Después de un largo tiempo, el llanto de Aidan finalmente se fue calmando. Con movimientos lentos, se separó de los brazos de su padre, quien, sin pena alguna, tomó la manga de su chaqueta y comenzó a limpiar su rostro. La mezcla de lágrimas y arena que cubría las mejillas de Aidan desapareció bajo el cuidado minucioso de Allen, quien no apartaba la vista de la expresión afligida de su hijo. Cada mirada que intercambiaban le hacía sentir una punzada en el corazón, como si él fuese el culpable de todo lo que atormentaba al joven ghoul. Aidan, todavía con los ojos rojos por el intenso llanto, se levantó del césped con cautela, haciendo un esfuerzo por mantenerse erguido. Allen, que comenzaba a sentirse adormilado por el agotamiento acumulado, no dudó en ayudarlo. Se inclinó hacia él y le ex

