ILUSIONES

1355 Palabras
Los años pasaban y Ailsa MacGregor se dio cuenta de que la vida no era tan maravillosa como se la imaginaba en su adolescencia. A sus 24 años, había logrado muchas cosas: dinero, estatus y poder, pero aún le faltaba algo crucial, algo que ansiaba más que cualquier otra cosa: el amor de un hombre. Ese hombre que, una y otra vez, se encargó de rechazarla. Su adolescencia había girado en torno a él, imaginándose noches incontables, acostada junto a él, soñando con un amor que nunca llegó a materializarse. Ailsa era una talentosa diseñadora gráfica. Pasaba horas frente al monitor, haciendo que los colores cobraran vida en la pantalla. Sus dedos volaban sobre el teclado y el ratón, transformando conceptos abstractos en paisajes visuales, dando vida a marcas e ideas. Sin embargo, a pesar de todo el talento y la dedicación que ponía en cada proyecto, su mente siempre volvía a él. Lachlan. Esa sombra inalcanzable que había marcado su vida desde sus días en la universidad. Una tarde, mientras trabajaba en su último proyecto, su colega Megan pasó frente a su escritorio. Notó la expresión pensativa en el rostro de Ailsa y no pudo evitar comentar. —Estás demasiado pensativa para estar trabajando, Ailsa —dijo Megan, con un tono casual pero cargado de curiosidad. Ailsa levantó la vista y sonrió débilmente. Sabía que Megan tenía razón. Sus pensamientos habían estado vagando hacia los recuerdos de Lachlan, y la tristeza de su rechazo seguía pesando en su corazón. —Lo sé, Megan. Es solo que… hay días en los que es difícil concentrarse —admitió Ailsa, dejando escapar un suspiro. —¿Es por él?, ¿verdad? —preguntó Megan, acercándose un poco más. Ailsa no había hablado mucho de Lachlan con sus colegas, pero Megan intuía que había algo más profundo detrás de su mirada perdida. —Sí —respondió Ailsa, bajando la mirada—. No puedo evitar pensar en él. Desde que éramos adolescentes, siempre fue él. Pero nunca me quiso, no importa cuánto lo intenté. Megan se sentó en el borde del escritorio de Ailsa y le puso una mano en el hombro. —Ailsa, eres una mujer increíble. Eres talentosa, amable y fuerte. Si él no pudo ver eso, entonces es su pérdida. Pero no puedes seguir atada a un sueño que nunca fue —dijo Megan con sinceridad. Ailsa asintió lentamente. Sabía que Megan tenía razón; sin embargo, dejar ir esos sentimientos era más fácil decirlo que hacerlo. —Gracias, Megan. A veces solo necesito escuchar eso de alguien más —dijo Ailsa, tratando de sonreír. —¿Sabes qué creo? Que deberías darte una oportunidad para conocer a alguien nuevo. Hay muchas personas que apreciarían todo lo que eres. No dejes que un solo rechazo defina tu valor —sugirió Megan. Ailsa reflexionó sobre las palabras de su amiga. Tal vez era hora de dejar de perseguir un sueño imposible y abrirse a nuevas posibilidades. Pero primero, necesitaba aprender a amarse a sí misma, a ver el valor que otros veían en ella. Ailsa sonrió sin mucho entusiasmo. Estaba demasiado absorta en la pantalla, sus dedos deslizándose por el teclado, aunque su mente estaba a años luz de su trabajo. Lachlan. El mismo hombre que había sido su amor platónico desde los dieciséis años. La misma cara que aparecía en sus sueños, en sus recuerdos, en sus deseos no cumplidos. Y, aunque sus ojos se centraran ahora en la presentación que debía entregar, su pensamiento se deslizaba hacia él. Sus recuerdos de la universidad eran como una película. Los pasillos abarrotados de estudiantes, el bullicio, la risa nerviosa de los compañeros, y ahí estaba él. Lachlan Stewart, inalcanzable y perfecto. Desde el primer día que lo vio, Ailsa había sentido una conexión instantánea. Él, con su porte impecable, su confianza arrolladora, su capacidad para hacer que todos a su alrededor se sintieran pequeños, incluidos ella y su amiga Alasdair. Alasdair. El hombre que siempre estuvo allí. Que la escuchaba en sus días