William Fue Steve quien me sugirió enviar a alguien al salón de Ángel. Lo dijo con una naturalidad pasmosa, mientras yo me quejaba del agotador y poco fructífero proceso de interrogar a familiares, amigos y empleados. Un trabajo lento, denso, como caminar en barro con los ojos vendados. Y más aún en un caso como este, con un muerto que había conocido a media ciudad, pero a muy pocos en profundidad. —¿Para qué vas a perder el tiempo con interrogatorios formales? —me dijo, encogiéndose de hombros—. Manda a alguien al salón. Las peluquerías de ese nivel no son lugares de trabajo, son centrales de información. Esas mujeres no necesitan interrogatorio, solo una taza de té y una excusa para soltarlo todo. Y Ángel... su muerte es la comidilla del mes, te lo aseguro. Si quieres, le pido a una am

