Observo detenidamente la chica de cabello rubio cobrizo, ojos celestes, cuerpo de infarto y descalza ¡Dios! Ella desata dos cosas en mi: lujuria y ternura por partes iguales.
A sus veintiún años ya es toda una mujer: bella, alegre, despreocupada, dulce e inocente. Cualidades que hacen estragos en mi cuerpo y en mi mente.
Ahora soy diferente, soy otra persona que creció y maduró por la fuerza... o quizás no, tal vez era el tiempo perfecto para sentar cabeza como dice mi padre. Amargado y con mal humor, cascarrabias y con un pasado tormentoso, no estoy buscando ese ángel que alguien me dijo que se encontraba en algún lugar de mi infierno, pero ésta chica con su personalidad deliciosamente espontánea e ingenuamente rebelde me tranquiliza solo con mirarla jugar y corretear con mis hijas.
Tal vez no la busqué, quizás apareció o sólo se cruzó en mi camino para apaciguar este fuego ardiente que me quema hasta los tuetanos, puede que haya llegado para ayudarme a buscar y reconstruir éste tonto corazón... y a aliviar éste dolor tormentoso que aún lacera ésta pobre alma que anda inerte entre las sombras.
Aquí estoy de nuevo: escondido, atrapado, cautivo e inmerso en este mar de oscuridad.
Para los que no me conocen: mi nombre es Napoleón McCarty y ella puede ser mi ángel.