UN MATRIMONIO CONSUMADO

1854 Palabras
¡Todo es culpa de sus primos! Recordó nuevamente que se sentó en una máquina tragamonedas, al lado de la suya y la saludó. Y cuando ella lo miró, estaba llorando y las lágrimas le caían por su bello rostro. Se preguntó qué le pasaba, así que se acercó a ella y le dijo bajito. —¿Qué te pasa, preciosa? ¿Por qué lloras? En las Vegas, no se llora. Mujer. —Necesito casarme de inmediato, quiero encontrar un hombre para toda la vida, que me ame, para mi sola —Le dijo con un inglés casi perfecto, pero con acento extranjero. —Yo puedo casarme contigo. Eso sí, no para toda la vida no lo creo, pero… —Y en ese instante, ella ganó el premio en la máquina y pasó del llanto a la risa y a la euforia en menos que canta un gallo. Había ganado diez mil dólares. Él la acompañó a cobrarlos y entonces ella le dijo: —Si te casas conmigo, te doy la mitad de este dinero. Otro reto para él. Bueno, pues así mataba dos pájaros de un tiro. Pero no iba a cogerle la mitad del dinero. No sabía quién era ella y él era un caballero que no se aprovecha de nadie. Y nunca le cogería dinero a una mujer. Él tenía suficiente. Así que se fueron a pedir una licencia de matrimonio. Ella llevaba unos tacones muy altos y una minifalda negra y un top n***o de brillo que dejaba poco a la imaginación. No preguntaron nada de su domicilio. Solo la edad y los nombres. Compraron en la entrada de una de las capillas, unas alianzas que pagó Trevor, aunque ella quiso pagarlas, ya que él fue amable en aceptar, pero él no la dejó. Se casaron y él la invitó a su habitación, aunque ella tenía una habitación propia. Sin embargo, cuando entró a la de él, ni comparación tenían. La de él era una habitación maravillosa. Con jacuzzi. Era como una suite de lujo y la suya era una habitación normal, grande, pero normal. Ya entraron besándose y él tenía que agacharse para levantarla a su altura y frotar su sexo con el de ella. Se encontraba muy excitado con la minifalda que llevaba su ahora esposa Scarlett, que ya averiguaría de dónde había salido. Se olvidó de todo y cuando entró en ella, supo que era virgen. Ya la había visto algo nerviosa y temblando, pero las mujeres se ponían nerviosas con él. Algunas que se sentían inferior. No obstante, con ella no. Saber que era virgen lo excitó aún más y cuando traspasó la barrera con delicadeza, y ella lo miraba con esos ojos grandes, él intentó un ritmo lento y después avivó el ritmo y se derramó en ella, cuando la oyó gritar y sintió el calor de su orgasmo que le llegaba irremediablemente. Había sido grandioso y recordó haberle hecho el amor sin protección toda la noche. Haber pedido una botella de champán que al final fueron cuatro y haberse metido en el jacuzzi y haberle hecho el amor allí también, abriendo sus piernas y dejando que ella le rodeara la cintura con ellas. Era su mujer y no lo necesitaba y estaban las cervezas y las botellas de champán que se habían tomado, él que tomaba una copa y poco más. Y allí estaba, casado con una desconocida, desnuda en su cama a modo de invitación s****l en Las Vegas. Y lo que pasa en las Vegas, era como si nunca sucedió. Esperaba que se despertara pronto, porque si no, de verdad iba a tener que hacer algo con su excitación s****l. Para no ser su tipo, lo estaba poniendo demasiado cachondo sin pretenderlo, si lo hiciera a conciencia… Y había otro problema, el dinero, no el que ella había ganado jugando, no, sino el suyo. Se habían casado sin ninguna acción notarial, por lo que ella ahora era irremediablemente poseedora de la mitad de su fortuna. Iba a matar a sus primos por meterlo en este enredo. No sabía quién era esa mujer, si era ambiciosa, si le pediría dinero, si se enteraba de quién era él. Ya tendría que solucionar eso, su primo Harry, el abogado de la empresa, se encargaría de eso, pero le preocupaba más el otro tema. Y ese sí que era importante, porque no se podía divorciar de momento. Había hecho el amor a una virgen sin protección y no una vez, sino varias veces y eso podría tener consecuencias. Y hasta no saberlo, tendría que llevarse a su mujer a casa. Quisiera o no. Él no iba a tener hijos perdidos por ahí. Si ella se quedó embarazada, tendría que vivir con ella. Y para estar seguro de eso, tendrían que vivir juntos hasta saberlo. Así que esperaba que la bella durmiente se despertara, porque tendrían que hablar largo y tendido. Y tendría que despertarse pronto porque su situación era inaguantable. Se levantó y la tapó con las sábanas. Y esperó. Media hora la estuvo observando y se estaba poniendo nervioso como un león enjaulado. Deseaba tomar algo y pidió dos desayunos en la habitación. Porque si no se despertaba, él, la iba a despertar. Pero afortunadamente, en cuanto pidió el desayuno por teléfono, la bella durmiente se estiró en la cama, dejando las sábanas nuevamente destapando su cuerpo, mientras sus pechos asomaban libres por la cama. Abrió los ojos, y lo