Son las 6:00 de la mañana y siento que es mucho antes. Es jueves y siento que mi cuerpo aún no se acostumbra a todo el embrollo de las responsabilidades.
Ayer salí de clases con un dolor de cabeza peor que cualquier otro. Resulta que el profesor Ordoñez sería el encargado de Psicopatología II tanto práctica como teórica y fue una tortura escuchar sus chistes sin sentido y el recordatorio de todos sus pacientes aburridos y de aclamaciones de su vida personal, porque toda la tarde tuve clases con él. Odie nuevamente estar en sus clases. Nunca anticipe que terminara sus clases como antes. Había observado el reloj del celular de mis amigas con persistencia tratando de que se marcaran las 18:00 y cuando sucedió tome mis cosas y marché apresuradamente a la salida del salón como si este estuviese a punto de estallar. Mis amigas no podían contener la risa de mi estrés.
―Relájate, deberíamos tomarnos unas cervezas ―sugiere Daniela con los pulgares en alto.
―Ni pensarlo ―articulo irritado.
―Deja la vejez y céntrate en la juventud, Xavier
Renata y yo la miramos confundidos, ni ella misma se entendió.
―En otro momento, Daniela ―la abrazo fuertemente y le doy un beso en su frente―, nos vemos el próximo miércoles.
Imito mi acción con Renata y con las demás muchachas. Y camino hasta Barrio Obrero para tomar el trasporte público que me dejara en el centro de la ciudad y así tomar otro trasporte para el terminal donde finalmente llegaría hasta El Piñal.
Llegue a la casa de mi abuela a las 20:45 y sentí como el sueño se colaba en mi cuerpo. Casi no he dormido en los últimos días. Y la sensación es desagradable.
Retomando en la actualidad, había llegado al baño con parsimonia. Me duche lentamente, hice mis necesidades fisiológicas, me puse una franela negra y un Blue Jean junto a unas botas deportivas grises oscuras. Situó el sweater n***o con franjas verdes fluorescentes en mi cuerpo y camino hasta donde se encuentra el bolso. Lo tomo y salgo a la cocina donde mi abuela está entregándome un plato con dos arepas rellenas con queso.
―Gracias ―comienzo a devorar la comida tratando que el tiempo desde temprano me rinda.
―No has lavado el baño ―cierro mis ojos y trato de pasar la comida―. No sé para qué sirves realmente, si no sirves para nada.
Aprecio un leve malestar en mi pecho, trato por un microsegundo de ignorarlo. Estoy tratando. Pero el apetito se fue junto a las ganas de seguir en la casa. Tomo mi bolso y voy hacia la nevera, extraigo el termo con agua que siempre arreglo en la noche.
Camino agradeciendo por el desayuno y me despido de ella cuando estoy justo por salir en la puerta principal. Tomo los audífonos y los situó en el MP3; reproduzco «Miss Americana & The Heartbreak Prince» de Taylor Swift y camino por la solitaria carretera, a esta hora de la mañana todo es muy desolado, noto como pocos autos pasan a mi lado e incluso motocicletas, sin embargo, nada agravante. Dentro de cinco minutos entro al colegio y estoy tratando por todo en apurar mi andanza. Mis pasos son cortos y algo veloces.
Mido un metro con sesenta y seis centímetros, tengo la piel nívea con un ligero rubor en mis mejillas, en este caso, el tono de mi piel esta bronceada por el hecho de caminar todo el tiempo para poder desplazarme a los sitios necesarios. Podría decirse que soy un individuo de contextura regordeta, de cabello castaño corto, ojos pardos pequeños, nariz perfilada, cejas simétricas un poco gruesa, pestañas largas y rizadas que colisionan con los anteojos, labios gruesos rojizos en forma de corazón y algunas diminutas pecas que se esparcen en mis pómulos.
Señalado como: «un chico ordinario.»
Desciendo la cuesta saludando a la señora Teo. Una señora de hermosos ojos verdes que tiene la humildad de obsequiarme el saludo cada vez que me observa. Es una dama encantadora y abuela de mis primos maternos: Julio y Dayana. Sigo el recorrido hasta cruzar al lado derecho de la acera. Mi camino se prolonga por seis minutos más. Por el altavoz de los audífonos han pasado tres canciones más como, «Sober» de Demi Lovato, «Date la vuelta» de Luis Fonsi ft. Sebastián Yatra & Nicky Jam, «Malamente» de Rosalía; justo en este momento comenzó a sonar «Love In The Dark» de Adele. Paso por el frente de la cafetería por donde trabajo, hoy le toca corrido al señor Alipio quien me saluda con la mano sin pensarlo regreso el saludo y continuo el camino al colegio.
