Capítulo 7

1947 Palabras
Subía las escaleras, con la mano en la puerta, cuando oyó chirriar el columpio junto a él. Al girar la cabeza, la vio sentada allí, pateando suavemente mientras miraba fijamente el jardín delantero con la mirada perdida. —Hola—, dijo Mike, moviéndose para verla mejor. Su piel era anormalmente pálida, su cabello blanco. Llevaba un sencillo vestido blanco con un grueso cinturón n***o alrededor de la cintura. La falda le llegaba justo por encima de las rodillas, y se veían medias blancas por encima de unos zapatos negros. El columpio crujió al balancearse, acercándose al revestimiento de la casa. Ella lo ignoró. —¿Hola? ¿Qué tal? —Se paró frente a ella, agitando la mano frente a su rostro. Sus ojos ligeramente lechosos miraban al frente. Quizás esté ciega, pensó Mike, mirándola fijamente. Su piel era blanca como el papel, pero sus rasgos faciales le hicieron pensar en una mujer de ascendencia europea mixta. Unos pequeños pechos se apretaban contra la parte delantera de su vestido, rellenando la parte superior como si hubiera sido hecho a medida. Sus ojos no se movieron, su mirada oscura se posó en la eternidad. —Ahora mira...— Mike agarró la cadena del columpio, deteniendo su movimiento hacia adelante. El cambio fue inmediato. De repente, se puso de pie, con todo el cuerpo inclinado hacia adelante como si una película se hubiera saltado varios fotogramas. Una ráfaga de aire frío azotó a Mike cuando su rostro salvaje quedó a centímetros del suyo, con los pies suspendidos a centímetros del suelo. Soltó un chillido abrasador, con el pelo desparramado tras ella mientras levantaba las manos, con los dedos enroscados como garras. Mike, presa del pánico, se tambaleó hacia atrás; la barandilla le golpeó en la parte baja de la espalda. La ráfaga de aire gélido lo empujó por el borde, donde cayó entre los arbustos ásperos. Con los ojos muy abiertos, miró al cielo mientras el espectro se inclinaba sobre la barandilla, flotando hacia arriba. —Joder, joder, joder —murmuró mientras luchaba por salir de los arbustos. Ella soltó otro grito; sus rasgos, repentinamente oscurecidos, se estiraron hasta convertirse en una máscara de pesadilla. —¡Deja de desengancharme el columpio, cabrón!—, gritó, desapareciendo. Mike se puso de pie a toda prisa, rodando fuera de los arbustos cubiertos de arañazos sangrientos. De pie bajo la cálida luz del día, con el corazón latiéndome a mil por hora, Mike miró hacia el porche del que se había caído. La barandilla estaba agrietada, y detrás, el columpio se mecía suavemente con la brisa. Mike subió corriendo las escaleras, con la vista fija en el columpio vacío. Empujó la puerta y la cerró de golpe. —¡Naia!—, gritó, subiendo corriendo las escaleras. —Naia, ¿qué demonios fue eso?—, gritó, corriendo hacia el baño. El grifo de la bañera se abrió, vertiendo una fina capa de agua en el fondo. Su cabeza y hombros emergieron como si estuviera en un lago, en lugar de un centímetro de agua. —¿Qué pasó?— preguntó ella. —Una mujer en el porche, en el columpio, me gritó. Me caí entre los arbustos. Mike jadeaba mientras se inspeccionaba los cortes del brazo. —¡Ay, ay! —Los ojos de Naia brillaron—. ¡Ya lo recuerdo! ¡Es Cecilia! —¿Quién es Cecilia?