Capítulo 21 – Contención

1865 Palabras
Mi mente se llena de ideas desoladoras. Con manos temblorosas, marcó el número de Benjamín, pero solo suena y suena sin respuesta. Un malestar desagradable me lástima, aun así, tengo que enfrentar la situación. Le aviso a Héctor que voy a salir sola. Excedo el límite de velocidad. ¡Quiero llegar ya! Tengo suerte de no ser vista por un tránsito. Ni la rapidez sirve. El trayecto en coche hasta la dirección es una agonía. Cuando por fin llego, respiro hondo. Debo calmarme antes de salir del coche. El tiempo parece detenerse en un suspenso angustiante. Quizá sea mejor regresar a casa y pretender que no ha pasado nada; tal como hacía mi madre en sus “salidas” de mi padre. Al final, elijo aproximarme a la entrada. En el trayecto me aferro al teléfono. Deseo tanto que el mapa esté equivocado y cambie de pronto, ¡pero no!, no lo hace. El automóvil de Benjamín lo confirma. Sí, él está en la casa de intercambios de Sergio y Mabel. No hay otros coches estacionados, así que la reunión apenas va a comenzar. Quedo sin aliento. La evidencia está frente a mis ojos y ni así lo creo. No debo justificarlo. Solo hay una razón por la que mi esposo está allí. ¡Es un single! Tengo que aceptar la dolorosa realidad. Me falta el aire y las lágrimas inundan mis ojos. El dolor me retuerce las entrañas. Conozco las precauciones que los habitantes de esa zona tienen. Cualquier merodeador les parece sospechoso, y es mejor evitar que alguno llame a la seguridad. Además, sé que no podré entrar. Hay un guardia cuestionado. En un intento desesperado por encontrar respuestas, decido buscar a quien puede ayudarme. Vuelvo al carro y, sin pensarlo mucho, marco el número de Sergio Ferrero. Él me permitirá la entrada ya que mi pago sigue vigente. Sergio responde al segundo timbrado. —¿Maya? —pregunta él. Su voz es de sorpresa. Mantuve su número bloqueado todos estos meses. Mis lágrimas siguen fluyendo y lucho por encontrar las palabras adecuadas para responderle: —Sergio, es... estoy cerca de la casa del club. ¿Será posible que me dejes pasar? Me dieron ganas de volver a experimentar —balbuceó. Para nada sueno convincente—. A lo mejor podemos continuar donde nos quedamos —eso trato de decirlo provocativa, aunque no sale bien. —Debes estar confundida —dice de inmediato—. Hoy no hay. Hay un momento en el que nos quedamos callados. Es ese tipo de silencios que te retuercen la tráquea, te la apretujan y falta el aire. —¿Qué está pasando? —insiste él. Quizá se percató de mi angustia. No me queda de otra que ser sincera. —Necesitamos hablar. ¿Puedes venir? Me estacioné en la calle de la derecha. Debajo de un árbol de jacarandas. En serio me urge —se quiebra mi voz al final. Sergio le da indicaciones a alguien, sospecho que se trata de su secretaria. —Vas a tener que esperarme porque no me encuentro cerca —me avisa. De ninguna manera pienso moverme de allí. —Te espero. —Y me cuelgo. Transcurre más de una hora. Sé que los trayectos en ciudad de México se vuelven todavía más largos por el tráfico, así que hay que ser pacientes. En la casa que vigilo no hay movimiento alguno. Nadie sale ni entra. De solo imaginar que está teniendo relaciones sexuales dentro, me asquea. Sergio me llama por teléfono después de una hora con ocho minutos. —No te veo —avisa—. Ah, ya te vi. Él se estaciona detrás y baja enseguida. ¡Vaya que cambia cuando se viste formal! Lleva puesto un traje n***o sin más adorno que una corbata del mismo tono. Sin duda, tiene pinta de modelo de TVNotas[1]. El hombre se detiene a un lado de mi puerta y se inclina. —¿Y a ti qué te pasa? Pareces espía. —Sube —le pido. Él accede y ocupa el asiento del copiloto. Demoro en hablar. ¡Es tan vergonzoso! Aunque el carro está apagado, mantengo las manos puestas en el volante. Así, señalo hacia la casa. Trago saliva. —Mi esposo está adentro. ¿Podrías revisar las cámaras para que sepamos que carajos hace ahí? Sergio levanta las cejas. —¿Estás segura? Asiento despacio con la cabeza. Una oleada de angustia me invade. Escucho que él pasa saliva y se mantiene pensativo. —¡Revisa tus cámaras, anda! —exijo abrumada. Veo que él observa fijo sus dedos. —No tenemos cámaras—confiesa sin encararme. —¡¿Cómo que no tienen cámaras?! —me quejo—. ¡Eso es básico! ¡No es posible que tampoco cuente con esa herramienta para confirmarlo! —Mabel no quiso que las pusiéramos. Según ella, es un tema de confidencialidad —conforme lo dice, el tono de su voz va disminuyendo. —Entonces, si no hay reunión, ¿con quién vino Benjamín? —¿Con quién? —Resopla Sergio—. ¿No es obvio? Siento como si el suelo se abriera bajo mis pies. Todo se desmorona. La traición de mi esposo y mi supuesta amiga me golpea con una fuerza abrumadora. Mi mente se nubla. Quiero echar fuera todo. —¡Lo tomas tan tranquilo! —le digo incrédula—. Sé que ustedes tienen permiso de hacer de todo, pero nosotros no. Ya no. Si Benjamín está con tu mujer, está siéndome infiel. —Golpeo el volante—. Ahora te puedes