Cuando llego, el portero me abre e ingreso por la reja. Saludo algunos estudiantes que estaban sentados conversando de equis tema. Paso a la coordinación para saludar a la secretaria una mujer de unos cuarenta y tantos que es bastante agradable, creo que tiene una hija en quinto. Me encargo en la búsqueda de la carpeta de la asistencia diaria.
―Mierda ―murmuro para mí mismo. Nunca me acuerdo con quien tengo clases a esta hora. Rebusco en todas las carpetas hasta topar mi nombre junto a la materia que tengo a esta hora. Bien, tengo castellano con los de noveno sección A.
Dejo la carpeta un momento donde estaba y apago el MP3 dejándolo en mi cadera, con los audífonos trato de doblarlos de manera que queden bien y no se dañen para después colocarlo dentro de una abertura del bolso.
―¿Café, profesor?
Observo de reojo a la persona que seguro entro en la secretaria. Miro a los costados para saber a quién le habla.
―¿A mí?
Hay veces que puedo llegar a ser estúpido pero esta vez sobrepase las barreras de la estupidez. Si llegase a existir un galardón a la persona más estúpida de la mañana seria primero para Daniela y luego para mí.
―Claro, profesor ―me cuestiona una mujer con el cabello recogido en una escueta cola de caballo del cual reposa unas lentes, sus ojos son ambarinos un tanto opacos, delgada y desaliñada. Le sonrió con gratitud.
―No gracias, eres muy amable ―asiente y se va retirando―. Por cierto, ¿sabes dónde queda noveno año?... Creo que sección A.
―¿Cree…? ―inmediato nota mi inseguridad y se ríe de ello. Pero no parece burla sino preocupación.
―Lo siento, estoy tan despistado, que…
―Profe, tranquilo ―toca uno de mis hombros con su mano y dirijo mi vista hacia ella y le sonrió con ansiedad―. No se preocupe, revise nuevamente el horario y lo dirijo ―asiento con la cabeza y reviso el horario. Efectivamente es la sección A―. Listo, vamos.
En este momento es cuando la ansiedad me envuelve y dejo que las inseguridades me arropen. No es la primera que doy clase pero son personas nuevas y mi mente se llena de preguntas sin respuestas.
«… ¿y si les caigo mal?, ¿Y si no me respetan?, ¿Me tomaran enserio?»
Inhalo con suavidad y exhalo con pesadez. Camino por el pasillo, el colegio no es tan grande, es pequeño con apenas seis aulas. Cada año tiene una sección a excepción de noveno que son dos por la gran cantidad de alumnos.
―Es aquí ―estuve tan absorto en mis pensamientos que no le preste atención a la puerta. Volteo mi cuerpo hacia atrás para memorizar el camino hasta el aula. No parece complejo. Incluso es muy fácil.
―Gracias…
―Karina, profesor ―asiento con una sonrisa tímida.
Giro el pomo e impulso la puerta para poder abrirla y así mismo pasar a través de esta. Recorro con la vista el entorno y cuento rápidamente veintiocho estudiantes. Dejo el bolso en el que se supone que es mi escritorio. Los adolescentes al notar mi presencia dejan de hacer lo que estaban haciendo e incluso se crea un incómodo silencio. Camino al frente del salón y suelto una bocana de aire.
Aquí voy…
―Buenos días, soy Xavier Home, en este momento seré el tutor encargado de la asignatura de Castellano y Literatura ―percibo las miradas de todos, de pronto la ansiedad que me había atacado dejó mi cuerpo y siento seguridad―. No espero que me digan profesor porque no lo soy, simplemente seré el encargado de trasmitirles la información que ustedes van a necesitar en esta materia, solo necesito de la colaboración de ustedes. Porque será un juego de dar y recibir. Les doy la mejor clase y ustedes reciben esa información que después avaluare según la percepción de esta.
Luego de ello todos se presentaron diciendo sus nombres apellidos. Pero ninguno respondía con firmeza lo que querían hacer luego que salieran del colegio. Preocupado indague un poco de ello, la clase finalizo y así mismo me dirigí a otro salón, volvió a ser lo mismo. Presentaciones y asignar el plan de evaluación. Me gustaba la sensación que me presidian. Me siento a gusto.
Me consigo con mi hermano menor que estaba saliendo de su clase le saludo y sigo mi camino. Llego a coordinación y me encuentro al director junto al dueño del colegio.
