Gabriel
Cuando llegué a este departamento e invité a Román a quedarse, ya habían pasado dos semanas. Había tratado de tener el mínimo contacto con Sofía, a pesar de que todos los días tomaba el celular y lo primero que quería hacer era llamarla o mandarle un mensaje preguntando cómo estaba. Pero tengo que tratar de alejarme, aunque ella en cada mensaje me pregunta si estoy bien o si algo me pasa. Estoy tirado en mi cama, pensando cómo solucionar el problema que en este momento está tocando mi puerta. Creo que fue la peor decisión que puede haber tomado al dejar que Román y Marisa se quedaran aquí. Me paro molesto y voy a abrir la puerta.
— ¿Qué pasa, Marisa?
— Ahí veo que el niño bonito no se despertó de buen humor.
— Pues no. En un momento tengo clases y con tu gritadera de toda la noche no me dejaste dormir. Así que ahora, ¿qué deseas?
Veo cómo baja su mano por mi pecho y me sonríe seductoramente. Yo solo volteo los ojos porque esto ha estado sucediendo desgraciadamente más veces de las que quisiera contar. Tomo su mano y la retiro con una cara de asco, y si soy sincero, realmente es lo que me provoca.
— Bueno, pues si no quisiera ser solo espectador, solo tienes que decirlo y con gusto vengo a ayudarte.
Yo suspiro porque realmente esto es desgastante. Paso por un lado de ella y voy y toco en la habitación de Román. Sé que está dormido, ya que anoche pelearon hasta muy tarde porque él no se la quiere follar y ella quiere a un hombre que la desee. Son palabras de ella, no mías. Toco como un loco la puerta hasta que Román abre por la cara que trae. Sabía que estaba dormido, pero me fulmina con la mirada.
— ¿Qué es lo que quieres, chamaco, tan temprano? Déjame dormir, estoy cansado.
— Quiero que le agarres la correa a tu perra. Ya estoy cansado de que vaya y se me insinúe en la puerta de mi cuarto. Mira, Román, yo te quiero mucho porque eres mi tío, pero esa mujer es una zorra y a cada rato se me insinúa. Realmente no sé qué haces con ella si no te interesa.
Veo cómo Marisa se planta a mi lado y hace cara de víctima. Román solo sonríe y niega.
— Eso no es verdad. Yo solo fui para ver si ya se había levantado porque tiene que ir a clases muy temprano.
Roman se acerca a ella, la toma del brazo y la ingresa a la recámara. Me cierra la puerta en la cara. Sé que está furioso, pero realmente no me interesa. Definitivamente me arrepiento de haberlos invitado a que se quedaran y no precisamente por Román, sino por esa loca que tiene novia. De pronto empiezo a escuchar los gritos y Román le dice:
— Quiero que tomes tus cosas y te largues de regreso. No te quiero volver a ver en mi vida.
Ella empieza a lloriquear y a rogarle que le crea. Yo solo sonrío porque algo que nos caracteriza a Román y a mí es que siempre nos contamos todo. Ya lo había hablado con él y dijo que la controlaría.
— Le vas a creer más que a mí. Es mentira, es que es él el que quiere algo conmigo. ¿No te das cuenta?
— Si no supiera quién es mi sobrino te creería. Pero lo conozco perfectamente y sé que jamás haría eso y sí le creo más a él que a ti así que agarra tus cosas y cuando vuelva del trabajo ya no te quiero ver aquí.
— Pero, Román, tenemos dos años juntos. ¿Los vas a tirar a la basura? El problema es que ya no me tocas, ya no me deseas.
Yo solo volteo los ojos y me voy a mi habitación. Esto sí que no me incumbe. Me voy a la ducha porque ahora empiezo mis clases en la universidad. A lo lejos, escucho mi celular, pero sé perfectamente quién me llama. Yo solo suspiro porque tengo que resistir a la tentación de contestarle. Salgo de la ducha y voy directo al vestidor. Me visto con unos jeans negros y una camisa polo blanca, muy básico pero me gusta. Tomo mi celular y, efectivamente, Sofi me llamó y como no le contesté, manda un mensaje: “Contéstame, por favor. Extraño platicar contigo". Yo también extraño platicar con ella, pero creo que todavía no es el momento.
Cuando bajo las escaleras, Román ya está en el desayunador tomando una taza de café. Yo voy directo por un tazón para el cereal. Estamos comiendo en completo silencio, pero él lo rompe.
— Gabo, quería disculparme.
