–Hijo, se te hace tarde –la voz de Allen, profunda y autoritaria, resonó una vez más con un tono que no admitía réplica. Sus palabras parecían romper el aire que hasta hace un momento parecía tranquilo y ligero. Sin embargo, Aidan no respondió; su silencio era un desafío apenas disimulado, uno que Allen reconocía al instante. Aunque Aidan ya se había despedido de Dreida, este se movio a un punto ciego para el lord. –Necesitamos llegar lo antes posible a casa –insistió el lord, esta vez bajando ligeramente la intensidad de su voz, pero manteniendo la firmeza–. Recuerda que tu querida madre nos está esperando, y no quiero que se preocupe por ti. Aquella última frase tuvo un peso especial. Aidan, quien hasta entonces permanecía de espaldas, dejó que sus palabras le calaran hondo. Finalmen

