LA MAMA SICILIANA

1240 Palabras
CAP. 22 - LA MAMA SICILIANA Todo lo vivido en esos días y hablado con Alfonso, puso en guardia a la joven Ágata. Ella nació de una mujer y otras, de la familia, influyeron en su vida y su crianza. Conocía perfectamente el alma de ésas féminas y se sintió compungida. Le hubiera gustado conocer a su madre, sentirla, escuchar sus consejos. Hacerla abuela, quizás… Las mamás sicilianas en 1930 representaban el pilar fundamental de la familia, con un rol cargado de compromisos y tradiciones. En una época caracterizada por la pobreza y las dificultosas condiciones de vida, las madres sicilianas no solo eran encargadas e instructoras, sino también guardas de los valores familiares y de la rica sabiduría de la isla. Aun siendo una detractora de la sumisión de la mujer de entonces, las reconocía protectoras y resistentes a las situaciones adversas. Las madres sicilianas eran conocidas por ser hondamente guardianas con sus hijos, haciendo todo lo posible para avalar su bienestar y seguridad, incluso en medio de la pobreza y las dificultades económicas. Sin duda, erigiéndose como portadoras de costumbres: Ellas mantenían vivas la cultura y tradiciones sicilianas, transmitiéndolas a sus hijos a través de la cocina, el idioma, las canciones populares y las celebraciones religiosas. La comida, por ejemplo, era una expresión central de su amor y dedicación, aunque a menudo trabajaban con ingredientes simples y escasos. El espíritu religioso, la fe católica desempeñaba un papel central en sus vidas. Eran practicantes activas en los conocimientos religiosos, enseñando a sus hijos la importancia de la devoción por fe, en la vida cotidiana. Debía reconocer además que eran trabajadoras tenaces. Muchas madres sicilianas trabajaban dentro y fuera del hogar, ya fuera en los campos, ayudando a sus esposos, o realizando tareas domésticas para completar el ingreso familiar. Este trabajo a menudo se hacía de manera intangible, pero era crucial para la subsistencia del hogar. Fuerte eje emocional de la familia, en una sociedad patriarcal, la madre a menudo actuaba como el aglutinante emocional que mantenía unida a la familia. Eran una fuente de fortaleza y consuelo en tiempos dificultosos, ofreciendo apoyo tanto a sus hijos como a sus esposos. Hasta las tradiciones culinarias sicilianas de los años 30 giraban en torno a recetas simples pero llenas de gustillo, muchas veces creadas con ingredientes básicos que estaban disponibles incluso en tiempos de escasez. Estas comidas no solo alimentaban, sino que también reforzaban los lazos familiares y transmitían tradiciones culturales profundamente arraigadas. Ella recordaba perfectamente el aroma de la salsa impregnando el ambiente en la casa de su tía. La curiosidad la llevaba a mirar con admiración cómo pelaba los vegetales y cuánto condimentaba la pasta. Preparar la pasta desde cero era una actividad familiar en la que participaban madres, abuelas e hijos. Las recetas variaban, pero las salsas solían incluir tomate fresco, ajo, albahaca y, por lo general, un poco de carne o queso. Otro plato típico de Sicilia, que consistía en tortitas fritas hechas de harina de garbanzo, servidas dentro de un pan crujiente. Era una comida sencilla pero satisfactoria que las madres preparaban para sus familias. Saciaba. A sus primos les gustaba ir de pesca. En las familias que vivían cerca del mar, el pescado fresco era una parte esencial de la dieta, ya fuera preparado en guisos, asado, o combinado con pasta o arroz. Y los postres, ¡Mama mía! La tía solía preparar dulces sencillos, como biscotti o panellets, en ocasiones especiales, utilizando ingredientes como almendras, miel y harina. ¡Qué rico! Comer juntos era más que una necesidad; era una ceremonia diaria donde los valores de unidad y gratitud se reforzaban. La mesa familiar era el corazón del hogar. Comer juntos en familia era esencial porque era mucho más que un momento para alimentarse; representaba un ritual que fortalecía