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1923 Palabras
Viaje a Calais Un carruaje sin distintivos se detuvo cerca del muelle del puerto de Dover, dos hombres vestidos como burgueses con largas gabardinas para capear la brisa marina. Connor le dio una moneda al cochero mientras Ethan tomaba los bolsos que el escudero dejaba a su lado. Se acomodó el sombrero y miró el puerto iluminado con las luces del faro y las lámparas de gas. - Tengo los pasajes. - avisó Ethan siguiéndole hasta el barco que partiría en treinta minutos. Un barco de pasajeros a vela de pequeña envergadura. Una goleta. Connor subió la rampa que conectaba la embarcación con el muelle mientras varios hombres gritaban y daban instrucciones. Era casi medianoche y la actividad era tan intensa que durante el día. - ¿Vas a bajar a la cámara de pasajeros? - le preguntó el caballero. - No, quiero ver lo que va a pasar. - le dijo - Si me encierro en un cuarto sólo sobre pensaré más. - El contramaestre dice que será un viaje tranquilo con viento a favor. Tampoco lloverá. - le dijo después de hablar con un hombre que pasó a su lado. - Si quieres bajar, hazlo. - le dijo Connor con una sonrisa mirando hacia el mar - Sé que no te gustan los barcos. - Te acompañaré. - le dijo - Si vomito, puedo hacerlo hacia el agua. Es un viaje de dos horas - Bien... - le dijo el príncipe con una sonrisa - Quédate cerca. El joven se quedó callado, perdido en sus pensamientos hasta que el barco soltó amarras y se dirigió a su destino. No estaba de acuerdo con este viaje y menos con la asignación encomendada. Aún no entendía la razón por la que su padre y su hermano estaban tan empecinados en sacarlo de Inglaterra. Bueno, no era como si no tuviera una idea... Su comportamiento en el último tiempo era todo menos digno de la casa real de Inglaterra. Estaba enfocado en la condesa, una hermosa joven de dieciocho años que le coqueteó abiertamente por lo que él sólo aprovechó la oportunidad; la mujer era buena en la cama y aceptaba todo lo que le pidiera y su docilidad le gustó. Connor creyó que sería fácil de controlar con joyas o vestidos, pero en el informe que le entregó su hermano antes de partir sólo lo hizo sentir furioso. Para empezar, él no era el único amante que tenía la condesa. Se estaba acostando con el hijo de un marqués, uno de sus escoltas asignados y él. Si su plan era embarazarse y hacerlo pasar como su hijo, las probabilidades aumentaban exponencialmente con tres donadores de semen. También se enteró que la condesa abiertamente se jactaba de tenerlo como amante en los círculos sociales de señoras lo que aumentaba las probabilidades de que sus anteriores amantes le hicieran un escándalo al discutir con la mujer o con él. Al diablo, la solicitud de confidencialidad que le había pedido al inicio de la relación. En tercer lugar, el rumor de que la condesa estaba embarazada se extendió lo suficiente para que la cámara de los lores presionara al rey por la conducta escandalosa de su hijo. Era por eso por lo que su familia propuso esta treta de que el joven príncipe estaba buscando esposa fuera de Inglaterra. Había acompañado a su padre y hermano a algunas reuniones a la cámara de los lores y todos se tiraban en picada a su familia debido a la preocupación de que las ideas republicanas de Francia o Estados Unidos prendieran fuego en el pueblo de la casa real inglesa debido a los excesos que el menor de los príncipes tenía. Formalmente, la casa real francesa no cayó por los excesos de Louis XVI, pensó. Ya venía arrastrando una crisis económica por las guerras de los años anteriores y los intereses de los préstamos a la corona que subían constantemente. La conducta de la reina fue sólo la guinda en la torta. Con el fiasco del escape de la familia real y su encarcelamiento en 1792 más los enfrentamientos de uno y otro lado sólo aumentó el miedo y el descontento del pueblo. La ejecución de Louis XVI en enero del 93 y la de la reina en octubre del mismo año fue una noticia espeluznante. De alguna forma u otra, a través del parentesco o alianzas matrimoniales, todas las casas reales de Europa estaban relacionadas y la muerte de ambos reyes fue un duro golpe como familias, independiente de las posturas políticas. Madame Royale (la hija mayor de los reyes) estuvo recluida en el Temple junto a la familia y en julio de 1793 el pequeño delfín fue separado de la familia. Después de las ejecuciones de la familia real, María Teresa estuvo sola en el Temple hasta 1795 cuando fue intercambiada por otros prisioneros seis días antes de navidad y pudo viajar a Viena donde permaneció con su primo. De la información que la joven pudo transmitir se sabía que había escuchado a su hermano en un celda cercana cada vez que era golpeado por su custodio o lo hacían cantar la Marsellesa. Lo que ella no mencionaba es que también lo escuchaba llorar. Ahora, en 1797 se había recibido información de que su hermano Louis Carlos, proclamado rey titular de Francia, Luis XVII a la muerte de su padre, había muerto en prisión a la edad de diez años en 1795. Todas las casas reales de Europa lamentaron el sufrimiento de los niños porque nadie esperaba que la revolución fuera tan sangrienta y despiadada. Connor resopló, frustrado. En ese momento, con la brisa marina golpeando su rostro el mismo se dirigía a París, el centro de