Capítulo 27 – Control

2770 Palabras
Falta media hora para la cita con el abogado. Me encuentro abrochándome las zapatillas en la recámara. Una interrogante da vueltas en mi cabeza. Sé que tengo la obligación de ser por completo honesta con él, pero al estar mi cuñado involucrado me limito. Después de pensarlo una y otra vez, decido que es justo contarle lo que no le conté al licenciado Carlos en la primera cita. Salgo de casa y conduzco yo. Prefiero mantener la discreción lo más que se pueda. Al llegar a la oficina, aguardo en la recepción. En la mente ensayo lo que voy a decir. ¡Lo detesto! Incluso así suena tan mal. Me sonrojo antes de que me pidan entrar. Aunque pese, tengo que hacerlo por mi propio bien. Benjamín tiene pruebas para afectarme si me lo reservo. En cuanto entro, quedo estática. No solo está Aaron allí, sino también mi hermana Alisha. La reconozco sentada de espaldas. Trae puesto un vestido verde esmeralda de mangas cortas y medio abullonadas. «¿Por qué tenía que venir justo hoy?», me pregunto frustrada. Ella parece contenta al verme. Los cuatro nos saludamos. Respiro hondo y me acomodo en una de las tres sillas que están frente al escritorio. —Maya, como te dije, tenemos algo —dice Aaron, y voltea a ver a mi hermana. El abogado Luján entrelaza las manos. —Su cónyuge parece ser cuidadoso. El hombre paga sus multas y sus impuestos están en regla, ¡vaya!, el contador que tiene debe ser un experto. —Se mofa—. Se va a sentir muy ignorante cuando le avisemos que los bienes adquiridos por herencia no se reparten. Por la casa principal no se preocupe. Bueno, vamos a proceder así: lo primero es que solicitaremos la modificación de régimen patrimonial. A su cónyuge le tendremos lista una propuesta de liquidación de la sociedad. No le mentiré, señora Rivera, debe desprenderse de una buena cantidad, pero de esta manera será menor a la que le correspondería si interviniera un perito contable. Prepárese, porque a él le va a llegar la notificación. Río con amargura. —Benjamín no va aceptar menos del cincuenta porciento. Pero veo que el abogado sonríe. —Entonces vamos a acusar al señor Benjamín Montes de acoso s****l. ¿Cómo quedaría eso en su historial? Tengo que volver a acomodarme porque de pronto me lastima el respaldo de la silla. —¿Acoso s****l? —pregunto, incapaz de comprender. —Sí, en contra de su propia cuñada —añade Aaron. Miro de inmediato a Alisha. Ella tiene una expresión seria y me asiente. Sé cuánto debe estarle costando aceptar que se le exponga de esa manera. Jamás le gustó ser blanco de críticas. —Señora Rivera —interviene el abogado—, siento que todavía hay datos que no ha dicho. Siéntase en la confianza de hacerlo. Más allá de que existen lazos familiares con mi colega. —Apunta a Aaron—, somos profesionales. ¡Oh, por Dios! Él se dio cuenta de que oculto información. Me muerdo el labio inferior antes de responder: —Sí, hay más. Son… son dos cositas. —Uno el dedo pulgar con el índice. El abogado hace una mueca de triunfo. —Adelante, la escuchamos —me invita. Tengo tres pares de ojos sobre mí, esperando a que confiese mis intimidades. —Yo… —vacilo—. Yo tengo... —Suelto el aire lento—. Yo… tengo un amante. El licenciado Luján levanta las cejas, seguro sorprendido por la revelación, pero mantiene la compostura. Por su lado, Alisha no repara en lanzarme una mirada fulminante. Aaron comienza a sudar de la frente, aunque se mantiene callado. —Con el historial de su esposo, raro sería que no lo tuviera —dice el abogado. Eso me reconforta. Esperaba una tajante desaprobación. —¿Cuál es la otra “cosita”? —pregunta Alisha, irritada. Por dentro las entrañas me revolotean. —Durante un tiempo, un corto tiempo —aclaro—. Benjamín