más oscuros y la apoyaba en sus locuras más excéntricas. El hombre que había sido su compañero constante, que la había querido, que había visto cada uno de sus miedos y frustraciones. Pero, por alguna razón inexplicable, su corazón solo podía seguir a Lachlan. A pesar de que nunca había sido más que un amigo distante para ella. De repente, el sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos. Era un mensaje de texto de Lachlan: Un número que había conseguido años atrás, pero que nunca se atrevió a usar, ahora parpadeaba en su pantalla del móvil. “Ailsa, ¿te gustaría salir esta noche? Hay algo de lo que necesitamos hablar.” El corazón de Ailsa dio un vuelco. No podía creer que Lachlan quisiera hablar con ella, y mucho menos salir esa noche. Su mente comenzó a correr, imaginando todas las posibles razones detrás de ese mensaje. ¿Finalmente había notado todo lo que ella había hecho por él? ¿O tal vez necesitaba algo de ella? Ailsa trató de calmar sus pensamientos, recordándose que no debía hacerse ilusiones, pero la emoción era inevitable. —Estás demasiado distraída para estar trabajando, Ailsa —dijo Megan, su colega de trabajo, mientras pasaba frente a su escritorio. La mirada de Megan fue casual, pero su tono tenía un deje de curiosidad. —Lachlan me ha invitado a salir esta noche —respondió Ailsa, sin poder contener una sonrisa nerviosa. —¿Lachlan? ¿Ese Lachlan? —Megan levantó una ceja, sorprendida—. ¿Qué crees que quiere? —No lo sé, pero no puedo dejar de pensar en ello. Quizás, después de todos estos años, finalmente se ha dado cuenta de lo que siento por él —dijo Ailsa, su voz llena de esperanza. —Solo ten cuidado, Ailsa. No quiero que te lastimes de nuevo —advirtió Megan con preocupación. —Lo sé, Megan. No obstante, necesito saber. Necesito saber si hay una oportunidad para nosotros —respondió Ailsa con determinación. Esa tarde, Ailsa se preparó con esmero para su encuentro con Lachlan. Su corazón latía con fuerza mientras elegía su atuendo, intentando encontrar el equilibrio perfecto entre elegancia y sencillez. Quería impresionarlo, pero también quería ser auténtica. Al llegar al lugar acordado, vio a Lachlan esperándola. Su expresión era seria, y eso la hizo sentir un nudo en el estómago. Se saludaron con un leve abrazo y se sentaron en una mesa tranquila. —Gracias por venir, Ailsa. Hay algo importante de lo que quiero hablarte —dijo Lachlan, su voz firme, pero con una nota de vulnerabilidad. —Claro, Lachlan. ¿De qué se trata? —preguntó Ailsa, tratando de mantener la calma mientras su corazón latía con fuerza. —He estado pensando mucho en todo lo que ha pasado entre nosotros. Y creo que te debo una disculpa —comenzó Lachlan, tomando un sorbo de su bebida y mirando a Ailsa con una expresión seria. —¿Una disculpa? —Ailsa estaba sorprendida. No esperaba que Lachlan dijera algo así. —Sí. No he sido justo contigo. He rechazado tus sentimientos sin considerar realmente quién eres y cuánto te has esforzado por acercarte a mí. Quiero que sepas que, aunque no he correspondido a tu amor, valoro tu amistad y tu presencia en mi vida —dijo Lachlan, mirándola directamente a los ojos. Ailsa sintió una mezcla de alivio y tristeza. Era un paso hacia delante, pero no el que había soñado. —Gracias por decirlo, Lachlan. Significa mucho para mí. Pero, ¿qué quieres de mí ahora? —preguntó Ailsa, intentando entender sus intenciones y sintiendo que su mundo se balanceaba entre esperanza y resignación. Lachlan tomó un respiro profundo antes de continuar. —Quiero ser honesto, contigo, Ailsa. Creo que lo mejor para ambos es seguir adelante con nuestras vidas. Mereces alguien que te ame de la misma manera que tú amas. Yo no he sido esa persona, y no creo que pueda serlo. Pero siempre seré tu amigo y estaré aquí para ti —confesó Lachlan con una sinceridad que Ailsa nunca había visto en él.
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