— Mike se sentó al borde de la bañera, frotándose los ojos. —Es una banshee. Vive en el porche. Le encanta el columpio. —Naia se hundió aún más, con los labios justo por encima del agua—. Lo siento, Mike. Ojalá te lo hubiera dicho. —¿Eso es lo importante? ¿Lo que querías decir pero no pudiste? Naia negó con la cabeza y bajó aún más el rostro. Solo sus ojos eran visibles por encima del agua. —Naia, ¿qué no me estás contando? —Mike se cruzó de brazos. La ninfa se sonrojó; el agua ahogó sus palabras—. ¿Qué dijiste? Naia emergió del agua hasta que sus labios quedaron visibles. —Dije que hay otros. —¿Otros? ¿Otros como quién? Naia negó con la cabeza. —No me acuerdo. Lo siento, Mike, pero de verdad que no. Ahora que conoces a Cecilia, la recuerdo muy bien, o al menos lo que Emily me contó de ella. Casi nunca entraba. Pero hay otras. —Si no puedes recordarlos, ¿cómo sabes que hay otros? —Es lo importante, lo que no pude recordar. —Naia se desplomó—. Creo que te vas a enfadar. —Haré lo mejor que pueda. ¿Qué pasa? —¿Recuerdas cuando te dije que el hombre que construyó esta casa coleccionaba artefactos mágicos? —¿Sí? Es parte del Geas. Es una medida de seguridad, una verdad a medias. Sí, coleccionaba artefactos. Pero la mayoría los encontró por casualidad. —¿Cómo es que te encuentras con artefactos por accidente? Naia puso su mejor sonrisa falsa. —Ves un montón cuando decides empezar tu propia colección de monstruos. Monstruos. El que construyó esta casa coleccionaba monstruos. Mike estaba sentado en el borde de la bañera, mientras Naia le vendaba los cortes más profundos. Solo llevaba sus calzoncillos, tras haberse quitado la ropa. Agradecía que los arbustos lo hubieran atrapado, pero le molestaba un poco que hubieran cobrado su precio en carne. —Sí. Empezó como algo académico, pero tenía un gran corazón. El mundo cambiaba demasiado rápido como para que los monstruos nos adaptáramos, así que rescató a todos los que pudo.— Naia le frotó Neosporin en un corte en la pierna. Las ninfas podían hacer muchas cosas, pero la magia curativa no era una de ellas. —Aunque hay gente que mataría por la magia que se esconde en esta casa, los monstruos de aquí son una mina de oro mágica. —¿Cómo es eso?— preguntó. Es difícil de responder. Por ejemplo, no sería difícil tomar como rehén a una ninfa y exigirle que comparta sus dones. Los dones de Cecilia no valdrían mucho, porque las banshees generalmente solo aparecen antes de la muerte. —Espera. —Mike agarró la mano de Naia—. ¿Cómo que las banshees solo aparecen antes de que alguien muera? Cecilia es diferente. Se le aparecerá al dueño de la casa, pero no significa nada. Ella y Emily solían sentarse allí a ver el atardecer muchas tardes. Nadie tenía por qué morir, así que no te preocupes. Naia le puso un poco más de Neosporin en la pierna antes de vendarla. —¿Quién construyó este lugar?—, preguntó Mike. Naia se quedó paralizada, a mitad de la película. —Ojalá pudiera decirlo.— Una lágrima se formó en el rabillo del ojo. —Solo sé que fui inmensamente feliz mientras él estuvo aquí. Emily era amable y todo eso, pero tenía un vínculo especial con el hombre que construyó este lugar. Me mata no poder recordarlo. —¿Pero recuerdas a Emily?— Era un misterio que tendría que resolver. ¿Por qué el antiguo dueño necesitaría mantener su identidad en secreto? ¿Cómo se empieza a coleccionar monstruos? —Sí, lo sé. Y Natalie. Ella era nuestra guardiana antes de Emily. Pero el verdadero amo vino antes de Bethany, y ni siquiera puedo imaginármelo. —Naia sorbió por la nariz, terminando de vendar la pierna de Mike—. Ojalá pudiera recordarlo. —Espero que lo recuerdes.