todo. Por lo menos, Robespierre ya estaba muerto, pensó. Ese hombre se había embriagado con el poder. Trató de recordar la información que tenía del Directorio francés que estaba tratando de sacar adelante la crisis social y económica causada por la falta de comida y combustible arrastrada desde los crudos inviernos del 94 y 95. Por lo que sabía, ahora París estaba llena de los aristócratas que regresaron del exilio ya que no había temor de ser guillotinados. Existía una corriente pro-monárquicos que había iniciado una campaña de propaganda bien financiada que desprestigiaba a la República y miraba a la antigua monarquía con gafas de color de rosa. "Ah, mierda, pensó Connor. Ningún extremo es bueno en este momento. Estaremos pisando cáscaras de huevo". - ¡Calais! - gritó alguien en cubierta haciendo que varios de los que estaban allí se giraran para ver el puerto francés a lo lejos. - Estaremos allí en cuarenta minutos... - escucharon decir a un hombre a lo lejos. - Ya casi llegamos. - le dijo Connor a Ethan que estaba sentado sobre unos sacos cerca de unos aparejos vomitando en un balde - Te daré una gran cena con carne jugosa cuando lleguemos. Sus palabras solo hicieron que las arcadas de su amigo aumentaran contorsionando su cuerpo mientras sujetaba el balde lo que lo hizo reír. - ¡No es gracioso! - le gritó el hombre para luego volver a inclinarse y seguir vomitando. - Lo siento, pensé que habías mejorado desde el último viaje. - le dijo divertido. - El que sea inglés no significa que sea un hombre de mar. Prefiero tierra firme. Más segura y seca... Un buen caballo es todo lo que necesito. - Cierto... pediré que te den una sopa de cangrejo entonces... - ¡¿Podrías callarte?! - exclamó pálido girando la cabeza para mirarlo - Eso no ayuda. - De acuerdo, de acuerdo. - le dijo sentándose a su lado y levantando las manos en señal de rendición como si el olor a vómito y sus violentas arcadas no fueses importantes - ¿Qué tal cerdo asado con frijoles? El gemido de Ethan se escuchó amplificado por el balde y luego intensas arcadas lo acompañaron. - ¡Eres un bastardo! - exclamó el escolta lanzando maldiciones por lo bajo cuando lo escuchó reír a su lado. - Vamos, amigo mío. - le dijo palmeando su espalda mirando hacia la costa - Te recuperarás... Llegando A Francia Cuando el barco llegó a puerto, ambos jóvenes bajaron por la rampa para ver un carruaje y junto a él, un hombre, quien parecía a millas de distancia un noble, los saludó con formalidad. - Bienvenido a Francia, alteza. - le dijo y Connor carraspeó observando algunas miradas curiosas. - Debe ser el asistente del embajador. - le dijo entregándole su bolso con brusquedad - Considerando la situación política del suelo que estamos pisando, creí que ibas a ser más discreto. La estupidez puede ser contagiosa. Ethan se rio al lado del príncipe observando la vergüenza del hombre al reparar en su error. - Lo siento, altez... - comenzó a decir el hombre y Connor lo interrumpió. - Cierra la boca de una vez... - le regañó - Sólo llámame señoría o milord en público. - Sí, señoría. - le dijo abriendo la puerta del carruaje después de entregarle el equipaje a un paje que iba en la parte posterior. Connor subió y se sentó seguido de su escolta y el secretario quien golpeó el techo para que comenzaran a moverse. - ¡A casa! - les ordenó sentado frente a ellos con una mirada atenta - El embajador los espera, ha preparado sus habitaciones y algo de comida después del viaje - El príncipe vio a su amigo palidecer a su lado. - Este viaje no es de placer, secretario. - avisó Connor con voz seria - Supongo que ya sabes por qué he venido... - Eh, bueno... el embajador dijo que está viendo prospectos para esposa... - balbuceó el hombre. - Eso es así. - dijo percibiendo un fuerte olor a orines y a madera quemada de las fogatas en el exterior por lo que tuvo que sacar un pañuelo de su chaqueta y cubrirse la nariz - Aunque estoy dudando porque vine a Francia y no a Viena o Prusia... - Aún se producen disturbios entre grupos contrarios y partidarios al Directorio y a las reformas. Son más frecuentes por la noche y en las afueras donde hay mayor cantidad de sans-culottes. La escasez los ha golpeado duro y, aunque haya más assignat circulando, los precios siguen subiendo. - Es normal después de que toda la estructura de gobierno colapse. - dijo Connor con calma mirando a una mujer con un pequeño niño en brazos en la puerta de un edificio - Los que más sufren con eso es el pueblo. - ¿Eh? Sí, señoría - dijo algo confundido ante la intensidad de sus palabras - Tiene razón. Los inviernos anteriores tampoco ayudaron. - Estamos en primavera... - murmuró sin dejar de observar la calle transitada - supongo que a la luz del día esto se verá mejor. - Sí, señoría, se lo aseguro. - dijo el secretario emocionado - Con el sol todo mejorará. - Eso espero... - murmuró. A medida que avanzaban por las calles de adoquines su corazón se volvía más inquieto. Todo esto era un error y todo su cuerpo lo gritaba en su interior. Su formación como caballero y espadachín le decía que aún había mucho peligro en las calles y, porque no, en cada lugar al que tendría que ir en esta loca charada de su padre. Todos sus sentidos se pusieron en alerta y eso no le gustó. Iba a hacer esto y regresar a casa.
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