Capítulo 2

1723 Worte
2 Nora Envuelta en los brazos de Julian siento el zumbido familiar de la emoción mezclada con la inquietud. Nuestra separación no lo ha cambiado ni un ápice. Es el mismo hombre que casi mata a Jake, el que no dudó en secuestrar a la chica que quería. También es el que casi muere por rescatarme. Ahora que sé lo que le pasó, veo los signos físicos de su dura experiencia. Está más delgado que antes, tiene la piel algo más bronceada y tirante y los pómulos marcados. Tiene una cicatriz rosa irregular en la oreja izquierda y lleva el pelo n***o extremadamente corto. En la parte izquierda de la cabeza, el pelo le crece de una forma un poco desigual, como si también ocultara una cicatriz. A pesar de esas imperfecciones diminutas, sigue siendo el hombre más guapo que he visto jamás; por eso, no puedo dejar de mirarlo. «Está vivo. Julian está vivo y yo estoy otra vez con él». Todo me parece surrealista. Hasta esta misma mañana pensaba que estaba muerto. Estaba convencida de que había fallecido en la explosión. Durante cuatro meses largos e insoportables, me he obligado a ser fuerte, a seguir con mi vida e intentar olvidar al hombre que ahora mismo está sentado a mi lado. El hombre que me robó la libertad. El hombre a quien amo. Levanto la mano izquierda y trazo poco a poco el contorno de sus labios con el dedo índice. Tiene la boca más increíble que haya visto, una boca diseñada para pecar. Cuando lo toco, separa sus preciosos labios y me aprieta la punta del dedo con un diente blanco y afilado, mordiéndolo levemente. Luego se lleva mi dedo a la boca y lo chupa. Noto un estremecimiento de excitación cuando me lame el dedo con la lengua ardiente y húmeda. Se me tensan los músculos internos y siento cómo se me moja la ropa interior. Dios, qué fácil es cuando se trata de él. Una mirada, una caricia y lo quiero. Mi sexo se hincha, algo dolorido después de la forma en que me ha penetrado antes, pero mi cuerpo ansía que vuelva a hacerlo de nuevo. «Julian está vivo y me ha apresado otra vez». Cuando empiezo a asumirlo, le aparto el dedo de los labios y me recorre entera un frío repentino que apaga mi deseo. Ya no hay marcha atrás ni ninguna posibilidad de cambiar de opinión. Julian vuelve a estar a cargo de mi vida y esta vez estoy dispuesta a ir voluntariamente a su telaraña, poniéndome a su merced. Me recuerdo que, por supuesto, da igual que esté dispuesta o no. Recuerdo la jeringuilla que llevaba en el bolsillo y sé que en cualquier caso, el resultado habría sido el mismo. Consciente o sedada, hoy lo estaría acompañando. Por alguna extraña razón, este hecho me hace sentir mejor. Le pongo la cabeza en el hombro y me relajo. Es inútil luchar contra el destino de alguien, cosa que estoy empezando a aceptar. Con el tráfico que hay, el trayecto hacia el aeropuerto nos lleva poco más de una hora. Para mi sorpresa, no vamos al de O’Hare; terminamos en una pequeña pista de aterrizaje donde nos espera un avión grande. Consigo distinguir las letras escritas en la cola del avión: G650. —¿Es tuyo? —pregunto cuando Julian me abre la puerta del coche. —Sí. —No me mira ni entra en más detalles. Parece que está escrutando los alrededores con la mirada, como si buscara amenazas ocultas. Hay algo en su actitud que no recuerdo haber visto antes; por primera vez me doy cuenta de que la isla era tanto su santuario como un lugar donde podía relajarse de verdad y bajar la guardia. En cuanto me bajo del coche, Julian me agarra el codo y me guía hasta el avión. El conductor nos sigue. No lo había visto antes, ya que había un panel que separaba los asientos traseros del coche de la parte delantera, así que le echo un vistazo mientras nos acercamos al avión. El chico debe de ser un integrante de las fuerzas de operaciones especiales de la marina. Tiene el pelo corto y rubio y unos ojos pálidos de mirada fría que resplandecen en su cara cuadrada. Es aún más alto que Julian y se mueve con la misma gracia atlética, parecida a la de un guerrero, como si controlara con cuidado todos sus movimientos. Tiene un enorme rifle de asalto en las manos y no me cabe la menor duda de que sabe perfectamente cómo usarlo. Otro hombre peligroso… muchas mujeres pensarán que es indiscutiblemente atractivo, con sus facciones regulares y su cuerpo musculoso. Sin embargo, a mí no me atrae porque yo ya no tengo remedio. Pocos hombres le llegan a la suela de los zapatos al encantador ángel oscuro de Julian. —¿Qué tipo de avión es este? —pregunto a Julian al tiempo que subimos las escaleras y entramos en una cabina lujosa. No entiendo de aviones privados, pero este parece sofisticado. Intento no mirarlo todo embobada, pero fracaso por completo. Dentro, hay unos enormes asientos de cuero de color crema y un sofá moderno con una mesa de centro delante. También hay una puerta abierta que lleva hasta la parte trasera del avión, donde vislumbro una cama de matrimonio grande. Me quedo boquiabierta. «El avión tiene una habitación». —Es uno de los Gulfstreams de gama alta —responde girándose hacia mí para ayudarme a quitarme el abrigo. Me roza el cuello con sus manos