( No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar de donde estás y cambiar el final ) Epicteto

1300 Palabras
___ Después de tantas críticas, de tantos dedos señalándome, traje a mi hijo al mundo. La situación me golpeó fuerte. No vengo de una familia adinerada ni de un apellido respetable. Nunca fui "alguien" para los demás, y menos después de lo que pasó. Abandoné los estudios porque ya nadie hablaba de otra cosa. "La que fue violada", "la que su novio golpeó a la orilla del canal". Esas palabras se convirtieron en mi sombra, un eco cruel que no me dejaba respirar. Me convertí en madre soltera, trabajando de sol a sol para que a mi Ángel nunca le falte nada, aunque tampoco le sobre. Apenas tuve la oportunidad, me fui del pueblo. No quería que mi hijo creciera entre las mismas miradas que me destrozaron. No quería que lo señalaran como el hijo de la vergüenza. Mi único apoyo en esta decisión fue mi gemelo, Kennerid. Se mudó con nosotros sin dudarlo, porque él no es solo mi hermano, es mi única familia real, mi única certeza en este mundo. Mi hermano es una versión moderna de un dios griego. La mezcla de razas de nuestros padres nos regaló un físico envidiable: mamá, italiana; papá, venezolano. Nos bendijeron —o nos maldijeron— con cuerpos y rostros que llaman la atención. Pero, ¿de qué sirve la belleza cuando el alma está rota? Kennerid es mujeriego, tanto como su atractivo se lo permite. Piel blanca como la nieve, ojos azules como el cielo. Nuestra única diferencia es el cabello: el mío, largo, teñido de n***o desde hace años. A veces creo que con el cambio de color intento olvidar a la niña de cabellos dorados que alguna vez fui. Pero él sigue igual, su pelo es de un dorado tan peculiar que es imposible no reconocerlo. Las gavetas de su habitación están llenas de condones de colores y sabores, pero detrás de su vida despreocupada, esconde un corazón tan noble y triste como el mío. Siempre que hablamos, le hago la misma pregunta: —¿Por qué no te casas, gavilán? Él sonríe con esa picardía suya y pellizca mi nariz hasta que se enrojece. —¿Y quién va a cuidar a mi ratón y a su cría si yo me caso? Siempre responde lo mismo. Sé que son excusas, que en el fondo hay algo más. Nos mudamos a Ecuador, a un pueblo mágico llamado San Gabriel del Carchi. Es un lugar hermoso, con montañas imponentes y cascadas que parecen sacadas de un cuento. Su clima es frío y su aire tan puro que, al respirarlo, sentí un leve alivio en mi pecho. Por primera vez en mucho tiempo, tuve la sensación de que podría sanar, aunque fuera un poco. Tal vez porque estaba lejos de aquel lugar donde mi vida se rompió. Tal vez porque aquí nadie conocía mi historia. Pero la paz no paga las cuentas. El dinero se nos acabó más rápido de lo que pensamos y encontrar trabajo no fue fácil. Kennerid hizo de todo: vendimos caramelos en la calle, limpiamos baños y casas, cualquier cosa para poder seguir adelante. Lo poco que ganábamos se iba en comida y en el alquiler de nuestra pequeña vivienda. Fue en uno de esos trabajos de limpieza donde conocí a Bárbara y Natacha, dos chicas dominicanas que siempre hablaban de lo bien que les iba en su "trabajo". Esa tarde, mientras recogía la ropa que me pagaban por lavar una vez a la semana, Bárbara me observó con curiosidad. —Muñeca, siempre olvido tu nombre —dijo mientras comía, sin dejar de mirarme. —Kenyerlin —respondí en voz baja. Siempre me sentía intimidada por ellas. Eran mujeres seguras de sí mismas, con una confianza que yo nunca había tenido. Bárbara sonrió y me miró de arriba abajo con interés. —¿Por qué te matas trabajando por tan poco dinero? Eres linda. Ni siquiera necesitas