Cap 5

820 Palabras
Pob-Bastian Aquí tienes el capítulo 5, extendido y con más detalles: --- Capítulo 5 Hola, soy Bastian y soy un hombre lobo. Tengo 25 años, pero actualmente aparento ser un niño de 12 años. Esto se debe a que en nuestra r**a, cuando recibimos una herida mortal o estamos al borde de la muerte, nuestro cuerpo se regenera, pero con un precio: rejuvenecemos y perdemos años de nuestra vida. Eso me pasó a mí. En mi manada, nadie me quería. Cuando nací, por desgracia, mi madre no logró sobrevivir al parto y, en consecuencia, todos me culparon de su muerte. Mi padre, como castigo por haber matado a mi madre, me convirtió en el esclavo de la manada. Mis hermanos mayores siempre se burlaban de mí y me culpaban por la muerte de nuestra madre. Por eso mi cuerpo está lleno de cicatrices, recordatorios de las torturas y el desprecio que soporté. Cuando Hana, digo, mamá, vio las cicatrices, se quedó sorprendida. Recuerdo el día como si fuera ayer. Estábamos en la cocina, preparando la cena. Yo llevaba una camiseta vieja y desgastada, y al inclinarme para coger una olla, la camiseta se levantó, revelando algunas de las cicatrices en mi espalda. —Bastian, ¿qué te ha pasado? —preguntó mamá, con la voz llena de preocupación. Al escuchar su pregunta, sentí un nudo en la garganta y no pude responder. No quería revivir aquellos momentos dolorosos ni ver la lástima en sus ojos. Al ver mi silencio, mamá dejó de lado el tema, pero su mirada seguía reflejando preocupación y amor. Sabía que ella quería protegerme, que su corazón se rompía al ver las marcas de mi pasado. Las cicatrices no eran solo físicas, también llevaba heridas en mi alma. Cada día era una lucha para mantener la fachada de un niño normal, pero en el fondo, el dolor de mi pasado estaba siempre presente. Sin embargo, desde el día en que mamá me encontró en el bosque, mi vida comenzó a cambiar de maneras que nunca imaginé posibles. En esos primeros meses con mamá, me sentí más querido y cuidado de lo que jamás había soñado. Ella me enseñó tantas cosas, desde hablar hasta cocinar, y, lo más importante, me enseñó lo que era el amor incondicional. Cada vez que me llamaba "hijo", sentía una calidez en mi corazón que me hacía olvidar, aunque fuera por un momento, el sufrimiento que había soportado. —¿Estás listo para un nuevo día, Bastian? —me preguntaba mamá cada mañana, con una sonrisa. —Sí, mamá. ¿Qué haremos hoy? —respondía yo, con entusiasmo. —Hoy vamos a recoger leña en la montaña. Necesitamos suficiente para mantener la casa cálida —explicaba ella mientras servía el desayuno. Aunque las tareas eran arduas, siempre encontrábamos formas de divertirnos. Uno de nuestros juegos favoritos era "El Desafío de la Leña", donde competíamos para ver quién podía encontrar la pieza de leña más grande. Estos momentos eran los más felices de mi vida. —¡Te voy a ganar esta vez, mamá! —le decía, corriendo hacia los arbustos. —¡Veremos! —respondía ella, riendo. Pero no todo era fácil. Cada noche, cuando estaba solo en mi cama, las pesadillas de mi pasado volvían a atormentarme. Recordaba los gritos, los golpes, y las noches frías en la intemperie. A veces, me despertaba temblando, con el corazón acelerado. En esos momentos, deseaba con todas mis fuerzas olvidar, pero sabía que esas cicatrices, tanto internas como externas, formaban parte de quien era. Una noche, mientras mamá y yo estábamos sentados cerca de la chimenea, no pude evitar preguntarle: —Mamá, ¿por qué me aceptaste? —mi voz era apenas un susurro. Ella me miró con ternura y respondió: —Porque vi en ti algo especial, Bastian. Vi un niño que necesitaba amor y cuidado, y supe que podíamos ser una familia. Eres mi hijo, y te amo tal como eres. Sus palabras llenaron mi corazón de una calidez indescriptible. En ese momento, supe que, aunque mi pasado estaba lleno de dolor, mi futuro con mamá estaba lleno de esperanza y amor. Ella me enseñó a creer en mí mismo y a valorar cada día como una oportunidad para ser feliz. Con el tiempo, mi confianza creció y aprendí a hablar de mis sentimientos y mis miedos. Aunque el dolor de mi pasado nunca desapareció por completo, la presencia constante de mamá me ayudó a sanar. Juntos, enfrentamos cada desafío, y poco a poco, comencé a sentir que realmente podía dejar atrás el niño roto que una vez fui. Cada día que pasaba con mamá era un paso hacia un futuro mejor. Aunque todavía tenía mucho que aprender y sanar, sabía que con ella a mi lado, podría superar cualquier cosa. Ella era mi familia, mi refugio, y mi esperanza. Y por primera vez en mi vida, sentí que tenía un hogar.
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