CAPÍTULO 17 CACERÍA

1027 Palabras
Julián abre la trampilla y el contraste es brutal, del aire frío del pasadizo pasan al calor sofocante y húmedo del invernadero. Las orquídeas raras y los helechos tropicales crean un laberinto silencioso. —Mira, ahí— dice Sofía señalando la figura de un hombre, quien no es más que Richard Vane en el centro del invernadero de pie junto a una puerta de servicio que da a los jardines. Torpe y desesperadamente intenta forzar la cerradura. —Está intentando ir a la garita de seguridad— habla Julián y su voz parece un gruñido bajo. El hombre oye el sonido y se gira. Al ver a su raptor y, peor aún, a Sofía a su lado, sus ojos se llenan de rabia por la traición de su propia sangre. —¡Sofía! ¿Qué estás haciendo? ¡Este hombre es un loco! ¡Vuelve aquí, inmediatamente!— Le grita con la misma autoridad que ha exhibido en su familia desde siempre. —Tu juego terminó, papá— responde la hija; en tanto, Julián se mueve con una velocidad aterradora y en lugar de disparar, lanza la linterna con precisión. El haz de luz impacta directamente en la cabeza de del hombre que ya se creía libre y grita de dolor cayendo de rodillas, al mismo tiempo que suelta las llaves que sujetaba, pero las vuelve a tomar. El joven corre, se abalanza sobre el cuerpo de su presa y lo somete, empujando su rostro contra la tierra húmeda de una maceta. La linterna de Julián ilumina la escena, dejando al descubierto el barro, las raíces y el caos. —Dame las llaves— ordena y Richard forcejea, intentando golpearlo con el codo. —¡No te las daré, asesino!— grita mientras su brazo es torcido hacia atrás. El sonido se ahoga en el silencio del invernadero, hora convertido en un escenario de la violencia, hasta que finalmente , su propia hija le arranca el manojo de llaves. —Richar, ahora, vas a regresar al despacho, irás a la biblioteca y vas a rezar para que volvamos, porque si no lo hacemos, no solo tú irás a la cárcel. Tu familia, tu nombre, todo se irá al infierno— Julián lo suelta, con un empujón brutal y el hombre, derrotado y cubierto de barro, se arrastra hacia la trampilla, gimiendo. Sofía se acerca a Julián mostrando las llaves. La adrenalina de la caza se desvanece, reemplazada por unas náuseas casi incontenibles. Ella mira sus manos, ve que no están cubiertas de sangre, pero siente que están manchadas, porque acaba de traicionar a su padre y ser partícipe su humillación forzada. —Le hiciste daño— murmura la chica con culpa. —Lo necesitaba para que no nos saboteara. No le disparé, Sofía, únicamente le recordé quién tiene el control— él está agitado, pero su concentración es absoluta. —No hablo de él, si no de mí— levanta la vista hacia Julián con los ojos están llenos de un horror recién descubierto —¿Qué estoy haciendo, Julián? —Estás buscando la verdad —responde él de una manera simple y sin pensarlo mucho le levanta con dos dedos el mentón para que lo vea a los ojos. —No, yo estoy ayudando a un extraño que usa la violencia para destruir a mi familia. Ellos decían que Lucía estaba loca. Y yo— hace una pausa soltándose de su agarre—yo estoy aquí, en un invernadero, ayudando a un hombre que lleva una pistola y humilla a mis padres. ¿Soy una enferma, Julián? ¿Soy tan oscura como ellos decían que éramos las Vane? La vulnerabilidad de Sofía lo desarma por un segundo. Él ve en ella el reflejo de Lucía, la chica acorralada que se volvió contra su propia realidad. Julián le levanta nuevamente el mentón, obligándola a mirarlo a los ojos. —Escúchame esto no es locura. Esto es justicia. Lucía no estaba enferma, ella estaba silenciada al igual que tú, la diferencia es que tú has elegido hablar, tú elegiste despertar. —Pero, ¿y la violencia?— él no le da tiempo a responder, le entrega la linterna, y ese simple acto es un gesto de confianza y camaradería. —Vamos, el 4x4 de la garita está detrás de la casa de invitados, necesito que me guíes a la llave del cobertizo de herramientas, la que solo tú conoces. Si el diario está en el cementerio, lo vamos a sacar antes de que el amanecer revele los restos de nuestro juego. Sofía aprieta la linterna sintiendo el frío del metal como un poste del cual sostenerse. Mira hacia la trampilla por donde hace unos instantes se arrastró su padre y luego a la oscuridad hacia donde la llama ese intruso que le está ofreciendo sentirse viva. El terror aún está ahí, pero la duda se desvanece, siendo reemplazada por la excitación que le da la acción. —La llave está en la cocina— dice Sofía, con voz firme. Minutos después, ambos están en el cobertizo de herramientas, tomando un pico y una pala corta, para abrir camino entre la nieve. Finalmente, Julián consigue arrancar un viejo 4x4 con las llaves que le quitó a Richard, la garita de seguridad es apenas visible entre la nieve, el hombre que debía estar vigilando está dormido, o no quiere ver nada en medio del temporal. El vehículo, con tracción en las cuatro ruedas, es el único que puede desafiar el terreno. —El cementerio está a veinte minutos— señala la ahora cómplice — el panteón de los Vane lo puedes reconocer porque la reja es la más alta. Julián pone la mano en la palanca de cambios, mira a Sofía, y por primera vez, hay una conexión profunda y honesta. Ambos tienen la mirada de cómplices. —Bien, hoy vamos a desenterrar los recuerdos de tu hermana y nuestra verdad —dice mientras el motor ruge y embiste la nieve, dejando atrás la luz de la mansión. La única luz que queda ahora es el rayo tembloroso de la linterna de Sofía, que se adentra en la noche helada...
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