burlar. —No tenemos una relación abierta —oigo que él confiesa. Eso sí no lo vi venir. —¿Qué? —Inspecciono a Sergio. En sus labios no hay rastro de sonrisa ni mofa. —Una cosa es el swinging, ahí solo se trata de encuentros con fechas y horarios. Tener relaciones sentimentales con otros es distinto. Mis dientes rechinan. —¡Voy a matarlos! —Abro de un empujón la puerta. —¡Cálmate! —Sergio impide que me baje. Sostiene mi brazo con fuerza. —Llama a Mabel. ¡Ya! —le ordeno. Ni siquiera sé para qué servirá eso, pero no desisto. Mi vista va de la entrada de la casa a Sergio. Él saca su celular y presiona el nombre de su esposa. La tiene registrada con su nombre normal, detalle que llama mi atención. Benjamín me tiene como “Amorcito”. —Cariño —le habla controlado—, ¿cómo estás? Pensaba ir a buscarte a la casa e irnos a comer, ¿te parece? —Se queda callado escuchando—. Ah, ok. Comprendo. Sí. No hay problema. Te veo en la noche. Besos. —¿Qué te dijo? —me urge saber. Sergio se cerciora de que la llamada terminó, luego respira audible y se recarga en el asiento. —Que va a ir una sesión de bótox. —¡Bótox! —Río con amargura—. Esperemos a que salgan y los enfrentamos. Esos dos bastarnos no se van a burlar de nosotros. —Aunque los veamos, no van a reconocer nada, y tampoco tenemos pruebas. Dirán que Benjamín vino a asuntos de trabajo. Mabel jamás reconocerá nada y te aseguro que es capaz de jurarlo. Suena tan convencido que le creo. —¿Entonces? —pregunto—, ¿nos quedamos como pendejos y que ellos sigan con su jueguito? —Primero hay que tener pruebas. Mabel mantiene el w******p abierto en su computadora. Sabe que respeto su privacidad. —Mira fijo al frente, o quizá al vacío, cuando lo dice—. Veamos qué hay ahí. Sergio sale de mi carro y se va al suyo. Durante el trayecto lo sigo, hasta que llegamos a su casa. Entramos juntos. Por un instante deseo que Mabel se encuentre allí y que solo se trate de un malentendido, pero nada más están las empleadas domésticas. Él me guía hasta la habitación principal. Sobre un escritorio movible está una computadora portátil color rosa. Sergio la abre. Ni siquiera tiene contraseña. El sonido de las teclas me desespera porque revisa con una paciencia que yo no tendría en un momento así. De repente, sus dedos se detienen y su expresión se vuelve sombría. —Maya... —murmura y señala la pantalla. Tengo miedo de mirar, pero me obligo a hacerlo. Aunque no está registrado, sé de memoria el número de Benjamín. El corazón me da un vuelco al ver los mensajes. Esperaba leer vulgaridades, propuestas indecorosas, piropos calientes… ¡Pero no! Lo que ahí está son confesiones de amor y planes para encontrarse en secreto. —No puede ser... —susurro. La traición está clara en cada palabra escrita. Cada una es una puñalada directa al pecho. Sergio me observa un instante. En sus ojos descubro dolor real, y es tan grande como el mío. Sin decir más, él se dedica a tomar fotografías con su teléfono a la pantalla, y después cierra la computadora. —¿Qué hacemos ahora? —pregunto confusa. —No sé —responde con la expresión descompuesta. «¡Valió madres!», pienso. Supuse que tendría una solución, pero ¿existe una? Mis piernas tiemblan, son incapaces de soportar el peso de la devastación que acaba de caerme encima. Aprieto mi cabeza, me remuevo el cabello y comienzo a llorar, pero esta vez es un llanto de rabia, de un inmenso coraje que busca controlarme. Sergio gira y se acerca a mí. —¡Maldito! —digo furiosa, dando medias vueltas en la habitación—. ¿Sabes que no entiendo? —Apunto severa al esposo de la mujer con la que mi marido me engaña—. ¿Por qué está pasando de nuevo? ¡Por qué Benjamín ha vuelto a herirme de la misma manera? ¡Por qué me llevó al cielo con sus detalles, me reenamoró, y ahora me arroja al suelo de un putazo? —Hundo el dedo en el pecho—. ¡Yo! Que trato de estar siempre bonita, que me encargo de todos los asuntos de la casa, ¡que le di parte de mi empresa!, ¡que le di mi juventud, mi amor! —Pierdo el aire, tengo la garganta contraída—. ¡¿Por qué me hace esto?! —sale en un quejido. Experimento el intenso deseo de salir corriendo, volver a esa casa, sacarlos a empujones y exponerlos frente a todos. Antes de que abra la puerta, Sergio me atrapa en sus brazos. Caemos juntos al suelo. La alfombra lo amortigua. Mi llanto se desata incontrolable. Los sollozos retumban desgarrados en la habitación. Grito, le apretujo la piel. Aun así, él me sostiene firme. Sobre su pecho, me doy cuenta de que los dos tenemos los latidos acelerados. Estamos fracturados. Ninguno habla. No hay frase alguna que alivie el sufrimiento. El tiempo parece detenerse mientras trato de soltarme, desesperada. Sergio se aferra a mí. Experimento una tormenta que consume, destroza, roe. En ese abrazo encuentro un cálido pero débil alivio momentáneo, suficiente para salvarme de cometer una locura. ************* [1] TVNotas. Revista de chismes de la farándula, popular en México.
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