Gabriel
Después de que Sofi sale de mi recámara, me siento en la cama y tapo mi rostro. Dios, esto es tan frustrante; su actitud me dice una cosa y su boca otra. Por ahora, ya no quiero pensar en eso, tengo que superar esta etapa. Estando tan lejos y no estando cerca de ella, tengo que olvidarla. Me levanto y sigo preparando mi maleta. Mañana sale mi vuelo a primera hora y no quiero que se me olvide nada. Las clases para el posgrado empiezan dentro de dos semanas, pero me iré antes, tengo que buscar departamento. Román dijo que me ayudaría y pasaría una temporada conmigo, con tal de que no lleve a la pesada de su novia, por mí está bien. Escucho que tocan a la puerta y salgo de mis pensamientos.
—Adelante.
Aaron entra y se sienta en la cama, está muy serio. Yo me siento en la pequeña silla que tengo y cruzo mis brazos. Él carraspea y me sonríe.
—Sabes hijo, quería hablar contigo antes de que te fueras. Jamás pensé que tomaras la decisión de viajar tan lejos. Ya me había acostumbrado a tenerlos a todos aquí conmigo.
Yo suspiro, porque es verdad, estando todos juntos se siente la unión familiar, pero algún día tenemos que partir y creo que este es mi tiempo.
—Lo sé, y te lo juro que me gustaría quedarme, pero sabes que es una oportunidad que no puedo desaprovechar.
—Lo sé.
Él se pone de pie y yo lo imito. Viene hacia mí y me abraza. Cuando se aleja, me muestra unas llaves. Yo frunzo el ceño, pues no sé de qué son esas llaves. Él solo se ríe.
—No pongas esa cara, es mi regalo. Sé que serás el mejor abogado y espero que en un futuro tomes mi lugar en el despacho. Por lo pronto, toma esto.
—Pero no te entiendo, ¿de qué son?
—Es un departamento cerca de la universidad y un coche que te compré.
Yo me quedo en shock porque no lo esperaba. Mamá siempre dice que tenemos que trabajar para ganar nuestras cosas, así que empiezo a negar.
—No, Aaron, no lo puedo aceptar. Te lo agradezco, pero mamá se molestará.
Él sonríe y niega.
—Por tu madre, no te preocupes, ya me las arreglo yo.
—¿Estás seguro? No quiero ocasionarte problemas.
—Sí, muy seguro. Así que termina de empacar para que descanses, mañana muy temprano hay que llevarte al aeropuerto.
—Gracias, Aaron.
—No tienes que agradecer, eres un buen chico y te lo mereces.
Él sale por la puerta y yo me tiro en la cama. Eso dice ahora, pero ¿qué tal si se entera de que estoy enamorado de su hija? No creo que lo tome muy bien. Guardo las llaves en mi maleta de mano y me dispongo a dormir. Caigo en un sueño tan profundo que apenas escucho la alarma. Me levanto y me meto a la ducha. Los chicos deben estar preparándose, pues todavía tienen algunas clases. Cuando estoy listo, bajo las escaleras con mis maletas. Mandy viene y me abraza y me susurra.
—Si ves a Román, dile que me llame por favor. Cuídate, te voy a extrañar mucho.
—Sí, lo veré. Yo le doy tu recado, pero me tienes que platicar qué pasa, y claro que me voy a cuidar. Te quiero.
Beso su mejilla y así cada uno llega a mis brazos, ya que Aaron es el que me llevará al aeropuerto. Me tenía que despedir de todos en casa. Cuando llego con Sofi, ella me abraza y tiene lágrimas en sus mejillas. Yo solo pienso que es lo mejor. Me alejo un poco de ella y tomo su rostro en mis manos.
—Recuerda tu promesa.
Yo la miro con la ceja alzada, ya que no recuerdo de qué habla. Ella me pega en el pecho juguetona.
—Oye, todavía ni te vas y ya la olvidaste. Que siempre voy a contar contigo y nunca me vas a olvidar.
—Tranquila, hermosa, estoy seguro de cumplirla.
Aaron me llama, dice que ya es tarde, y yo la vuelvo a abrazar y aspiro ese rico aroma a frutas que me encanta. Salgo corriendo porque sí es muy tarde. Subo al coche y vuelvo a mirar hacia mi casa, Sofi y mamá están paradas en la puerta. Yo solo suspiro, vaya que esto es muy difícil. Aaron solo palmea mi hombro.
—Tranquilo, hijo, todos los cambios son difíciles, pero te acostumbras después. Ya ni querrás volver a casa.
—No lo creo, yo siempre voy a querer volver.
Llegamos al aeropuerto y Aaron me ayuda a registrar mi equipaje. Con mi ticket en mano, me acerco a la puerta de abordaje. Él me sonríe y me abraza.
—Todos los cambios son buenos, hijos, pero recuerda que siempre te estaremos esperando en casa. Te quiero.
