Gregory, ese hombre misterioso y perturbador que la mantenía cautiva, se decidió a llevarla él mismo a dar un paseo por los campos. Era una cálida tarde, cercana al verano, los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles, pintando de luz dorada los rostros de ambos. Becca, ajena a su propio encanto, caminaba alegremente junto a él sin importarle nada más que ese atisbo de libertad, disfrutando del aire fresco y la belleza del paisaje desplegado ante ella. Sus cabellos castaños con reflejos cobrizos danzaban al compás del viento, y sus ojos almendrados brillaban con cada paso que daba. De vez en cuando, mientras escuchaba no tan atentamente lo que le iba explicando Greg, ella miraba de reojo al hombre que la acompañaba, sin darse cuenta del hipnotismo que ejercía sobre él.