— Mike lo decía en serio. Cualquier cosa que ella pudiera recordar le serviría. Cuanto antes, mejor. Ver una banshee en el porche lo había asustado, y mucho. ¿Qué otras sorpresas le deparaba la casa? Naia lo hacía sentir bien de muchas maneras, pero ¿valía la pena el esfuerzo? —Listo. Ya está. —Naia lo besó en el cuello, provocándole escalofríos—. Ahora ve a destapar mi fuente. Cuanto antes lo hagas, antes podré volver a ver las estrellas. —De acuerdo. Gracias, Naia. —Mike se puso de pie, tirando su ropa ensangrentada en un cesto junto a la cama. Abrió sus maletas y encontró unos pantalones cortos deportivos y una camisa limpia. Bajando las escaleras, reflexionó sobre la situación. Cecilia, la loca de su porche, casi lo mata por tocar su columpio. ¿Cuántos como ella habría? ¿Iba a morir a manos de algo que usaba una habitación como guarida? Se quedó mirando los muebles, cubiertos con sábanas blancas. La casa había sido limpiada incontables veces y, que él supiera, nunca se había reportado ningún problema. Algo que preguntarle a Beth. Se encontró mirando la chimenea de la sala, con una idea perdida cruzando por su mente. Antes de que pudiera concentrarse, oyó el crujido del columpio de la entrada, y el recuerdo inmediato de una banshee furiosa en su rostro le provocó escalofríos. Frotándose la cara, caminó hacia la parte trasera de la casa, lejos del sonido del columpio. Se dirigió a la mesa de la cocina, agarrando el cubo, ansioso por salir y resolver un problema que podía resolver. Al levantar el cubo, se dio cuenta de que no le sentaba bien. Al mirar dentro, vio que estaba vacío. —¿En serio?—, gritó, lanzando el cubo con rabia. Se sentó, tapándose la cara con las manos. ¿Debería volver a la tienda? Eso significaba pasar por delante del Columpio de los Malditos, y sabía que no estaba listo para lidiar con eso. Con un suspiro de resignación, Mike salió al jardín y giró a la izquierda en la fuente. Con llave en mano, abrió la puerta del garaje y la empujó. Beth le había advertido sobre el garaje. Al parecer, su tía abuela lo usaba principalmente para guardar cosas, y enseguida vio que las cajas estaban apiladas. Encendió la luz, lo cual no ayudó mucho. El garaje en sí parecía cavernoso, de alguna manera más grande que su capacidad para dos coches. El laberinto de cajas lo hacía girar para maniobrar entre ellas, con la esperanza de llegar al otro lado. Esperaba encontrar un banco de herramientas en la pared opuesta, y no se decepcionó. El banco estaba cargado con varias cajas, así que las bajó al suelo. —¡Joder, qué pesados son!— Abrió un par de cajas y reveló varias novelas de bolsillo. La caja que estaba mirando contenía viejas novelas de ciencia ficción. Rebuscó en la caja y apartó un par de clásicos que quería leer. Abrió la siguiente caja y reveló un montón de novelas románticas. —Bleh. No importa. —Cerró la solapa. ¿Por qué había tantos libros allí? Apartando ese pensamiento de su mente, echó un buen vistazo al banco de herramientas. Tenía varios cajones, todos vacíos cuando los abrió. Arrodillándose, abrió las puertas del armario y descubrió que también estaban completamente vacías. ¿Quién tenía un banco de herramientas sin herramientas? Mike se rascó la barbilla, comprobando los cajones para asegurarse de que veía bien. Se preguntó si alguien los habría robado, pero luego pensó en la chica del porche. Si este lugar realmente había sido construido para albergar una colección monstruosa, entonces los ladrones comunes no tendrían ninguna oportunidad. Mirando las cajas, dudó en abrirlas, pero estaba convencido de que solo encontraría más libros. —Joder, qué calor hace—, murmuró, secándose el sudor de la frente. El sol de la tarde convertía el lugar en una especie de sauna. Se resignó a tener que salir de casa otra vez. Moviéndose con cuidado entre las pilas hacia la puerta, oyó el sonido del metal contra el hormigón.
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