Capítulo 8 – Prohibidos

1732 Palabras
Me encargo de llamarle a Benjamín para advertirle que sea convincente con sus respuestas. Dudo que falle. Estuvo engañándome sin que lo sospechara. En ser embustero es bueno, mejor que bueno. En cuanto escucho que llega por la noche, salgo a interrogarlo. —Fueron preguntas normales, nada raro —me responde apático, mientras se quita la corbata—. ¿Por qué estás tan preocupada? ¿Tanto te asusta ser rechazada? Le doy un manotazo leve a mi pierna. —Me daría vergüenza que seamos no aptos hasta para coger con otros. Benjamín da un paso hacia mí. Su postura es recta y me mira fijo. Aborrezco que mi corazón siga palpitando como lo hace cuando se me acerca. —Con otros —susurra—. ¿Por qué haces esto? Retrocedo un poco. Tengo un mueble del recibidor atrás, así que no hay mucho espacio. —¿No te alegra? Contarás con mi permiso para hacer lo que hacías a escondidas. —La incómoda punzada en el pecho me ataca de nuevo—. Sin preocuparte de ser atrapado. Sin dramas. —¡No llores, Maya! ¡No lo merece!—. Así yo no tendré que cuidarte ni estar de celosa tóxica. Será bueno, ya verás. Él se mantiene callado. Preferiría que me dijera lo que opina, pero es mejor no cuestionarlo o podríamos terminar peleando de una manera agresiva, dado mi estado de ánimo. —Espero que sea así —es lo único que dice, antes de pasar de largo. Sé que está inconforme, que lo estoy orillando a aceptar. Es justo lo que buscaba, pero la parte de mí que todavía lo ama se pregunta si de verdad no me importa el darle mi permiso de llevarse a otra a la cama. ¡No, no es permitido dudar! Es mejor irme a dormir para dejar de pensar demasiado, por mi salud. Ceci me recuerda por la noche que tenemos una cita en el gimnasio a las ocho de la mañana. ¡Tremenda tortura de su parte! Creo que jamás entenderé por qué se ejercita tanto, ni siquiera es una mujer que sea propensa a sufrir de obesidad. Admiro lo comprometida que es, eso sí. Al llegar me percato de que casi no hay gente. Eso me agrada. Escojo directo la caminadora. No planeo cargar pesado tan temprano. Tengo una en casa, pero a mi amiga le es más satisfactorio usar la membresía del gimnasio que pagamos a un costo nada barato. —¿Cómo les fue en el filtro? —le pregunto mientras doy todo de mí en esa máquina acelerada. —Bien —responde. No se le nota la agitación como a mí— Creo que es una tontería de parte de tu amiguita. Solo buscar lucirse. —No es de Mabel, es de Sergio. —Mencionar al marido de mi amiga me causa una mueca que sospecho parece de desagrado. —Hablando de Sergio, ¿Qué tal te cayó? Supongo que Ceci se percató de mi reacción. No se le escapa una. —Tiene mala vibra. —«Y malos modales», pienso cuando me llega el recuerdo de su “broma” de quitarme la ropa. Si se la hubiera hecho a Cecilia, lo sabría desde el minuto uno. —Es que es como… mamoncito. Igual que su mujer. —Super mamón. Pero tiene razón en eso de que es más seguro como él lo está haciendo. Prefiero ir a su club que volver a aventurarme a una fiesta de completos desconocidos. Capaz y nos pegan un bicho o hasta sida. Cecilia resopla. —Si Darío se vuelve a arrepentir, a mí no me van a pegar ni un besito. Sigo sin comprender por qué su esposo cambia de una manera tan drástica. —¿Crees que lo haga? —Dice que ahora sí no le dará la locura. Ya se verá. —Se queda callada un momento. Parece hundirse en sus pensamientos. Después vuelve a hablar, aunque esta vez lo hace con un tono más serio—: Amiga, la monogamia no es la única opción, ¿verdad? Digo, hay muchas formas de amar y construir relaciones, y lo importante es que cada uno se sienta feliz. —Es cierto, pero pienso que no es para cualquiera. Por ejemplo, Benjamín es incapaz de llevar esa vida. —¿Estás segura? A él le gusta ponerte los cachos, ya con permiso se va a ir como hilo de media. —Estoy segura —miento, pero si ella se da cuenta de mi vacilación, empezará a discutir sobre eso y prefiero evitarlo. —Si tú lo dices. —Inclina la cabeza hacia el otro lado. De pronto, sonríe—. Ay, me deprime que no irá tu chófer. ¡Héctor! Ya lo había olvidado. Por lo que veo, Cecilia está convencida de que seremos aceptadas. —Si que le traes ganas, eh. —Ni te imaginas. —Se muerde el labio inferior. La sonrisa amplia que tiene respalda sus palabras—. En fin, mañana no se te pase que tu Mabelita nos pidió que la acompañáramos a la mueblería para comprar unas cosas. No me abandones —eso sale con voz suplicante. —Ahí estaré. —Ella sabe de sobra que así será. Distraerme es en lo que me enfoco últimamente. Al día siguiente, cerca de la una de la tarde, recibo un mensaje de parte de un número no registrado. ¡Felicidades! Ya eres miem.bro del Club Amour. ¿Lista para integrarte a la primera sesión? Se llevará a cabo este sábado a las ocho P.M. La dirección la enviaré más adelante. Por favor, marca la opción de tu preferencia. Es posible cambiar, solo es para recabar información. A) Intercambio (con pareja) B) Single C) Trio MHM, esposo puede observar o puede participar mujer unicornio.