El aire dentro del maletero es caliente y casi pegajoso. Siento que cada bocanada me raspa la garganta. «¿Hace cuánto no limpian el polvo de esta cosa?» El rugido constante del motor se mezclaba con el retumbar del asfalto bajo las llantas, un pulso monótono que, hasta hace un minuto, me había mantenido en una calma falsa. Sé que estoy haciendo una locura. Y también sé que, si Azrael descubre que yo estaba aquí atrás, las consecuencias no serían suaves… pero él no me ha dejado otra alternativa.
Un hombre con secretos se cree invencible. Una mujer con un propósito es un peligro. Y eso, justo eso, es lo que Azrael no entiende.
Ha pasado unos cuantos minutos doblada, y mis músculos empiezan a protestar. La nuca me arde, pero mi mente está despierta, alerta, esperando. No tengo idea hacia dó