―Buenas ―saludo con ansiedad. j***r con mi voz.
―Profesor Home, que bueno verlo ―el licenciado Maldonado me extiende su mano la estrecho con cordialidad―. Siento no haberlo saludado antes pero acabo de llegar de una reunión de directores de la zona.
―No hay problema ―dejo la carpeta en el sitio donde la toma―. Gracias por la oportunidad. Nos veremos después.
―Así mismo.
Camino con los audífonos en mis odios y me refugio con «Time» de DF.
Llego a la casa de mi abuela y noto que no se encuentra, no hay rastro de nadie en la casa. Dejo el bolso y busco la camisa de vestir del uniforme de mi segundo trabajo para poderla planchar. En momentos como estos es donde adoro mucho más a mamá que nunca. Gracias a sus enseñanzas respecto a los quehaceres del hogar me han servido.
Hace dos días había comprado pan en la cafetería después que había salido de trabajar. Encuentro un poco de Pepsi y comí pan con refresco. Lo hago con rapidez, tengo una hora para poder entrar a trabajar. Dejo el resto de refresco en la nevera y busco la toalla para poder irme a bañar. Encuentro así mismo el jabón, el champú y la crema con el cepillo de dientes. No duro más de quince minutos y ya me encuentro secando para poderme arreglar. Aplico loción corporal para que mi piel este más hidrata y suave. Luego de varios minutos me coloco la camisa del uniforme. Chequeo mi vestimenta buscándole una imperfección que no existe. Salgo de la habitación que mi abuela me asigno y tomo rumbo hasta la cocina nuevamente. Encuentro a papá que me observa y me saluda.
―Tengo que ir a trabajar, saludos a mamá y a Allison.
―Dale, papi.
Tenía una extraña relación con mi papá, él se llama de la misma manera que yo. Lo curioso es que después de que él se enterara de mi orientación s****l no había sido lo mismo. Siempre era parco e incluso tajante en cuanto se me dirigía. Ahora, las cosas han cambiado, tenemos un poco más de comunicación sin tener que respondernos con cosas que después nos estamos arrepintiendo, incluso les colaboro con algo de mercado o dinero. Y aunque no lo acepte en voz alta siente vergüenza de ello.
En ocasiones puedo sentir un poco de lastima de mi presencia. Siendo sincero conmigo mismo puedo llegar a decir que soy altanero, incrédulo, mentiroso, cansón. Precipito un poco las cosas y siento que todo eso afecta mi círculo social. Me cuesta mantener una amistad sincera, porque quiero obligarme a mantenerme en ella, sin embargo, parece que todo eso es por aprovecharse de mi ingenuidad. Detesto decir en voz alta que puedo hacer esto y lo otro y no pueda hacer ni siquiera la mitad que prometo hacer.
Soy complicado a mi manera.
Y trato de entender que está mal… ¡Falso!, sé que está mal, pero no deseo aceptar ello.
Y es que le temo a la soledad por lo que muestro una faceta de complacencia hacia otras personas. Algunas me juzgan por el hecho de que estudio una carrera que supuestamente tiene que aplicar primero en mí. Y es así, aunque no lo vea, ha hecho trasformaciones que agradezco. Sin embargo, hay mínimas cosas que no logro notar, por el hecho de que se convierten en sombras e introyecciones.
Sin percatarme había llegado a mi trabajo, caminado con la música que ni siquiera había tomado la sensatez de prestarle atención, me había desplazado por todo el recorrido hacia mi trabajo sin darme cuenta, simplemente mis extremidades habían hecho el trabajo de dirigirme por inercia. Traspaso el gran portón eléctrico blanco y dirijo mis pasos hasta la puerta trasera por la que entra el personal. Saludo a todos los de la cocina y llego al aparato que marca la hora de llegada. Veinte minutos antes de la hora acordada de mi entrada.
Siempre es así, llego veinte o incluso una hora antes y marco. A pero si llegas cinco minutos tarde recibes el regaño del mundo.
¿Extraño, cierto?
Saludo a todas las personas que trabajan en el lugar. La cafetería queda dentro de un supermercado, por lo que voy a este y saludo a las demás, desde los cajeros hasta los jefes de supervisión de caja.
―Xavier, que bueno verte ―exclama Ángela Vásquez, ella es la hermana de la dueña de todas estas empresas.
Ángela es una mujer regordeta de piel morena bastante agradable. Se puede decir que es la más humilde de todos los hermanos Vásquez.