cálidas y me provoca un escalofrío placentero—. Es de ultra largo alcance, puede llevarnos directamente a nuestro destino sin tener que hacer escala para repostar. —Es muy bonito —digo mientras veo cómo Julian me cuelga el abrigo en el armario junto a la puerta; después, se quita la chaqueta. No puedo apartar la mirada de él y caigo en la cuenta de que una parte de mí todavía teme que esto no sea real, de que me levante y descubra que todo esto solo ha sido un sueño… que Julian había muerto de verdad en la explosión. Pensar en eso hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo; él se da cuenta del movimiento que hago de forma involuntaria. —¿Tienes frío? —pregunta, acercándose—. Puedo ajustar la temperatura. —No, estoy bien. —Sin embargo, disfruto de su calor cuando me tira hacia él y me frota los brazos durante unos segundos. Siento cómo su temperatura me atraviesa la ropa, ahuyentando los recuerdos de aquellos horribles meses, cuando pensaba que lo había perdido. Abrazo a Julian por la cintura, con pasión. Está vivo y lo tengo conmigo. Es lo único que me importa ahora mismo. —Estamos listos para despegar. —Me sobresalta una desconocida voz masculina y suelto a Julian. Miro hacia atrás para ver al piloto rubio que está allí, mirándonos con una expresión impenetrable y dura. —Bien. —Julian sigue rodeándome con un brazo, presionándome contra él cuando intento alejarme—. Nora, te presento a Lucas. Él me sacó del almacén. —Ah, vaya. —Dedico al hombre una sonrisa amplia y sincera. Salvó la vida de Julian—. Es un placer conocerte, Lucas. No sé ni por dónde empezar a agradecerte lo que hiciste. Arquea un poco las cejas, como si hubiera dicho algo que lo sorprendiera. —Solo hacía mi trabajo —dijo con un tono grave y algo divertido. Julian esboza una leve sonrisa, pero no responde a eso. En su lugar, pregunta: —¿Está todo listo en la finca? —Todo listo. —Asiente Lucas y luego me mira con una cara sin expresión alguna, como antes—. Encantado de conocerte, Nora. —Se da la vuelta y desaparece en la zona del piloto de la parte delantera. —¿Te hace de chofer y de piloto a la vez? —pregunto a Julian después de que Lucas se haya ido. —Es muy versátil —responde mientras me lleva a los asientos lujosos—. La mayoría de mis hombres lo son. Tan pronto como nos sentamos, una mujer morena sorprendentemente hermosa entra en la cabina desde algún sitio de la parte delantera. El vestido blanco que lleva se le ajusta a las curvas y junto con el maquillaje, parece tan glamurosa como una estrella de cine, salvo por la bandeja con una botella de champán y los dos vasos que lleva en la mano. Se queda mirándome fijamente un instante antes de ir hasta Julian. —¿Quiere algo más, señor Esguerra? —pregunta mientras se inclina para colocar la bandeja en la mesa entre nuestros asientos. Su voz es dulce y melódica; mira a Julian con deseo y eso me pone de los nervios. —Esto bastará por ahora. Gracias, Isabella —dice mientras le devuelve una pequeña sonrisa y yo siento una intensa y repentina punzada de celos. Hace tiempo Julian me dijo que no había tenido relaciones con nadie más desde que me conoció, pero es inevitable preguntarme si ha mantenido relaciones con esta mujer en algún momento del pasado. Es una preciosidad y su actitud deja claro que estaría dispuesta a servirle a Julian cualquier cosa que quisiera, incluida ella misma, desnuda, en una bandeja de plata. Antes de que mis pensamientos sigan por ese derrotero, respiro hondo y me esfuerzo por mirar a través de la ventana cómo cae la nieve lentamente. Una parte de mí sabe que todo esto es una locura, que no es lógico sentir que Julian es mío. Cualquier mujer racional estaría encantada de que su secuestrador dejara de prestarle atención, pero yo ya no soy razonable cuando se trata de él. «Síndrome de Estocolmo. Vínculo afectivo tras un secuestro. Vínculo traumático». Mi psicóloga usó todos estos términos en las sesiones que tuvimos juntas; intentó hacerme hablar sobre mis sentimientos hacia Julian, pero era muy doloroso hablar del hombre que pensaba que había perdido, así que dejé de ir. Investigué sobre los términos más tarde y entiendo que puedan aplicarse a mi experiencia. No sé si es tan sencillo o si importa en realidad o no. Nombrar algo no hace que desaparezca. Cualquiera que sea el motivo del vínculo sentimental que tengo con Julian, no puedo hacerlo desaparecer. No puedo obligarme a quererlo menos. Cuando me giro para ponerme en frente de Julian, la azafata ya se ha ido de la cabina principal. Oigo los motores del avión, listos para despegar y me abrocho el cinturón de seguridad, como me han enseñado a hacer toda la vida. —¿Champán? —pregunta mientras coge la botella de la mesa. —Claro, ¿por qué no? —digo y miro cómo, con destreza, me sirve una copa. Me la da y me acomodo en un asiento espacioso; le doy un sorbito a la bebida mientras el avión despega. Mi nueva vida con Julian acaba de empezar.
Kostenloses Lesen für neue Anwender
Scannen, um App herunterzuladen
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Schriftsteller
  • chap_listInhaltsverzeichnis
  • likeHINZUFÜGEN