tú y don exquisito tienen programada una cita para hoy a las dos de la tarde... Empiezo a poner los ojos como platos y a negar frenética con la cabeza. Nat me señala con un dedo y pone esa cara de fiera enjaulada con ganas de morder. »Ni se te ocurra decir que no —me amenaza—. He pedido un favor que me va a tocar pagar bien duro —Sonríe traviesa y ahí va lo duro—, y tú vas a ir a esa cita y a conseguir ese puesto sí o sí. —Pero… —Demmi me pellizca una pierna—. ¡Ay...! ¡Demmi! —No te atrevas a decir que no —replica mientras se pone de pie al lado de Nat y cruza los brazos de manera desafiante. —Ni siquiera soy secretaria —digo sin sentirme intimidada en absoluto por sus poses—. Soy ayudante de edición. No tengo idea de qué hace una asistente. —Yo sí —dice Demmi en tono meloso. Mira a Nat y le guiña un ojo—. Una asistente hace que su jefe sea un hombre feliz. —Finaliza con una sonrisa de oreja a oreja y pestañea unas dos veces. —No me digas —recrimino en tono sarcástico cuando capto el mensaje—. Pues Daniel Kydog podrá estar muy lindo… —¿¡Lindo!? —exclama Nat en tono fuerte. Parece que hubiera cometido un crimen—. ¡Por Dios, Margaret! ¡¿Vas a trabajar para el hombre más apetecible de la ciudad y tienes la osadía de decir que es lindo?! —Su voz ahora es estridente. Tiende a tomarse todo al pie de la letra cuando habla de chicos, y ni qué decir cuando el tema de conversación es nada más ni nada menos que el exquisito de Daniel, que parece que le gustara más a ella que a mí. —Aún no es seguro que vaya a trabajar para él —murmuro a la defensiva. —Aaaaaaah no —dice—.  Después de que te vea y le eche un buen vistazo… —Su entonación se profundiza bastante en esas últimas dos palabras—, a tu currí-culo —separa la palabra para darle un doble sentido, el cual capté a kilómetros—, no habrá duda de que te contratará. ¡Dios mío! ¿Qué hago yo con este par de locas que tengo como amigas? Juro que cuando las conocí parecían normales. Respiro profundamente. ¿Yo, asistente personal de Daniel Kydog? No, para empezar no me podría concentrar ni un solo segundo. ¿Quién es su sano juicio y con una vista veinte/veinte podría hacer algo teniendo cerca a semejante aparición? Si sus ojos hipnotizan y su sonrisa te embelesa. Definitivamente no. Aunque… suena tan tentador. Una cita con un dios. ¡Ay, por Dios! Tengo una cita con “el dios” Kydog. Puede que no vaya a trabajar para él, pero puedo aprovechar esta oportunidad para conocerle, estrecharle la mano, tocar su piel, mirar de cerca sus labios, disfrutar de su sonrisa, respirar su mismo aire, ¡Dios mío! Definitivamente voy a ir a esa entrevista. —Tengo que ir a trabajar —digo derrotada cuando recuerdo el pequeño detalle de que el reloj sigue corriendo, y que, a mi muy amada jefa, nótese el tono sarcástico, le choca que llegue tarde al trabajo, aunque ella puede llegar siempre media hora después; eso sí, se da cuenta a qué hora cruzo yo la puerta. Debe tener cámaras escondidas o pagar sacerdote vudú o qué sé yo. —No —expresa Nat alegremente. —Sí. —Ignoro su expresión y me levanto para terminar de arreglarme. —He dicho que no —alega autoritariamente—. Por lo menos no hasta las dos. —Le da una mirada a Demmi y ésta asiente con la cabeza. —Para cuando lleguen las dos esas curvas de pasarela van a causar sensación. —Demmi me mira de arriba abajo.  Puffff. —¡Por favor! Curvas de pasarela, ¿Yo? —Nena —dice Nat—, mi regalo para celebrar tu nuevo puesto va a ser un espejo, porque necesitas verte a ti misma más a menudo. Resoplo. Les voy a pedir una cita a cada una, pero con un médico, porque necesitan gafas y dejar de desvariar. —Chicas. —Voy a terminar con esta locura ya—. De verdad que agradezco el interés y, no les voy a negar que suena tentador conocer en persona a Daniel, y que trabajar para él sería por mucho alucinante, y que saber que le podría escuchar todos los días me pone frenética de emoción, pero… —Cierro la boca de golpe. ¿Pero qué? Tengo que reconocer que esto es magnífico, que tengo tantas ganas de ir a esa cita que ni yo misma me las creo. Que cualquiera mataría… borremos lo de matar, suena muy cruel en estos momentos; que cualquiera haría lo que fuera, excepto asesinar, por ser la afortunada mano derecha de Daniel Kydog, así que… ¿Por qué me niego esto a mí misma? Es mejor arrepentirse de lo que se ha hecho que de lo que se ha dejado de hacer, y sé, maldita sea si lo sé, que, si no voy a esa entrevista y por lo menos le saludo, no me lo voy a perdonar nunca. Mis loquísimas amigas deben ver mi batalla interior porque sonríen de oreja a oreja y empiezan a saltar de alegría. —¡Está decidido! —exclama Demmi—. Hoy vas a conocer al espectáculo para la vista de Daniel Kydog.
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