―Ángela, mi amor ―le doy un sonoro beso en la mejilla.
―Aquí, aburrida, esperando que lleguen los otros cajeros del break.
―Na, que ladilla ―me burlo.
―¿Ya entraste? ―niego.
―A las dos. Pero como siempre llego temprano.
―Yo estaría roncando ―ríe y le acompaño.
―Vivo un poco lejitos por lo que prefiero prevenir que lamentar ―digo burlón.
―Bueno tienes razón. Oye, ¿Cuándo comienzas clases?
―Ayer comencé ―suelto un suspiro. Me mira preocupada.
―¿Cómo harás? ―se palpa la ansiedad en su voz.
―Realmente no lo sé.
Con ella puedo hablar de estas cosas. Y me siento terrible porque tenía planes, quería comenzar algo nuevo que sirviera para todos. Tanto para mí como para los jefes.
Me siento frustrado, enojado, triste… son tantas emociones que no sé cómo controlar el nudo en mi garganta. Temo por tantas cosas que me he vuelto un débil de mierda.
―Habla con Katt.
Así se le dice a la jefa y dueña de todas estas empresas. Realmente se llama Katherine, pero siempre le dicen Katt.
―Espero que hoy se encuentre. Y así programar una reunión con Johan y ella.
Johan es el jefe encargado del café.
―Sí, llego ayer y estaba hecha una furia con la muchacha que es cajera del café, porque cuadro mal la caja.
Joder, eso es muy delicado.
―Gracias, Ángela, debo ir al trabajo.
―Cuídate, Xavier.
Camino por el pasillo hasta llegar nuevamente a la caja, quedan cinco minutos. Voy encendiendo la computadora que esta al costado de la que está usando la chica morena del turno mañana-tarde. Conversamos un rato e ingreso los datos que me pide el programa para comenzar atender a los clientes.
Se despide de todos y comienza la tarde sumamente sola y aburrida. Sin darme cuenta llego Johan, en ocasiones le decimos jefe, pero siempre pidió que lo tuteáramos.
―Johan ―le llamo y se acerca.
―¿Qué paso gordinflón? ―no le prestó atención a sus palabras.
Siempre he dicho que Johan es una persona resentida con su pasado que trata de humillar las demás personas por satisfacer la dejadez que lo había consumido.
―Quiero que hables con la señora Katt sobre lo de mi universidad ―pido con frenetismo.
―Voy a ver que hago.
―Vale.
Atiendo un par de clientes. Converso con Alipio, el mesonero quien es una persona muy agradable podría decir que es mi único amigo en el trabajo. Siempre está dándome orientaciones, nos contamos chistes malos que solo nosotros entendemos. En ocasiones le decimos abuelo de cariño.
El sonidito del teléfono suena, ruedo los ojos, esto si es un martirio. Este teléfono suena más que ni el de los locutores del 911.
―Set Coffe, buenas tardes.
―Ya le he dicho que el celular no le entra llamadas de afuera para que andes diciendo eso.
Ruedo los ojos. Por favor.
Dame paciencia y en culo resistencia.
―Dime, Johan.
―Suba la oficina de contabilidad del Marx.
El Marx es el supermercado que les había dicho.
Cuelgo el celular y siento la ansiedad abarcar todo mi sistema nervioso central. De pronto aparece Jessica, la jefa de recursos humanos.
―Suba, rápido.
Tomo aire y me dirijo hacia allá.
Traspaso por el pasillo donde se encuentra Anna haciendo waffles con helado. Me mira de arriba abajo para luego sonreírme. Sigo el recorrido hasta toparme con la c********a del supermercado, atravesándola rápidamente. Giro a la izquierda y asciendo las escaleras metálicas. Marcho a través del gabinete donde descansan los empleados del Marx. Giro hacia la derecha donde me consigo en el segundo piso y observo fugaz a la parte inferior y noto que tanto el supermercado como la cafetería están desolados. Sigo el camino y toco con cuidado la puerta de cristal. Empujo de ella cuando escucho la afirmación de poder entrar.
Lo primero que me topo al entrar es la dura mirada de la jefa de jefas. La señora Katt. Que viste una camisa de lino blanca, en su rostro reposa unos anteojos anticuados, su cabello está recogido en una perfecta coleta, esta levemente maquillada. Sentada frente a un ordenador. Doy un rápido vistazo alrededor, hay tres ordenadores más ocupados por los agentes de contabilidad, dos chicas y un chico, de edades de veinte tantos. Frente a la jefa está Johan con mis horarios de la universidad, se los había dado hace tres días, y en mis manos obtengo los actualizados del miércoles. Ahora veré clases los martes y lunes cada quince días. Del lado derecho de la señora Katt se encuentra su hermano y jefe del turno de la mañana, Richard.