y yo tratamos de resolver las diferencias que teníamos, y le propuse… —callo para volver a respirar. Es imposible no ver a mi hermana, quien me inspecciona atenta—. Le propuse que fuéramos a fiestas swingers. Un breve silencio lo empeora todo. ¡Es tan humillante! ¡Ya, lo dije! Ahora ¿con qué cara volveré a ver a mi cuñado? Pero justo es él quien sale a mi rescate: —¿Intercambiaban pareja? —Ladea la cabeza y frunce un poco los labios—. Si los dos estaban de acuerdo, no encuentro problema. —¿Creen que eso afecte el proceso de divorcio? —Mi vista va del abogado a mi Aaron. —Lo de swingers no —dice Luján—. Como bien dice, era de común acuerdo. Cada quien sus gustos. —Abre un poco más los ojos—. Pero, respóndame, ¿está dispuesta a dejar a este amante?... ¿Es un hombre? Me ruborizo todavía más, puedo sentirlo. —Sí, es un hombre. Y… no, no pienso dejarlo. Para ser sincera, mantener a Sergio a mi lado no es porque esté enamorada de él o porque la atracción sea tal que me tiene en sus redes, es más bien el deseo de joder a Mabel. —Bueno, en el proceso de divorcio no afecta —continúa el abogado—. Desde que el divorcio incausado entró en vigor en 2008, el adulterio no es problema. Ya no hay causales. Con el simple hecho de que uno de los dos se quiera disolver su vínculo matrimonial, se hace la demanda. Adiós a las trabas. ¡Ah!, le quitaron lo divertido —suena decepcionado—. En donde sí podría afectar es en la asignación de la guardia y custodia de sus hijas. —Se inclina un poco hacia mí—. ¿Quién engañó primero a quién? —Benjamín fue el primero. —¿Tiene pruebas? En la empresa tengo aliados que seguro van a apoyarme. Varios vieron cómo Benjamín se enredaba con las empleadas. —¿Los testimonios sirven? —Sirven —confirma. —Mi esposo sabe de lo mío y tiene grabaciones. Solo quiero que esté al tanto de todo. —Entiendo, señora Rivera. Es importante que seamos transparentes entre nosotros para poder manejar cualquier eventualidad que surja. No se preocupe. Trabajaré para proteger sus intereses en todo momento. Lo primordial es conseguir la disolución de la sociedad. Ya en el divorcio vamos a sacarle hasta una pensión compensatoria para usted. —Él va a pelear también. —Lo conozco y sé que no va a dejarse vencer tan fácil. —Con lo del acoso a su hermana, sus constantes infidelidades y las amenazas que recibió, tiene varios puntos en contra —asegura confiado el abogado—. Además, depende del juez que nos asignen. La jueza Matilde Zendejas, por ejemplo, detesta a los hombres como este. Es malvada cuando se los topa. —La quiero —digo apresurada. —Trataremos de conseguirlo. Por ahora, le recomiendo que no salga en público con su nueva pareja, y si lo hace no revele la verdadera relación que tienen. Si le preguntan, es un amigo y ya. ¡Ah!, y por ningún motivo permita que conviva con sus hijas. No planeaba hacer ninguna de esas cosas, de todos modos. —Está bien —acepto y me levanto—. Le agradezco. —De nada —dice el licenciado Luján. Nos estrechamos las manos. Estoy cansada del señalamiento silente a mi costado. Me dispongo a retirarme. Procedo a avanzar a la puerta, pero me percato de que Alisha me sigue los pasos. Aaron opta por quedarse dentro. Es obvio que mi hermana está molesta. Y eso que no les conté lo de Héctor. Pasamos la recepción y llegamos al pasillo del lugar. Es amplio y se encuentra despejado. Alisha mantiene una postura de manos en los bolsillos con los hombros levantados. Mientras, yo le doy vueltitas a mi reloj inteligente. —Ya, dilo —digo, harta de esperar su regaño. —¡Esto no puede seguir así! —comienza enseguida—. ¿Cómo pudiste empeorar tu situación? —Gruñe quedito—. ¡Encima de todo desprestigias a nuestra familia! Doy un