los lazos familiares y el sentido de grupo en una época donde la unión era clave para enfrentar las dificultades. En aquellos años 30, especialmente en regiones como Sicilia, donde la vida era desafiante, sentarse alrededor de la mesa permitía a las familias mantenerse conectadas y solidarias. Era el momento del día en el que se compartían historias, se intercambiaban preocupaciones y alegrías, y se reforzaban valores esenciales como el respeto, la gratitud y la generosidad. La comida no solo alimentaba el cuerpo, sino también el alma, creando un espacio donde todos se sentían escuchados y valorados. El acto de compartir la comida se percibía como un símbolo de bendición y agradecimiento. Era una forma de transmitir costumbres, recetas y enseñanzas, asegurando que la cultura y los valores familiares perduraran a lo largo de las generaciones. Las mujeres vinculadas a los mafiosos en Sicilia durante los años 30, compartían muchas de las características de las madres sicilianas tradicionales: eran protectoras, trabajadoras y profundamente dedicadas a sus familias. Sin embargo, su rol estaba influenciado por la cultura de la mafia, que imponía un código de silencio y la estructura patriarcal era aún más rígida. Mujeres a menudo desempeñaban un papel crucial en mantener la unidad familiar mientras sus esposos o familiares estaban involucrados en actividades ilegales o enfrentaban persecuciones. Algunas eran conscientes de las actividades de sus esposos, pero optaban por no cuestionarlas debido al peligro y las normas culturales de la época. Otras, en cambio, podían ser completamente ajenas a los detalles de las operaciones mafiosas. O elegirlo. En general, estas mujeres inculcaban valores tradicionales a sus hijos, pero también podían transmitir, directa o indirectamente, la importancia de la lealtad y el respeto al honor familiar, conceptos hondamente naturalizados en la cultura mafiosa. Estas mujeres, aunque vivían en un contexto de poder y peligro, no eran simples espectadoras, y a menudo libraban roles importantes dentro de la estructura familiar y social de la mafia. Recordaba claramente como, sin entenderlo bien, su tía, no solo cuidaba del hogar y de los hijos, sino que también resguardaba la reputación de la familia. En la sociedad mafiosa, el honor lo era todo, y ellas se encargaban de mantener una apariencia de respeto y naturalidad frente a la comunidad, a pesar de las actividades ilegales de sus maridos. En cuanto a guardar silencio, eran educadas para no cuestionar las decisiones de sus esposos ni hablar sobre las actividades ilícitas, incluso bajo presión. En este sentido, la lealtad hacia la familia y el esposo era primordial. También enseñaban indirectamente la importancia del acatamiento ciego a las figuras de autoridad dentro del tejido mafioso. Algunas mujeres llegaban a jugar un papel más activo, ya sea tramitando recursos financieros, enviando mensajes entre miembros de la organización o protegiendo bienes ocultados. Sin participación directa, era cuidadosamente controlada por las categorías masculinas. No todas las mujeres aceptaban sin oposición, este entorno. Algunas desafiaron los roles establecidos, especialmente cuando sus hijos o ellas mismas se veían en peligro. Algunas desafiaban las normas, aunque hacerlo implicaba riesgos significativos. Nunca supieron la fuerza con la que contaban al poder transmitir valores tradicionales como la lealtad, la familia y la discreción. También transmitieron, aunque no se dieron cuenta, la importancia de respetar y temer a la estructura jerárquica de la mafia. Por otra parte, mientras que los hijos varones a menudo eran criados con la expectativa de continuar con las tradiciones familiares dentro de la organización, las hijas solían ser protegidas de estos mundos violentos, aunque en muchos casos se esperaba que también obedecieran las reglas y restricciones que la mafia imponía. Y Ágata lo sabía muy bien.
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