CAPÍTULO 13

1868 Palabras
La hora de la salida se aproximaba, así que Erena caminó a la sala de descanso para pedir a los gemelos que se alistaran para salir y, cuando volvió a la recepción, Alonso ya la esperaba ahí. Un par de horas antes, cuando si acaso había pasado media hora de que subiera a hablar con Alonso, la joven rubia de ojos verdes había bajado furiosa y le había fulminado con la mirada, igual que el hombre que, detrás de ella, clamaba a la chica para que se tranquilizara. —Creo que tu esposo que no es tu esposo acaba de terminar con su prometida que no era su prometida —dijo Tony a modo de burla. Erena negó con la cabeza. No le parecía divertida esa broma, como ninguna otra, así que obviamente no sonreiría. —Deja de decir tonterías —pidió la joven, y fue lo último que pudo decir, pues su teléfono sonando la reclamó al trabajo. Alonso no había intentado contactarla luego de eso, pero de todas formas ya habían quedado en hablar sobre lo que les dirían a los niños para que entendieran que ellos no eran una pareja y, por tanto, su padre podía casarse con alguien más; y aun así le sorprendió verlo en la recepción, preparado para salir y esperando por ellos. —¿Listos? —preguntó Alonso, casi impaciente. Había tenido una mala tarde, gracias a Rebeca, y, de alguna manera, sabía que las cosas se complicarían bastante laboralmente por causa de esa caprichosa mujer. Rebeca no había cambiado nada, lo pudo ver en esa media hora en que le gritó enfurecida porque él tuviera una familia cuando se había mencionado varias veces el compromiso entre ellos y él no se había negado, así que la familia de la joven lo había dado por sentado y ahora sentían que el otro se había burlado de ellos. Además, no solo fue soportar los gritos de la chica, también el tener que hablar con su padre al respecto, quien, igual que él, se mostró preocupado por los negocios que compartían, pues sabían qué seguro le pondrían trabas a alguno que otro proceso que, por trabajar juntos, era fácil para ellos. Solo por castigarlos los harían batallar. Eran ese tipo de personas. No podían cambiar de notaría a tales alturas, pues, además de que solo había dos en esa ciudad, la otra notaría no estaba tan versada en los temas que ellos manejaban, y no era tan simple cambiar de aliados luego de tantos años. A Alonso y a su familia no les quedaba mucho por hacer, era su total responsabilidad que las cosas sucedieran de esa manera y es que, aunque Alonso no pensó en casarse con ella, en realidad, tampoco pensó en descartarla del todo cuando ella le convenía a sus negocios. Usualmente era así, su felicidad estaba bien cimentada en su éxito profesional, así que alrededor de ese mundo se movían y era por eso que absolutamente todos en su familia eran abogados casados con abogados. Él no planeaba ser la excepción, no hasta que la vio y los conoció, entonces supo que ni siendo el abogado más reconocido del mundo sería un hombre feliz sin ellos a su lado. —¡Papá! —gritaron los gemelos saliendo de esa pequeña puerta a un lado del mostrador de recepción, esa que daba a un pasillo que era rodeado por el área de personal. Alonso sonrió. Los problemas que tendría valdrían completamente la pena, pues ellos significaban que había elegido a ese par de bulliciosos sobre todo lo demás. —¿Hicieron la tarea? —preguntó Alonso a ese par que se abrazaban a cada una de sus piernas, acariciando sus cabezas. Ambos asintieron—. Anden, vamos al coche. —Nos vemos, Tony —dijo Erena, que también ya caminaba con todas sus cosas en los brazos. —¡Adiós Tony! —dijeron Damián y Fabián, despidiéndose del compañero de trabajo de su madre, quién los despidió con una sonrisa. —¿Quieres que vayamos a mi casa? —preguntó Alonso y Erena le miró contrariada. Ella no creía que fuera necesario ir a la casa de Alonso para hablar, mucho menos cuando habitualmente lo hacían en la de ella. —¿Hay algo de malo con ir a mi casa? —cuestionó Erena y Alonso negó con la cabeza. —Solo pensé en no llevar más problemas a tu casa —dijo el hombre—, pero si te sientes más cómoda en tu casa, vayamos para allá. Erena asintió. Sí se sentía mucho más cómoda en su propia casa, y no creía que fuera un gran problema aclararle a sus hijos el tipo de relación que tenían ellos dos. ** —¿Crees que se compliquen las cosas? —cuestionó Macaria a su marido, que recién le había comentado todo lo sucedido. —Sé que van a hacerlo —respondió Roberto—. Luego de ese escándalo, Francisco me llamó para avisar que Rebeca no haría las prácticas con nosotros, así que me temo que es el inicio de una fractura en la amistad. —Pero... ¿Crees que se porten mal con nosotros en el área de los negocios? —insistió la mujer—. Francisco es muy profesional, ¿no? —Lo que va a pasar es que van a dejar de portarse bien —señaló el hombre—, y todas las facilidades que tenemos porque somos amigos van a comenzar a desaparecer. Él no es tan profesional cuando se trata de Rebeca, y creo que lo sabes. —Pues sé lo mucho que