La duda se dibujaba claramente en el rostro de Allen mientras cruzaba la acera hacia el centro nocturno «Desire Addiction». La misión que lo llevaba allí no era una de sus favoritas, y el ambiente del lugar no hacía más que añadir a su incomodidad. Desde fuera, esperaba encontrarse con un sitio oscuro, bañado en luces de neón, con el tipo de clientela que normalmente preferiría evitar. Sin embargo, por muy repelente que le resultase, no podía darse el lujo de retroceder. Debía encontrar a Couzie, el caza recompensas, y este era el último rastro que tenían.
Allen abrió la puerta con un movimiento decidido, aunque su expresión denotaba lo contrario. Al cruzar el umbral, sus expectativas comenzaron a desmoronarse. El interior no tenía nada que ver con lo que había imaginado. En lugar de luces cegadoras y música estridente, lo recibió una tenue iluminación escarlata que bañaba el lugar en una atmósfera cálida. La melodía suave que flotaba en el aire parecía invitar al diálogo en vez del desenfreno. Los clientes caminaban tranquilamente, conversando en voz baja, muchos de ellos acompañados, lo que daba al ambiente un aire inesperadamente civilizado.
Su atención se centró en la sala principal, amplia y majestuosa. En el centro, una imponente escultura romana capturaba todas las miradas. La figura, con una lanza levantada hacia el cielo, parecía una réplica de la estatua de la plaza central de la ciudad, aunque esta versión era más detallada y majestuosa. Las paredes del lugar estaban impecables, y el suelo relucía bajo la suave luz. Nada de bailarinas provocativas, ni clientes tambaleantes por el alcohol; el escenario estaba lejos de ser el antro de perdición que Allen había imaginado.
Aidan, su joven lacayo, permanecía cerca, inspeccionando el lugar con igual detenimiento con una sonrisa maliciosa al ver de cerca las expresiones de Allen. Ambos estaban al tanto de que Couzie podría estar ya entre los presentes, camuflado entre la multitud. La máscara característica que lo delataba no estaba a la vista, y ahora, sin ese distintivo, localizarlo sería un desafío titánico. Para complicar las cosas, ni siquiera estaban seguros del género del caza recompensas; las pocas pistas sobre su identidad los dejaban con más preguntas que respuestas.
Allen suspiró mientras se desplazaba con pasos lentos, evitando llamar la atención. Finalmente, giró hacia Aidan, que observaba la multitud con una mezcla de curiosidad y tensión.
—Adorable y pequeña llama —le dijo con tono bajo pero firme mientras le tomaba del brazo—. Vayamos un momento al baño, tengo una idea.
El apodo, que rara vez usaba, provocó una sonrisa fugaz en el rostro de Aidan, ya que ese sobrenombre, revela el significado de su nombre. Sin embargo, esta desapareció al instante cuando Allen lo miró directamente a los ojos.
—Tenía tiempo que no me llamaba así —murmuró Aidan, bajando la vista y tratando de ocultar el sonrojo que subía a sus mejillas—. Bien, vayamos, pero ¿a qué se refiere con «tengo una idea»? ¿Acaso le dieron ganas de ir por necesidad o está planeando algo más?
Allen esbozó una sonrisa enigmática, ignorando deliberadamente la pregunta de Aidan.
—Aquí no te lo voy a decir, mi estimado infante. Solo sígueme.