Prólogo

520 Palabras
El murmullo del cura se extiende por la catedral como un eco solemne. Habla de la importancia del matrimonio, de la unión sagrada, de la eternidad de un pacto que nadie debería quebrantar. Y yo tiemblo de anticipación. La curva de mis labios, con una sonrisa que apenas puedo contener, atrae sus ojos. Unos ojos que no he dejado de mirar, de detallar, porque ahora mismo son todo lo que necesito. Brillan con orgullo, con una devoción infinita. «Yo soy su religión». El hombre ante mí, alto, imponente, con esa presencia que parece llenar todo el espacio, tiene un porte implacable. Su postura es rígida, aunque se ve relajado. Da la sensación de que cada fibra de su cuerpo está hecha para imponerse sin reservas. Con un cosquilleo que me recorre la nuca, bajo la mirada a nuestras manos unidas. Sus dedos envuelven los míos con firmeza, el contacto me dispara el pulso y el corazón me golpea el pecho como si fuera capaz de salirse. Una emoción indescriptible me recorre el cuerpo con una fuerza que apenas logro contener. «Ahora soy suya». «Ahora es mío». Trago saliva para controlar mis emociones y me obligo a levantar la vista de nuevo. Su sonrisa está expuesta ahora. De dientes blancos, labios gruesos estirados, y promesas. Muchas promesas que ya quiero que me repita al oído en un susurro ronco. Llega el momento. El anillo brilla entre sus dedos cuando lo toma y lo coloca despacio en mi mano temblorosa. La cabeza me da vueltas, pero me mantengo en pie. Esto es lo que quiero, esto es lo que merezco. Después de tanto tiempo… aquí es donde debo estar. La tensión es palpable a nuestro alrededor, pero eso solo me hace sentir aún más satisfecha. Todos los ojos están puestos sobre mí, más que en él. Miradas que solo ven amor, entrega y reverencia. «Admiración». Él se inclina cuando el temblor de mis dedos fríos me deja expuesta. Sus labios rozan mis nudillos en un gesto suave, devoto, casi perfecto, mientras el frío del metal se desliza en mi piel. —Con este anillo, Ariel Phil, prometo darte el mundo, ponerlo a tus pies. Cuidarte, cueste lo que cueste, sostenerte aun cuando todo se derrumbe… hasta nuestro último aliento. Hasta que la muerte nos separe. Con voz grave y segura sella su promesa eterna. Un cosquilleo de anticipación me hace estremecer. El silencio en la catedral es absoluto. Los techos altos, con dibujos angelicales, hacen eco de esta ceremonia. Mi garganta arde, también mis ojos. Pestañeo para controlar lo que siento, esta euforia que me consume y me hace tambalear. Tomo el otro anillo, porque ya es mi turno. Mis dedos tiemblan apenas cuando se lo acerco. Lo miro a los ojos y sonrío con todo lo que quiero mostrarle. Esto es todo lo que necesito. Es real. Y me pertenece. Lo merezco. —Y con este anillo —murmuro, con mi voz escuchándose fuerte y clara—, prometo ser leal a ti, como tu esposa, como tu única prioridad, hasta que la muerte nos lleve a los dos, Branko Krieger.
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