la mima —declaró Macaria—, pero no pensé que llegaría al punto de involucrar su trabajo. Roberto levantó una ceja. Él creía conocer mejor a ese hombre, y estaba casi seguro de que por esa chiquilla berrinchuda haría lo que fuera, incluso dejar de favorecer a una familia a la que, posiblemente, Rebeca solo querría destruir. » Entonces, ¿qué vas a hacer? —cuestionó la mujer, un tanto preocupada por las preocupaciones de su marido. —Pues no es que haya muchas opciones —informó el hombre—. Creo que lo único que puedo hacer es resignarme y no quejarme cuando algunos asuntos dejen de avanzar. Y, por lo pronto, comenzaré a establecer un contacto más directo a la estatal cuando se trate de asuntos urgentes, brincándome la notaría municipal. Macaria asintió. Al menos había solución, y esperaba que no fueran tan complicadas, porque un empleo complicado suele terminar complicando la vida familiar, aunque se intente evitar. ** —Entonces —habló Damián—, ¿me estás diciendo que, aunque no se casaron, nosotros nacimos, y que, aunque los dos son nuestros papás, ustedes no son esposos? —Sí —respondió Alonso—. Casarse es más hacer la fiesta, además, no es algo necesario para hacer una familia. —¿Y estás casado con la güera que te besó? ¿Ella es tu esposa? —preguntó Fabián, casi llorando. —No, cariño. Rebeca no es mi esposa, tampoco es mi novia, así que no me casaré con ella —explicó Alonso acariciando el cabello de su preocupado hijo menor. —¿Y por qué te besó? Solo los que se quieren se besan —alegó Fabián, que no terminaba de quedarse a gusto con la explicación de sus padres. —Pues porque ella estaba un poco confundida —declaró el hombre—, pero ya hablé con ella y no va a volver a suceder. —¿Seguro que no te vas a casar con ella? —insistió el más pequeño de los gemelos—, porque ella era muy bonita. —Si era muy bonita —concedió Alonso—, pero tu mamá me gusta más... auch. Alonso terminó quejándose del pellizco que le dio la joven que, sentada a su lado, intentaba aclarar la situación con los gemelos. —No les digas cosas que puedan malinterpretar o, peor, que puedan esparcir por el bufete, porque este par no saben quedarse callados —recordó la madre del par que mencionaba. —¿Por qué no pueden decirlo a todo el mundo? —preguntó Alonso—. Es verdad que me gustas más de lo que me pudiera gustar ella. —Pero a mí ni siquiera me caes bien, Alonso —señaló la castaña—. Porque, si no te has dado cuenta, te aviso que sigo sin soportarte demasiado que digamos. Alonso entornó los ojos, luego de eso inhaló profundo, exhaló soplando con fuerza por la boca y se dirigió de nuevo a sus hijos. —De todas formas —continuó hablando el hombre—, Rebeca es alguien por quien no se deben preocupar, es más, ni siquiera creo que la vuelvan a ver jamás. Dicho eso, la conversación terminó y, luego de que Erena se negara a invitarlo a cenar y de que los gemelos insistieran demasiado, la castaña debió ceder y permitir que todos cenaran juntos, como la familia que se negaba a formar con él. ** —Buenos días —saludó una rubia despampanante, de ojos verdes y un atuendo en extremo elegante—. Mi nombre es Rebeca Solano, vengo de la notaría municipal y estaré trabajando con ustedes por un largo periodo de tiempo. Erena y Tony la miraron, medio confundidos, medio asombrados, pues no tenían idea de lo que estaba pasando. » ¿Podrían anunciarme con mi tío Roberto? —cuestionó sonriente antes de poner cara de haberse apenado por algo que no debía haber dicho—. Perdón, con el director del bufete. Él les dirá qué hacer conmigo, aunque espero que me traten bien a pesar de que no se los digan. La enorme y descarada sonrisa de la rubia los tenía perplejos. Aun con ello, Erena asintió y levantó el teléfono para anunciarla, tal como lo había pedido, recibiendo de su jefe la orden de acompañarla hasta su oficina, pues él sería con quien ella hablaría primero. —Acompáñeme, por favor —pidió Erena, que le daba el pase para que caminara hasta un lugar que seguro conocía. —Ayer me exalté mucho —dijo la rubia cuando comenzaban a subir las escaleras al primer piso—, lamento lo ocurrido. Soy muy soñadora y de verdad había estado soñando con casarme con él y hacer una familia. No esperaba que él no lo hiciera, y tampoco esperaba que en este tiempo ya hubiera hecho una familia sin mí. Me disculpo por besarlo frente a ti. —Está bien —dijo Erena—, yo ya sabía de ti, también de los rumores del compromiso, así que, de cierta forma, creo que debería disculparme yo contigo. —Tampoco tienes de que preocuparte —aseguró la rubia con una sonrisa que de pronto desapareció, tornándose en una expresión de desprecio total mezclada con algo de amargura—, lo que sigo sin entender es cómo es que Alonso terminó enredado con una simple recepcionista. Dicho eso, Rebeca abrió la puerta de la oficina del señor Roberto Marín y entró sonriendo y saludando tan enérgica y alegremente como lo había hecho al llegar a la recepción.
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