—Gracias, Aaron, y puede que no lo diga muy seguido, pero yo también te quiero. Cuídalos, estaré en contacto.
Él asiente y yo me doy la vuelta para ingresar. Suspiro para bajar el nudo de mi garganta. Después de casi seis horas de vuelo, llego a mi destino, la gran manzana. Cuando salgo del aeropuerto, ahí está el hombre que le da más dolores de cabeza a mi madre, porque si mi abuela se entera de todo lo que hace, lo muele a palos. Yo le sonrío y él me abre los brazos.
—Pensé que llegarías más tarde.
—No, de hecho, vamos llegando.
Yo alzo una ceja, pero antes de que se me olvide.
—Oye, antes de que se me olvide, Mandy pidió que la llamaras. Que se traen.
De pronto, escucho la voz más chillona que pueda existir y yo solo volteo los ojos.
—¿Quién es Mandy y por qué quiere que la llame?
Román solo soba el puente de su nariz y suspira.
—Mandy es la hija de mi hermana Victoria. ¿Algún problema con que la llame?
—No, ninguno. Hola, Gaby, qué gusto de verte. Pero mira qué grande estás y guapo.
Ella besa mi mejilla y deja caer sus manos por mi pecho. No sé por qué Román la ha traído. Dijo que venía a trabajar, pero esta chica es insoportable y me recuerda demasiado a la amante de mi padre. Alejo sus manos de mí y le hago mala cara.
—Marisa, soy Gabriel. Trata de no acercarte mucho a mí, por favor.
—¡Qué carácter! Está bien, ya nos vamos. Tengo mucha hambre y me duele el trasero.
Yo me acerco a Román y le meto un golpe en las costillas.
—Oye, chamaco, ¿por qué fue eso?
—De verdad, ¿tenías que traerla?
—Bueno, no quería estar solo.
—Se suponía que nos íbamos a quedar juntos. Entonces, no estaría solo. Pero está bien, el que la vas a soportar eres tú.
Él suspira y asiente.
—Desgraciadamente, me estoy arrepintiendo de haberla traído.
—Muy tarde, Román. Oye, por cierto, tú y Mandy, ¿qué se traen? Andan muy misteriosos.
Él golpea mi cabeza y yo me río a carcajadas.
—No tenemos nada. Y ya vámonos, porque hay que registrarnos en el hotel.
Entonces, yo me paro en seco y me empiezo a rascar la cabeza. ¿Cómo le digo que no voy con él al hotel?
—Román, hay un pequeño detalle.
—¿Qué pasa? Anda, que se hace tarde.
—Es que ya no voy al hotel. Aaron me regaló un departamento.
—Vaya, ni hablar. Vamos a dejarte en el departamento y después nos vamos a registrar nosotros en el hotel.
Yo asiento y empezamos a caminar hacia el coche que nos está esperando. Supongo que es de la empresa donde trabaja Román. Cuando llegamos al edificio de la dirección que me dio Aaron, me quedo sorprendido, ya que es muy grande y muy elegante. La primera que se baja es Marisa y empieza a brincar como si fuera una niña pequeña.
—¡Amor, mira qué belleza! Nos vamos a quedar aquí. No sabía que tenías un departamento en Nueva York.
—No, Marisa. Aquí se va a quedar solo Gabriel, así que hay que ayudarlo con sus maletas.
Ella voltea los ojos y se vuelve a subir al coche. O sea, que no nos va a ayudar con las maletas. Román y yo empezamos a bajarlas y llego a recepción. Le digo al encargado quién soy y nos guía hasta el último piso. Me empieza a decir las reglas: cero fiestas, cero escándalos. O sea, me tengo que portar bien. Como quiera, pensaba hacerlo. Cuando abro la puerta del departamento, es toda una belleza. Jamás pensé que Aaron me fuera a regalar algo así. Empiezo a revisarlo y hay tres recámaras, dos baños, la cocina, una estancia y la sala. Vaya que es grande. Me acerco a unos ventanales y hay una hermosa terraza. Cuando regreso a la sala, escucho un silbido de Román.
—Vaya, que tu papá se lució.
—Ya lo creo. Esta cosa es enorme.
—Y para ti solito.
Yo suspiro porque sí, Román viniera solo, sin ningún problema lo invito a quedarse. Pero Marisa me desespera. Igual no me sentiría a gusto de que él se fuera a un hotel y yo me quedara aquí. Así que, antes de que me arrepienta...
—Román, si se quieren quedar aquí, por mí no hay ningún problema. Creo que hay suficiente espacio para todos.
—No, Gabo, no quiero abusar.
—¿De qué estás hablando? Anda, vamos por tus maletas. Solo una cosa.
—Sí, no necesitas decírmelo.
—Solo por favor puedes controlarla, te lo agradecería mucho.
Él sonríe y salimos a recoger sus maletas. Espero no arrepentirme de esta decisión, porque esa mujer es exasperante.