Al incorporarse al tráfico, el aroma de las galletas de canela la invadió, trayéndole recuerdos de la infancia en la cocina de su abuela. «Bien jugado, Teddy», pensó, al ver la galleta de cartón perfumada colgando del retrovisor. No era justo que él se hubiera vuelto más guapo en la última década, mientras que ella había sufrido heridas que le habían dejado el torso lleno de cicatrices y la hacían cojear cuando estaba cansada. Su mente funcionaba en piloto automático mientras repasaba la conversación que había tenido con Teddy antes. Él sabía lo que le había pasado, pero le habían dicho que había muerto a causa de las heridas. Si tan solo hubiera sabido cuánto había deseado esa muerte durante su dolorosa rehabilitación. Suspiró y apartó esos recuerdos, obligándose a concentrarse de nuevo e

