Capitulo 1

1003 Words
Aquel iba a ser mi primer viaje sola. No había duda de que sería una aventura. Millones de veces había imaginado en mi mente como seria, las situaciones a las que me enfrentaría, a como me las apañaría para sobrevivir. Tenía una ventaja, claro. El italiano era algo similar al español (mi lengua materna), y ya había logrado aprenderme palabras y frases útiles que necesitaría para el diario vivir. Pero los nervios y retorcijones que sentía en mi estómago no eran solo porque iba sola, sino que también porque esta sería la segunda vez en mi vida que viajase en avión. La primera, fue hace un par de años, cuando visite y conocí a mi familia en Cuba. No fue la mejor experiencia de mi vida (las turbulencias me dejaron pegada al techo, prácticamente). Dos meses duraría esta aventura. Jamás había estado tanto tiempo lejos de casa. Por supuesto que extrañaría a mis padres, a mis hermanos, a mi perrita, Poppy, y a mis amigos del alma: Maya, Aron y Lucas. Pero también sentía que necesitaba hacer este viaje sola, necesitaba descubrir Roma, perderme por sus estrechas calles, comer gelatos sentada junto a una bella fuente antigua, estar un día entero en el museo del vaticano y pedir un deseo en la Fontana Di Trevi. Mientras soñaba despierta, haciendo la fila para embarcar al avión, escuchaba a algunos hablando italiano. Me sorprendí a mí misma entendiendo algunas de las cosas que decían, y casi me daban ganas de reír. Observaba sus gestos, el cambio en las expresiones de sus rostros, los movimientos de sus manos. Aquello me desconcertaba. Si había algo que me gustaba, era dibujar manos. Captar la más mínima arruga, la más mínima sombra, hacerlo lo más realista posible. La azafata me pidió mi pasaporte y mi pasaje. Me sentía tan inexperimentada en todo esto, no dejaba de sonreír frecuentemente. Me señalo con la mano para que entrara por las puertas y camine con paso decidido hasta la manga que conectaba el gigantesco avión con la edificación. Intente mirar por los vidrios si lograba divisar mi maleta siendo subida a la bodega del avión, ya que me ponía muy nerviosa que se perdiera. Llevaba conmigo, además, una pequeña maleta de cabina y una mochila pequeñísima, donde llevaba mis documentos, teléfono, tablet, audífonos y agua. Me detuve cuando me encontré frente a la puerta del avión abierta, con los tripulantes en la entrada, recibiendo a los pasajeros. Este era un avión mucho más grande que el que conocí cuando viaje anteriormente. Tome una gran bocanada de aire, y subí. Salude a la tripulación, y doble a mi derecha hacia el pasillo. Nunca había visto como era la primera clase. Los asientos, que parecían más sillones muy mullidos, eran para solo dos personas, con grandes pantallas para entretenerse, luces a los lados, y una cómoda plataforma donde acomodar los pies. Me sentía tan fuera de lugar, que me apresure por caminar hacia los pasillos de cabinas económicas que con tanto esfuerzo había logrado comprar junto con mis padres. De la nada, algo golpea mi nuca. Tambaleo hacia delante, trastabillando con mi propia maleta y perdiendo el equilibrio. Con la visión algo borrosa por el golpe, doy manotazos para intentar encontrar algo de lo que afirmarme, sin éxito alguno. Esto es excelente, Lina, ni siquiera ha comenzado el viaje y ya estás haciendo el ridículo me digo a mi misma. Me resigno a caer, no sin seguir buscando inútilmente afirmarme de algo. Mi mano derecha encuentra otra mano, y la afirmo con fuerza, tanto que entierro mis uñas en la piel. Volteo y me comienzo a caer de espaldas, golpeándome en la parte trasera del muslo izquierdo con mi maleta. Voy a caer en mi trasero, eso seguro. Pero un brazo ágil atrapa mi cintura y me ayuda a levantarme, evitando mi patética caída. —Mierda—susurro, mientras cierro los ojos y sobo el chichón que me ha salido en la nuca. Estoy mareada. —¿Esta bien señorita?—pregunta una voz femenina detrás de mi salvador y yo. —Sí, si—digo, asintiendo con la cabeza. Mala idea, vuelvo a marearme. —Ven, siéntate—dice una voz masculina profunda, y que me suena algo conocida. Me obliga a sentarme en un asiento. Escucho murmullos, personas hablando en inglés, italiano, y otros idiomas que no logro reconocer. —¿Qué le ha pasado?—pregunta la mujer. —Me levante a sacar algo de mi maleta, y la golpee sin querer con la punta de la cabina—dice el hombre. —María, trae el botiquín y algo de hielo—ordena otra voz femenina. —Abre los ojos, cariño—dice la primera voz femenina. Le hago caso. Varios puntitos me nublan la visión momentáneamente, y me da vueltas levemente, pero no es nada terrible. Logro ver la cara de la mujer más cerca de mí. Cabello rubio, recogida en una alta cola de caballo, ojos cafés delineados delicadamente, labios pintados con un ligero toque rojo. Es una azafata, y esta arrodillada frente a mí. —¿Cómo te sientes?—pregunta. —Lo lamento mucho, no me di cuenta que estabas tan cerca—dice la voz masculina. Volteo mi cabeza hacia el hombre, que está junto a la azafata. El muy imbécil pienso. Me siento preparada para decirle un par de improperios, pero estos se quedan trabados en mi garganta cuando contemplo sus ojos azules. —Aquí tiene el hielo, Gina—le dice una azafata a otra de mayor edad, que está detrás de la rubia. —¿Te sientes bien?—pregunta él. Oh por dios pienso, incapaz de articular una sola palabra. Sus ojos, de un azul intenso, me miran con detenimiento, estudiándome. Lleva su cabello castaño corto, como se le ve en las películas, y desordenado, pero se ve increíblemente sexy así. La barba incipiente denota que ha estado un par de días sin afeitarse. Debo estar soñando. Me pellizco disimuladamente. No, no estoy soñando. Descarto la posibilidad de que en realidad sea alguien muy parecido cuando noto la mirada de las demás azafatas y pasajeros sobre él. Muy bien, entonces, si no estoy soñando, solo quedan dos opciones: el golpe en la cabeza me hace tener alucinaciones o en realidad, por más remota y loca que sea la idea, Colin Earls está frente a mí disculpándose.
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