vistazo a ambos lados. Sigue vacío. Me embarga el impulso de darle un buen jalón de cabello, pero lo freno. —¿Desprestigiar a la familia? —Doy un paso al frente—. No he hecho nada malo. ¿Acaso cometo un crimen? Es obvio que Alisha se exaspera más con mi reacción. Su entrecejo se le arruga más cuando termino y hace movimientos de cabeza cortos y rápidos de arriba abajo. —¡No se trata solo de ti, Maya! Se trata de nuestra reputación, de lo que la gente dirá. Somos respetadas, el apellido Rivera lo es, y tu muy controversial comportamiento lo va a poner en mal. Resoplo, ofendida. ¡Por supuesto! Lo único que a ella le preocupa es la dichosa “reputación”. —Tampoco es que vaya gritándolo a los cuatro vientos. —Espero el rebate, pero mi hermana se mantiene callada—. Lo siento si no cumplo con tus expectativas perfectas, Alisha. Pero no puedo vivir mi vida según lo que la gente opine. —No se trata solo de ti, ¡tonta mimada! —Su dedo se acerca a mi nariz—. ¿Qué hay de nuestros padres? ¿Has pensado en cómo los afectará? De por sí lo del divorcio ya es mucho… —Baja la cabeza y se masajea la frente—. Ellos confían en nosotras para mantener el honor de la familia, y tú estás arrojando todo eso por la ventana. Sigo derecha. Esta vez no me verá temer a sus regaños. —Ya no fingiré solo para satisfacer las expectativas de los demás. Si eso te decepciona, ni modo. Alisha parece procesar mi firmeza. —Tú siempre saliéndote con la tuya, ¿no? —¿Qué dices? Los ojos enrojecidos de Alisha me observan sombríos. —La consentida, a la que nunca le exigieron —se queja—, a la que le daban todo lo que pedía con solo tronar los dedos. Por eso sigues siendo una malcriada, aunque tengas casi cuarenta. —Me faltan más de tres años para los cuarenta —añado, sonriente. Eso la hace resollar. —Lo que te falta es una buena dosis de realidad para que dejes de ser tan estúpida. —¡A mí no me insultas…! —Siempre que quiero ayudarte —interrumpe. Su barbilla tiembla y su voz suena a punto de quebrarse—, siempre que trato de acercarme a ti, me alejas. Me ves como una competencia, ¿no? —Se aproxima más—. ¿Sabes cómo te veía yo cuando éramos niñas? Como la favorita, la princesita delicada de papi y mami. —Ríe con amargura—. Ahora te veo como una estúpida que no sabe ni lo que quiere. —Su dedo índice apunta su cabeza—. Piensa en las consecuencias de tus acciones, pero piénsalo en serio. —Manotea—. ¡Madura, carajo! —Estás pasando la línea —la confronto, aunque me ha debilitado con sus palabras. —Y la voy a seguir pasando, hasta que por fin salgas de la burbuja donde sigues metida. —De pronto, su tono de voz se suaviza—: ¿No te das cuenta? Estás arriesgando tu propia felicidad, y la de tus hijas. Recapacita. Hazlo por ellas. Ah, y prepárate, porque nuestros padres llegan en dos días. Tú misma les vas a explicar lo que pasa. Esperaba que ella me sirviera de apoyo, pero está dejando claro que en eso no intervendrá. —No te necesito metida en mis asuntos —respondo dolida. Alisha se da media vuelta. —Lo dudo —dice indiferente, antes de volver a meterse a la oficina del abogado. Le voy a demostrar que se equivoca. Un día antes de confrontar a mis padres, decido ir a comer a mi restaurante favorito. Se me antoja una langosta. Ir sola no es de mi total agrado, pero tampoco tengo ganas de llamar a alguien. Solo es una comida. El plato de langosta recién preparada se presenta adornada con limón y perejil fresco. Con cuidado, corto la cáscara y se revela la carne jugosa y tierna en su interior. Sumerjo un trozo en la salsa de mantequilla derretida. Cierro los ojos para degustar el primer bocado. Disfruto tanto de la combinación perfecta de texturas y sabores. Cada mordisco es un deleite, una