primero que vio fue un hombre guapísimo y alto, sentado frente a ella en un sillón, observándola. Dio un salto y se tapó inmediatamente con las sábanas. Ella se quedó sentada en la cama, con el cabello revuelto. A Trevor, le pareció preciosa, no obstante, había que solucionar otros temas antes. —¡Hola, bella durmiente! Ya era hora de que despertaras, querida. —¿Quién… quién, eres? —Lo mira asustada, a pesar de lo guapo que le parecía. —Tu marido. Estamos en las Vegas, en mi habitación, ¿Recuerdas? —No mucho, la verdad. —Pues mira tu anillo. Igual que el mío —Le muestra el suyo que es igual— Parece ser que nos casamos anoche, incluso hicimos el amor, más de una vez. Las primeras para ti por lo visto. —¡Por Dios…! Tapándose hasta la barbilla, los ojos y el rostro que lo tenía rojo como la grana de la vergüenza que siente. Ella recordó absolutamente todo. Todo. Incluso la forma en que salió de España. Le contaría toda la verdad. Y la dejaría libre. Aunque haber hecho el amor con ese hombre, había sido grandioso. Había descubierto el sexo con un desconocido. Bueno relativamente. Era su marido. Y no tiene la más remota idea de quien es, al menos le tocara darle dinero medito ella. Y tenía que volver a su… recordó su desgracia ¿a dónde iría?, si ya no tenía trabajo, ni novio, ni casa… solamente tenía el dinero que había ganado en las Vegas y 5.000 euros en su cuenta. Ese era todo su capital, económico y emocional. Nada más. Ella daba pena. —Lo siento, yo, no… ¿Podemos divorciarnos? —O sea que has recordado. —Sí, te daré la mitad del dinero para compensarte ¿Dónde está el dinero? —En la mesita de noche —Le señaló. Ella ladeó la cabeza y miró la bolsa— Pero la mitad de esa bolsa, ya es mía. Me la ofreciste por casarme contigo. —Le soltó más por ver su reacción, que por otra cosa. —Pues te doy la otra mitad, si es necesario. —Te vas a quedar sin nada. —No me importa el dinero. Siento haberte metido en este lío. —Encima era ella, la que se disculpaba y decía que no le importaba el dinero. Bueno, eso tendría que comprobarlo de verdad, necesitaba saber qué tipo de mujer era ella. —Venga, levántate que he pedido el desayuno y hablamos con tranquilidad. ¿Sabes que tenemos que hablar? ¿No? —Sí, pero Tendría que ir a mi habitación, para cambiarme. —¿Qué número de habitación tienes? —La habitación, trescientos veinte, es. —Te espero. No tardes, que el desayuno está por llegar. Tienes como mucho media hora. Y te traes la maleta de una sola vez. Él, que no se fiaba de ella y sabía que iba a salir corriendo en cualquier momento, tomó su ropa, se la dio, cogió la bolsa con el dinero, su bolso y el pasaporte. Ella no puede irse sin su documentación, era una estrategia para mantenerla bajo su control. —Esta es la habitación setecientos uno. Aquí te espero. —Le soltó con seguridad mirándola. —Necesito al menos la llave, para abrir la habitación mía. —Dijo ella una vez que se vistió con la poca ropa que llevaba puesta la noche anterior. Trevor miró en el interior de su bolso y le dio la tarjeta para abrir la puerta. No le ha mentido hasta el momento y ha comprendido que no va a irse ni a escapar a ningún lado hasta que no tuvieran una conversación larga y tendida. —No te fías de mí. —Le dijo Scarlett, con inseguridad. Incluso sentado era imponente, alto y guapo. Era un vaquero n***o con ojos verdes. Estaba casada con un hombre de revista. Si lo pensaba fríamente, no quería irse a ningún lado. Ni divorciarse siquiera. Sus brazos la habían consolado y su boca la había besado muy bien y su m*****o grande y duro, la había hecho sentir miles de estrellas. ¿Y ahora qué? Iba a darse una ducha y vestirse, desayunar y hablar con él. Tenían que solucionar todo ese enjambre de líos en los que se habían metido. —No me fio de nadie, Scarlett. —Su nombre sonaba precioso en su boca. —¿Recuerdas mi nombre? —Desde luego, que conozco el nombre de mi esposa. —Dijo Trevor— Y yo, soy Trevor. Date prisa, no me gusta el desayuno frío. Ella salió por la puerta como un rayo. Con un simple “Ahora vuelvo”. Él sabía que ella volvería, tenía todos sus documentos. No iba a irse a ningún lado. Miró su bolso. Sabía que era una indiscreción, pero lo miró. Pañuelos, el carnet de identidad español, el pasaporte que tenía fuera en la mesita y que metió dentro del bolso. Miró por internet, dónde estaba situada su dirección para hacerse una idea. Unas gafas de sol, una cartilla que podría ser de un banco, miró y tenía cinco mil euros, una tarjeta, que estaba asociada a esa cartilla, una de la seguridad social española y el móvil. Tocó el móvil y apareció Scarlett con un chico de su edad, un poco más alto que ella, abrazados. Miró su f*******: y había fotos de un tal Julián, etiquetado, con ella. Eran pareja sentimental y, sin embargo, no había hecho el amor con él. ¿Por qué? Y, sobre todo, qué había pasado entre ellos. Quería saberlo todo de ella.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR