William le preguntó: —¿Qué pasa?— Y
Ella dijo: —Me hice pis en la cama.
—Laura, no orinaste en la cama. Tuviste un orgasmo y te corriste por toda la cama.
—Aún así debería tomar la toalla y limpiar el desastre que hice.
—¿Crees que ese es el único momento en el que te vas a correr esta noche?
—No conozco nada de esto William. Soy nueva en todo esto.
—Entonces déjame decirte, querida. Ese orgasmo fue el primero de muchos que tendrás a lo largo de esta noche y de todo el fin de semana.
—Vas a tener que cambiar tus sábanas.
—No, querida, cuando te alojas en un hotel de lujo, te cambian las sábanas. ¿Dónde estaba yo? Ah, sí, estaba justo aquí. —La besó en el ombligo, le sopló y emitió un sonido muy gracioso.
Laura le agarró la cabeza y se rió. Dejó de reír unos instantes después, cuando su boca penetró en la parte superior de sus rizos. Su cabello era muy rubio alrededor de la v****a y no muy denso. Se podía ver fácilmente su piel a través de cada centímetro. Su lengua la hacía sentir muy lasciva. Al llegar a su hueso púbico, respiró hondo y contuvo el aliento, porque sabía lo que venía. Sintió cómo lamía los labios a cada lado de su tesoro. Luego se adentró directamente en el centro. Era como si su lengua tuviera ojos. Por segunda vez, en cuanto su lengua entró en su raja, tocó su clítoris. Arqueó las caderas para recibirlo. Sintió un dedo deslizarse por sus labios, hasta encontrar el punto por el que se estaba filtrando, y lo sintió deslizarse dentro de ella. Era la primera vez que algo entraba en ese pasaje, y era muy extraño. Lo retiró y, de repente, se encontró con dos dedos dentro, y la estiraron hasta un punto en que le dolió.
William no la penetró muy profundamente, pues no quería tocar su himen. Sus dedos jugueteaban con el borde de su coño, pero aun así, ella empezó a reaccionar, como una mujer en llamas.
A medida que su boca descendía, sus dedos también. Al penetrar su lengua en su agujero lloroso, ella se arqueó hacia arriba, porque la sensación la dejó atónita. No se dio cuenta hasta segundos después de que le había metido un dedo en el culo.
Cuando lo hizo, dijo: "William, no, sácalo, está sucio ahí dentro".
Él la ignoró y le metió el dedo más adentro del ano. Movió la lengua más rápido dentro de la v****a y giró el pulgar alrededor del clítoris.
Cegada por estas tres sensaciones simultáneas, Laura gritó y tuvo un orgasmo explosivo, otra vez.
Ella estaba apenas consciente cuando abrió los ojos y miró a William.
—Qué te pasó en la cara?
—A mi cara le pasó lo mismo que le pasó a la cama.
—¿Te hice eso?
—Sí, Laura, ¿no es maravilloso? Tienes toda esta pasión guardada en tu interior, y tu cuerpo por fin la está liberando. Lame mi cara y saborea lo maravillosa que eres.
Laura dijo: —No lo creo. Creo que lo dejaré pasar, si no te importa.
—Sí me importa, Laura. Tú me probaste, yo te probé. Ahora quiero que te pruebes a ti misma.
—¿Alguna vez te has probado a ti mismo?
—Me probé a mí mismo hace unos momentos, cuando te besé, después del orgasmo más delicioso que he tenido en años.
Se dio cuenta de que no iba a ganar la discusión, así que le besó la mejilla y la lamió al mismo tiempo. Dijo: «Ácido, un poco salado, pero con un poco de orégano, mantequilla, aceite y ajo, podrías servirlo con lingüines».
William se rió: —si Michael pusiera esa receta en el escaparate, haría que los hombres hicieran filas kilométricas para comer en su restaurante. Sin embargo, no estoy seguro de cómo reaccionaría el departamento de salud. Probablemente querrían hacerles pruebas a todas las jóvenes que ofrecen este servicio. Sin duda, les harían depilarse las zonas íntimas para evitar que se manchen con la comida. Por lo demás, creo que la receta recibiría excelentes críticas».
—William, eres tan malo.
—Laura, tú inventaste la receta. Te dije que era un pervertido, pero me estás alcanzando rápidamente.
—Si anuncias en la escuela que se me ocurrió esta receta, cuando regrese el lunes, seré el virgen más popular allí.
—No hay manera de que salgas de esta habitación sin sangrar en esta cama.
—Otra buena idea se va por la ventana.
—Antes de que intentes pensar en otra buena idea, voy a deshacerme de ese trocito de piel que te hace diferente al 99% de las mujeres de tu edad.
—¿Por qué no mantuve mi boca cerrada?
—Lo único que te puedo decir, Laura, es que cuando abrías tu bocaza, me encantaba.
—Eres un pervertido.
—Te dije que estaba casada antes de invitarte a mi habitación. También te dije que era una pervertida. Nunca te mentiré.
—¿Me estás diciendo que nunca mientes?
—No, miento todo el tiempo. No te voy a mentir. Hay una gran diferencia. Ahora es hora de más educación y menos charla. Responderemos preguntas después del examen.
—Qué...
—Shhh... dije después de la prueba.— La besó suavemente en los labios al principio, y sus manos comenzaron a jugar con su piel; tocando y explorando, con cariño, aquí y allá. Sus labios descendieron y succionaron sus pechos, primero uno, luego el otro, hasta que sus puntas rosadas se alzaron orgullosas. Su mano izquierda recorrió el ligero arco de su vientre y se adentró en los rizos sobre su húmeda hendidura.
Ella empezó a gemir a medida que se excitaba cada vez más ante la perspectiva de para qué la estaba preparando. No podía creer que sus axilas fueran una zona erógena, pero cuando él la besó en el costado y llegó allí, no pudo evitar gemir. Su mano estaba dentro de ella otra vez, y sus fluidos goteaban sobre sus dedos y por su trasero. Nunca creyó que esto fuera posible. Su dedo llegó un poco más profundo, y su cuerpo reaccionó retirándose. Era la primera vez que sentía dolor. Supo al instante que su himen estaba intacto; él también.
William la miró y dijo: «Laura, esto va a doler, y por mucho que intente hacértelo más llevadero, vas a sentir dolor durante unos instantes. Cuando esté en lo más profundo de ti, haré que el dolor desaparezca, y después te sentirás de maravilla. Te prometo que mañana pensarás en el dolor, pero recordarás el placer».
—William, te lo haré saber mañana si me mentiste.
Se colocó entre sus rodillas y separó sus muslos al máximo. Sus pétalos se abrieron, y pudo ver la diminuta abertura, de la que goteaba humedad. Con la mano izquierda, colocó la punta de su pene en su entrada, la frotó hasta su clítoris, la rodeó varias veces y la bajó de nuevo hasta su entrada para lubricarla.
La observó a los ojos mientras lo hacía. Pasaron del azul cielo al gris humo. Estaba ardiendo, pero él quería convertirla en un infierno furioso antes de penetrar su virginidad. Así que lo hizo de nuevo. Metió la cabeza de su pene justo dentro de ese pequeño agujero, y sus caderas subieron para recibirlo. Retiró la cabeza, deslizó su pene hasta su clítoris y lo frotó contra ese pequeño manojo de nervios, hasta que sus caderas persiguieron su m*****o, intentando mantenerse en contacto constante con él.
Ella gemía sin parar y golpeaba las sábanas con las manos, porque él la provocaba. Pensó que una vez más bastaría. Así que la penetró un poco más esta vez, y sus caderas se arquearon, intentando de nuevo forzarlo más. Él se retiró y subió hasta su clítoris, rodeándolo de nuevo. Su gemido se convirtió en un gruñido de frustración.
Ella lo miró y gritó: —¡Maldito seas William!
Él le sonrió, pero no apartó la polla de su clítoris. Si tuviera un arma, pensó, le dispararía ahora mismo. Lentamente deslizó su pene hasta su entrada y volvió a insertar la cabeza. Ella levantó las caderas con anticipación, pero al sentir que él se retiraba, él sintió que ella comenzaba a relajar el cuerpo y a bajar las caderas al mismo tiempo. Fue entonces cuando atacó.
Su boca se cerró sobre la de ella para acallar su grito, mientras desgarraba su virginidad y la embestía con toda su longitud, hasta que la cabeza bulbosa golpeó su cérvix. Sus piernas ya no estaban a su lado. Latían con fuerza sobre la cama por el dolor. Ella lloraba, y él intentó besarle las lágrimas. Fluyeron durante más de un minuto, hasta que pudo controlarlas. Lo miró, cuando recuperó el habla, y dijo: —¿Por qué no me apuñalaste en el estómago con un cuchillo?
La besó dulcemente y dijo: —Lo acabo de hacer.
—Eso no tiene gracia, William. Creo que me destrozaste las entrañas.
Laura, hombres y mujeres lo han hecho desde Adán y Eva. Así es como Dios quiso que lo hiciéramos. Este dolor se ha ido para siempre. Déjame mostrarte lo placentera que puede ser la vida.
—Si te mueves, Dios me ayude, te estrangularé.
—Me pregunto cuánto tiempo tendrás que rezar, después de contarle al sacerdote en la confesión lo que hiciste.
—Nunca debí haberte contado esa historia.
—¿Puedo moverme ahora?
—Todavía no he ganado ninguna discusión contigo. ¿Qué te hace pensar que ganaría esta?