[1] D) Trio HMH, esposa puede mirar o puede participar single E) Parejas exhibicionistas (no es necesario intercambiar) con observadores. Si estás interesada en asistir, responde este mensaje. La temática será de monjitas ardientes y sacerdotes calientes. Atentamente: Sergio Ferrero. Luego llega otro mensaje con una larga lista titulada “LOS CODIGOS ÉTICOS”. Ahí vienen todas las reglas y recomendaciones de su club. Es todavía más larga que la que nos dieron en la fiesta de los chilenos. «Sí que se lo toma en serio este Sergio». Es tedioso, pero leo todo. Así evito malos entendidos. Respondo el mensaje con un breve saludo y la opción A como elegida. Respiro aliviada. No estaba en mis planes buscar por mi cuenta un club de intercambio. Minutos después Ceci me avisa que también recibió la notificación. Solo me queda una cosita más por hacer. Después de todo, es favorable tener una salida próxima con las involucradas. En la tarde alcanzo a Mabel afuera de su casa para irnos juntas en su coche. Ella no tiene chófer todavía, así que es quien conduce. La mueblería a la que nos lleva no es ninguna de las que frecuentamos Cecilia y yo, se podría decir que es un tanto… sencilla, y se encuentra en el centro de la ciudad. Mabel entrega el recibo de su pedido a un empleado. Yo aprovecho para ver algunas lámparas. Después de unos minutos, Ceci me avisa que Mabel discute con el empleado. Ambas nos acercamos veloces para averiguar qué sucede. —¡Pedimos diez sillones tántricos! ¡Diez, no cuatro! —Mabel lo dice entre dientes, casi gruñendo. El empleado se muestra preocupado. Incluso logro ver que su mano tiembla. —Señorita, una disculpa, el proveedor se retrasó, pero en una semana tendremos los restantes. Mabel vuelve a gruñir. En verdad está enojada. —¡Me urgen para hoy! ¿No comprendes? ¿Eres tonto? Giro la vista y noto que otros compradores nos observan. No falta mucho para que alguno saque su celular y grabe a Mabel haciendo su nada respetuosa reclamación. Después será llamada “Lady Sillones”, o una cosa parecida. Es urgente evitarlo. Sin que parezca desesperada, la sostengo del brazo. —Amiga, cálmate. Esas cosas pasan. Ya llegaran. —Si te enojas así se te va a arrugar más la frente —interviene Cecilia. Con la mirada trato de que ella se dé cuenta de que hay mirones. Oigo que Mabel suelta un respiro lento. —Tienen razón. —Se frota el ceño un instante. Cuando levanta el rostro, luce más controlada—. Envíeme los cuatro que tiene a esta dirección, pero que sea hoy. Por suerte, evitamos la vergüenza. Mabel proporciona sus datos y luego nos retiramos. Como agradecimiento, nos invita a beber una copa en el Balcón del Zócalo. Desde la terraza es posible admirar la ciudad. La hermosa catedral sobresale. El imponente recinto me trasmite paz real con solo contemplarlo. Antes de que se me olvide, decido tomar la palabra: —Aprovecho que estamos las tres para pedirles, mejor dicho, avisarles, que no planeo tener relaciones con sus esposos. Es que no me veo haciéndolo con ninguno de los dos. —Para mí, esa es una muestra de respeto. La primera en responder es Mabel: —Como tú decidas, aunque por mí no hay problema si lo haces. ¿Qué piensas, Ceci? En todas nuestras conversaciones, ninguna tocó el tema de relacionarnos con la pareja de la otra. Es hora de saber lo que piensa al respecto. Cecilia se queda anonadada un par de segundos. Eso me tensa. —Este… No, no tengo problema. Pero tampoco quiero hacerlo con Benjamín. —Hace una mueca de asco. —Lo siento, pero no les puedo prometer lo mismo —dice Mabel—. ¿Me entienden? Su inesperado comentario nos toma por sorpresa, lo sé por cómo se le abren los ojos a Cecilia. —Entiendo perfecto —pronuncio a secas. Me cuesta procesar lo que acabo de escuchar. —Por mí, échatelo —dice Ceci con un tono despreocupado—. Tienes mi bendición. Con eso pasamos a hablar de los tipos de flores que Mabel quiere sembrar en su jardín. Mientras trato de estar concentrada en nuestra charla, pienso en que a Benjamín no se le vaya ocurrir joderme al tratar de llevarse a la cama a una de mis dos amigas. ¡Más le vale que no! [1] 'Mujer unicornio', es aquel nombre que reciben las mujeres bisexuales que están dispuestas a tener un trío con parejas heterosexuales.
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