―Xavier, toma asiento ―sin pensarlo, acato la orden al lado de Johan―. Escuche hijo… hay cosas que tenemos que conversar respecto a esto ―señala con su mano las hojas de los horarios que posee Johan, se los pide y el fácil se los tiende―. Mire ―toma una bocana de aire y observa la hoja―, primero es difícil cuando la empresa solo otorga un día libre a la semana y usted posee dos días de clases, ¿Qué voy hacer al respecto? No puedo darte tantos privilegios, sé que eres buen trabajador, pero es difícil, aparte estas trabajando en el turno de la mañana en el colegio. ¿Cómo vas hacer con todo eso? ¡Son muchas cosas, hijo!
Bajo la mirada, siento que mi mundo se está desmoronando.
―Entiendo todo eso. Pero estoy tratando de organizar mis horarios…
―Tratar no sirve, Xavier ―replica con su dura mirada―. Tú mismo te vas a enfermar. No puedo permitir eso ―mira a Johan y continua―. ¿No hay otro puesto en el que pueda continuar en la empresa?
―No, los otros es entre semana en horario de oficina y él estudia entre semana.
―¿Si notas que es difícil, hijo?...
En ese momento interrumpe su hijo mayor, un joven rubio de ojos azules de estura baja.
―Mamá, necesito que me prestes la camioneta blanca, tengo que ir a la finca a buscar el alimento…
―Pero hijo, tu papá…
Dejo de prestarles atención y me sumerjo en la miseria que siento. No entiendo como no puedo hablar sin tartamudear, la señora Katt, crea un aura de dominación que me perturba. Me pone ansioso.
―…bien. Xavier, es difícil que continúes en la empresa, tienes que pensar que vas hacer…
―Es que no deseo dejar el trabajo, gracias a esto me puedo costear mis cosas, mis papás están pasando una fuerte situación económica que ni ellos pueden costeármelo. Dependo de este empleo e ingrese en el otro para tener un poco más… ―siento mis ojos cristalizados.
―La situación la estamos viviendo todos. Pero no puedo hacer más nada. Si quieres le ayudo a buscar un trabajo allá mismo en San Cristóbal con uno de mis cuñados, no sé. Como desees. Piénsalo.
―No sé, estaba contando con este trabajo para costearme la universidad ―siento mil cosas negativas que en cualquier momento voy a derrumbarme.
―Le obsequiare el dinero para que costees este semestre de la universidad como gratitud de haber prestado su servicio a la empresa. Y estoy orgullosa de que sigas, y vayas excelente… pero piensa que harás realmente Xavier.
Asiento y me retiro del lugar.
Cuando llego a la caja, Jessica me observa y no comenta nada, agradezco su silencio y se aleja. Me siento en la silla plegable y atiendo con una gran sonrisa a la señora que tengo enfrente.
―Bienvenida. ¿Qué desea?
Y así fue toda la tarde, hasta que se hicieron las 22:00, cuando marco mi salida, comienzo a caminar a la casa de mi abuela, me siento tan exhausto, mis piernas tiemblan. Me duele la cabeza. Me siento devastado. Aturdido, todo lo que planea con tanta emoción me sale mal.
Suelto un suspiro. Y me dejo llevar por la oscuridad, no hay luz. Eso ha sido tan constante que no sé qué es vivir con tranquilidad en un país donde existe la anarquía, dictadura, donde vives pensando: si te robaran, si llegara el agua, el gas, si el dinero alcanzara para poder comer.
Son tantas preocupaciones que afronta el venezolano que es sumamente triste, no es justo que un país tan hermoso con la cultura tan emotiva, este viviendo tantas desfachateces. Y lamento tanto que mi juventud este pasando por esta dictadura.
Cuando llego a la casa, apenas y no me golpeo por la oscuridad que abraza la casa, se siente fría. Cuando llego al cuarto de mi abuela tomo la linterna sin hacer ruido. Salgo de una vez y alumbro mi camino hasta mi habitación, despojo el uniforme y busco la toalla para irme a bañar.
Todo lo hago en tiempo record. Dejo la linterna en donde la había tomado.
Me acuesto a dormir dejándome llevar por los brazos de Morfeo.
Mañana me toca trabajar corrido. Gruño al saber que debo madrugar, mi cuerpo se siente tan pesado y cierro los ojos.