experiencia sensorial que me transporta a las profundidades del océano. Quisiera estar allí, en el océano, sumergida en el agua, donde solo existo yo y tengo enfrente la inmensidad del mundo. Allí nada duele. Por unos minutos, dejo de lado las preocupaciones que esperan. Mientras el mesero trae el postre de chocolate que le pedí, decido revisar el i********:. Experimento una tremenda sorpresa cuando, al detenerme en una fotografía, reconozco el portafolio de Benjamín. Yo fui quien se lo escogió, imposible equivocarme. Está puesto justo detrás de esa mujer. Debí bloquear a Mabel en todas mis redes, pero no lo hice por puro orgullo. Toco la pantalla del teléfono para ampliarla, busco más detalles. Me quedo mirando la imagen que tiene como pie la frase: “En mi lugar seguro”. Mabel parece tan feliz, luce una amplia sonrisa. Soy incapaz de apartar la mirada. El corazón me late con fuerza. Un nudo se forma en mi garganta. La sensación de traición vuelve a golpearme. Todavía me falta tiempo para superarlo, para aceptar que soy una mujer engañada y burlada por quienes decían quererme. Entonces me pregunto, ¿por qué Sergio no se separa? A él también lo están afectando. ¿Por qué si tan poco le importa a su esposa, sigue a su lado? ¿Por qué no solo se va, le pide el divorcio, y ya? ¿Cuál es la naturaleza de su relación? ¿Qué tipo de conversaciones han tenido sobre la infidelidad? ¿Existirá algún tipo de dependencia que dificulte la separación? ¿Qué emociones está experimentando el hombre?... Tengo varios mensajes de Sergio, pero no se los he respondido. Como solo una porción del postre, mi antojo se esfumó. Llega la cuenta que solicité, saco la tarjeta de crédito y se la entrego al mesero. Sin embargo, la expresión del muchacho cambia cuando observa la pantalla de la terminal. —Lo siento, señorita, parece que hay un problema con su tarjeta. —Me la devuelve—. ¿Tiene otra que podamos usar? —¿Cómo dice? —Agito la cabeza, confundida—. Debe ser un error. Intenta de nuevo, por favor. El mesero asiente y vuelve a meterla, pero el resultado es el mismo: tarjeta rechazada. La incomodidad se convierte en vergüenza mientras los ojos de los otros comensales parecen estar sobre mí. —Trate con esta. —Le entrego otra tarjeta—. Es de débito. Es el tercer intento, y, para mi asombro, también es fallido. —Una disculpa, señorita. Si no cuenta con efectivo, aceptamos transferencias. Las manos me sudan. ¡¿Transferencias?! Ni siquiera tengo la aplicación instalada y no me sé las contraseñas. —Debe ser su terminal —trato de quejarme. Ojalá pudiera meterme debajo de la mesa. —La terminal funciona de manera correcta, señorita. Pienso veloz. Si no hubiera peleado con Alisha, la llamaría a ella. —Deme unos minutos y le realizaré el pago —le pido sonriente. Tengo que lucir confiada. El mesero se retira, pero veo que le hace una seña a otro compañero. ¡Ahora resulta que soy una sospechosa de robo de comida! El número que marco es el de Benjamín. Él responde después de varios timbrados. —Mis tarjetas no pasaron —digo en voz baja—. ¿Sabes algo al respecto? Con un tono despreocupado, me responde: —Oh, eso. Sí, las cancelé. Son extensiones de mi cuenta y me pareció que ya no las necesitabas. Estrujo el teléfono. —¿¡Qué!? ¡Desgraciado, infeliz! Oigo como él se ríe. —Quizá así te acuerdes de quién tiene el control —continúa. Aunque mi primer impulso es insultarlo hasta cansarme, opto por colgarle. Es abrumadora la saña de mi todavía esposo. En medio de la humillación, confirmo que el matrimonio de ensueño ha llegado a un punto sin retorno. Alisha tiene razón, ahora yo debo recapacitar y tomar el control de lo que es mío.
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