No lo dejo terminar de hablar y empiezo a negar. No es culpa de él que su novio sea una zorra, aunque a mamá le moleste que me exprese de esa manera.
— No es tu culpa pero te lo tenía que decir pensé que estando tu presente ya no lo haría más pero veo que nada la detiene creo que es lo mejor tú no la amas.
Él solo voltea los ojos y sonríe.
— Y tú cómo sabes eso.
— Román, te comportaste más tiempo tú como mi padre que mi verdadero padre, claro hasta que llegó Aaron pero te conozco muy bien sé que estás enamorado de Mandy porque no se dan una oportunidad.
La sonrisa que tenía en su rostro se borra y empieza a negar.
— Eso sería un error.
— Voy a repetir lo que me dijiste con Sofía: no eres su tío de sangre, así que no digas tonterías.
— No entiendes Gabo son muchas cosas la edad ella apenas empieza a vivir cómo crees que lo tomaría tu padre si le digo que estoy enamorado de su hija.
Yo me levanté de mi asiento porque estoy seguro de que no lo haré cambiar de opinión, pero solo me encojo de hombros, restando importancia.
— No lo sabes si no lo intentas hay que correr riesgos.
— Mira quién lo dice el chico que salió huyendo.
Yo solté una carcajada porque eso no es verdad.
—Yo no salí huyendo, simplemente Sofi no me ama. Si ella me amara, no me importaría lo que Aaron dijera. A pesar de que quiero mucho a Aaron, amo a Sofi, pero ella no siente lo mismo por mí. Así que intentaré buscar algo que no sea unilateral.
Veo cómo él me sonríe y asiente. Salgo directo a la universidad. Es el primer día de clases y no se vería bien que llegara tarde. Voy corriendo por el pasillo buscando mi casillero. Cuando llego, meto los libros que no voy a necesitar y vuelvo a correr hacia mi salón. Estoy por llegar cuando de pronto se abre una puerta y me estampo en ella. Diablos, creo que me quebré la nariz. Estoy tocándola para ver si no sangro, cuando veo que alguien se pone en mi altura. Levanto la mirada y es una chica muy linda. Ella me sonríe y me extiende su mano. Yo la tomo y me levanto. Me agacho y empiezo a levantar mis libros.
— Lo siento, creo que cuando corres por el pasillo deberías de hacerlo por el medio, ya que si no, esto te pasará muy seguido.
Yo le sonrío porque se ve tierna.
— No te preocupes, creo que tomaré tu consejo. Es que traigo un poco de prisa. Creo que ya es tarde.
— Te puedo ayudar.
— Sí, claro.
Le muestro el papel que me dieron en dirección donde vienen todos mis salones. Ella vuelve a sonreír.
— Mira qué casualidad, nos toca la misma clase. Vamos juntos.
Yo asiento y empezamos a caminar. De pronto, ella vuelve a hablar.
— Perdón, no me presenté. Soy Abigail, pero todos me dicen Abi.
Ella extiende su mano y yo la tomo, presentándome.
— Mucho gusto, Abi. Yo soy Gabriel y todos me dicen Gabo.
— No sería más lindo, Gaby.
Yo niego. La única persona que me dice Gaby es Sofi, y si lo que trato es olvidar, no sería una buena idea que me llamara así.
— No me gusta mucho Gaby. Prefiero Gabo.
— Muy bien, Gabo. Vayamos antes de que no nos dejen entrar a la clase.
Seguimos caminando hasta llegar al salón. La clase ya empezó, pero el profesor igual nos deja ingresar. Tomo asiento al final del salón y Abi se sienta a mi lado, lo que agradezco ya que así no estaré solo. La clase pasa rápido y me gusta realmente. Cuando termina, me levanto y tomo mis cosas, pero Abi se acerca a mí.
— Oye, Gabo, ¿no quieres ir a la cafetería por un refrigerio? Todavía falta para nuestra próxima clase.
— Sí, muero de hambre. Solo desayuné un cereal.
Ella sonríe y niega.
— Qué de gracioso tiene.
— A tu edad, solo un cereal de desayuno. No me digas, ¿era de frutillas?
Entonces entiendo lo que le causaba gracia. Sí, es algo infantil, pero sí, era de frutillas. Vamos directo a la cafetería y compramos un refrigerio. Nos acercamos a una mesa donde están todos los del equipo de americano y ella me empieza a presentar. Creo que para ser mi primer día ha empezado bien y me agrada Abi.