—Y, ¿de qué quieres hablar? —preguntó el hombre que había dicho llamarse Marcos.
—En realidad, solo quiero saber todo de ti —respondió ella—, las razones de que seas músico callejero, lo que te gusta, disgusta, haces y no haces... Me gustaría poder estructurar en mi cabeza un personaje y pensé que tu estilo le vendría bien.
—Entiendo. ¿Y qué obtengo a cambio? —preguntó él.
—El café que te estás tomando —respondió ella.
—Así que me expongo completamente a ti por un café, ¿eh? No me parece justo —declaró el joven hombre y ella lo miró con sorpresa, a decir verdad, no encontraba la injusticia.
—También te hice ganar dinero —añadió un poco contrariada María, pensando que tal vez no lo necesitaba justamente a él, pues no le parecía que fuera bueno que su personaje fuera tan complicado e inaccesible como parecía el hombre que frente a ella estaba.
—Sí —aceptó él—, dinero que no necesito.
Eso era obvio, se le notaba.
—Si no necesitas dinero, ¿por qué cantas? —preguntó la escritora.
—Para recordar —respondió el chico con lacónica mirada y, volviendo la mirada a la calle, dio un sorbo a su café—. A ella la conocí aquí, estaba tocando una guitarra y cantando una canción, yo había tenido un día horrible y estaba haciendo un frío del demonio, aun así, me quedé a escuchar cantar a esa chica que nadie parecía notar.
La voz de Marcos se quebró y debió aclarar su garganta para poder continuar—: Le di un billete y ella me regaló una hermosa sonrisa, tan hermosa como la tuya —dijo fijando sus ojos en una que, justo en ese momento, no sonreía.
Todo iba más profundo de lo que la joven escritora esperaba, así que no estaba segura de querer saber más.
» En ese instante me enamoré de ella —continuó hablando él—, y seguí frecuentando esta plaza después, pero ella parecía no notarme, así que comencé a cantar con ella, justo como tú hoy conmigo.
Mari sonrió sospechando que jugaba con ella, el destino en la vida real no existía, era lo que ella creía, pero ahora que no sentía que la historia que escuchaba fuera real, escucharía el resto sin culpa.
» Al final logré que ella se enamorara —informó Marcos sonriendo—, aunque fue de mi hermano mayor. Se casaron seis años atrás, ella quedó embarazada pronto y me regaló un sobrino que tiene toda la cara de su papá.
Marcos suspiró.
» Pensé que estaba bien —declaró el hombre—, pensé que si ella era feliz yo podía mandar al diablo mi amor, así que decidí ser feliz por ellos, hasta que, hace algunos años ambos fallecieran en un accidente, y así perdí a mi único hermano, mi mejor amigo, y al amor de mi vida que nunca me amó.
Marcos apartó las lágrimas de sus ojos, le resultaba un poco increíble que, aun después de casi cuatro años, le siguiera doliendo tanto no tenerlos.
Después de un rato de silencio, en donde solo la reciente lluvia acompañaba las lágrimas del chico, él pudo serenarse y continuar.
» Es en este lugar donde más la siento cerca —explicó Marcos—, y a mi hermano, él amaba tanto como yo venirla a escuchar, y es la música lo que más me la recuerda, por eso vengo a cantar aquí.
Marcos terminó haciendo un esbozo de sonrisa para la chica que lo miraba sorprendida.
—Lo lamento mucho —dijo Mari, pensando en que no lucraría con el dolor de una persona que le había abierto su corazón, pues, aunque al principio pensó que quizá se burlaba de ella, sus lágrimas, su expresión, su voz quebrada y su notorio dolor, le decían que era verdad lo que él contaba.
Un silencio incómodo fue su sobremesa, pero no era lo que ella necesitaba y se maldijo por haber tocado cuerdas tan sensibles solo por un personaje para una historia que ella podría imaginar.
Pensó en disculparse, pero no era algo que solucionara las cosas, así que mejor decidió romper el momento restándole importancia a lo que acababa de escuchar, aunque eso fuera un poco cruel.
—¿Y qué haces con el dinero que te dan por cantar? —preguntó ella queriendo, más que cambiar el tema, cambiar el ambiente.
Marcos la miró primero sorprendido, después con una sonrisa y en respuesta lanzó una nueva pregunta.
—¿Quieres ver? —cuestionó él y Mari asintió, sonriendo complacida por haber logrado sacarlo del estado anímico deplorable en que ella misma lo había metido.
Ambos se pusieron de pie y caminaron a la entrada de la cafetería para dirigirse a donde fuera que Marcos la llevara, aunque seguirlo no fuera la cosa más responsable a hacer de su parte. Ella no debería seguir a ciegas a alguien que no conocía, mucho menos si transitaba calles completamente desconocidas y casi vacías.
Tras algunos minutos de caminar, Mari se arrepintió de haberle seguido y Marcos notó la incomodidad de la chica.
» No voy a secuestrarte —aseguró él en tono de burla—, no necesito dinero, ¿recuerdas?
—Igual nadie te hubiera dado nada por mí —contestó la chica suspirando, y siguió caminando más decidida, pero no por eso menos insegura.
Después de caminar algunas cuadras se encontraron con un edificio tipo restaurante que mostraba una lona con el nombre "Comedor Comunitario", y entró siguiendo al hombre que la guiaba.
—Buenas noches, Marquitos —dijo una mujer alta, robusta y de piel muy oscura que le regalaba al hombre una blanca y reluciente dentadura.
—Hola, Zuly —saludó Marcos, regalándole una enorme sonrisa también.
—¿Qué tal te fue hoy? —le preguntó la mujer que, detrás de un mostrador, comenzaba a servir dos tazas de café.
Marcos recibió una taza y la acercó a la chica que no quería otro café, pero que era lo suficientemente educada como para no rechazarlo.
—De maravilla —respondió el joven tomando la otra taza—, esta hermosa dama nos dio algo de dinero extra.
—Soy María Aragall, Mari —terminó diciendo a la mujer que le extendía una mano a la cocinera que se presentaba como Zulema Canto.
Zuly era la encargada del comedor comunitario, explicó que recibía donaciones para el mantenimiento, pues era un lugar que se hizo con la intención de apoyar a estudiantes foráneos a su alimentación, pero luego se abrieron más áreas y ahora era para toda la comunidad.
—Te dije que no discrimino —recordó Marcos en un susurro—, yo ayudo aquí desde que era solo para estudiantes... En aquel entonces era Marcela quien traía los donativos, ella era de Puebla, cuando era estudiante venía a comer aquí, y cuando se graduó ayudó a los que le ayudaron. Ella era así de buena.
—Marcela era buena, y tuvo suerte de encontrarse con gente buena como tú y tu hermano. Me da gusto que sigas adelante con tu vida —dijo en lacónica sonrisa Zuly que, después de acariciar el rostro de Marcos, le dedicó una sonrisa a Mari.
Mari iba a aclarar el malentendido, pero Marcos no lo permitió.
—Han pasado cuatro años, y tarde o temprano hubiera ocurrido. No podía amar por siempre a la esposa de mi hermano, mucho menos ahora que está muerta —declaró Marcos Durán y la mirada apesadumbrada del hombre, más la sonrisa esperanzada de la mujer, no le permitieron a la chica más que sonreír al que le tomaba de la mano.