arreglarte mucho para atraer la atención de un hombre. Si trabajas con nosotras, ganarás mucho más sin quebrarte las uñas. Me sentí incómoda. Sabía a dónde iba la conversación, pero me mantuve en silencio. Natacha, que hasta ese momento tecleaba en su celular, levantó la vista y soltó una carcajada. —Es verdad. Solo te cambias de ropa y listo. Sin tanto maquillaje, no vaya a ser que nos dejes sin clientes. Rieron juntas, pero yo solo pude tragar saliva. Aun así, la pregunta salió de mi boca antes de que pudiera detenerme: —¿En qué trabajan exactamente? Bárbara arqueó una ceja y su sonrisa se hizo más amplia. —Meretrices, damas de compañía… o como nos llama la sociedad, prostitutas —dijo con naturalidad. Mi pecho se oprimió. —¿O sea que… se acuestan con hombres por dinero? —Sí. Pero es mejor que ser golpeadas o maltratadas por uno. ¿O eres de las que todavía cree que un príncipe vendrá a rescatarte? —preguntó Natacha, con un tono más serio esta vez. Me quedé en silencio. No tenía una respuesta para eso. Bárbara me estudió por unos segundos y luego agregó: —Al principio, nadie quiere hacerlo. Pero el dinero ayuda. Si no te sientes lista para acostarte con alguien, puedes empezar bailando. Nadie te tocará si no lo deseas, solo debes saber moverte. Pero antes hay que ver qué opina Rube. —No se negará —intervino Natacha—. Mírala, es más linda que Cenicienta. Se miraron entre ellas y supe que ya habían tomado una decisión por mí. Tomé aire y, sin pensarlo demasiado, dije: —Puedo dejar mi número… si su jefe acepta verme, avísenme. Bárbara sonrió con entusiasmo. —Tranquila, no se negará. —Ahora a dormir, esta noche será larga. Chao, Cenicienta. Te aseguro que mañana serás princesa —dijo Natacha, antes de irse a su habitación. Terminé mi trabajo en silencio. Como siempre, Natacha había dejado mi pago bajo el recipiente que guardaba la sal. Cuando llegué a casa, Ángel y Kennerid estaban frente al televisor, absortos en un videojuego. Tomé un tazón de cereal y me planté en medio de los dos, besando sus mejillas. —¡Déjanos, ratón! ¡Me harás perder! —se quejó mi hermano. —¡Tío, no sabes perder! ¡Paga, cumple tu palabra! —dijo Ángel, riendo con picardía. —Quiero ver Tarzán —anuncié, cruzándome de brazos. Kennerid me lanzó una mirada de advertencia. —No te daremos el televisor. Lárgate a tu cuarto. —No me iré. Soy la reina, y quiero caricaturas. Ángel se levantó y tomó su balón. —Mejor vamos a jugar afuera, tío. —Buena idea. Las niñas lloronas nos aburren —dijo Kennerid, poniéndose de pie. —¡Ya verán! —exclamé, corriendo tras mi hijo y lanzándolo al suelo para hacerle cosquillas. —¡Tío, ayuda! ¡Mami está loca! —gritaba Ángel entre risas. —¡Voy, compañero! —respondió Kennerid. Entre los dos me atacaron con cosquillas hasta que las lágrimas brotaron de mis ojos de tanto reír. El sonido de mi celular me salvó. Ambos se detuvieron y regresaron al sofá, riendo. —Déjala, campeón. Es una llorona —bromeó mi hermano. Miré la pantalla: una llamada perdida de un número desconocido. Luego, una notificación de w******p. ----- Bárbara: Está hecho. Te veo en mi casa mañana por la tarde. No te preocupes por nada, nosotras te ayudaremos. Te aseguro que brillarás y harás mucho dinero. ---------- Mis dedos temblaron al escribir la respuesta: ------------ Yo: Ahí estaré. Gracias. ---------------------- Levanté la vista y observé a los dos hombres de mi vida jugando. Ángel reía con su tío, feliz, sin preocupaciones. Tomé aire. Tranquila. Solo venderás desnudez. Nadie te tocará. Después de todo, este rostro y cuerpo malditos deben servir para algo más que para recordarme lo que soy.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR