LIA
Siento que estoy en piloto automático mientras asisto a la gala esta noche. No puedo dejar de pensar en esas imágenes perturbadoras y me siento culpable, aunque sea una locura. ¿Qué podría haber hecho para evitar que mataran a ese hombre? No tengo poder sobre Nero. Soy útil para él, eso es todo.
A pesar de mi plan de continuar por este camino, me siento atormentada por lo que he visto. Las palabras del agente George siguen resonando en mi mente. “¿Quieres ser la próxima? ¿O tu hermano?
Esta gala tiene una subasta silenciosa y estamos dando vueltas en las mesas con artículos de alto valor. Viajes a Europa, cenar en la mesa del chef en un restaurante cinco estrellas e incluso un barco. Nero sigue siendo agradable, sonriendo cuando se le indica y actuando como el prometido cariñoso. Está mejorando en el acto, al igual que yo. Apenas se inmuta cuando nos tocamos.
Un camarero paso con una bandeja de champan y me doy la vuelta para recoger una copa. Estar un poco achispada esta noche no será malo. Pero entonces mis ojos se posan en Ian McComark de pie al otro lado de la habitación. Su esposa Fiorella, no está a la vista, pero me he dado cuenta de que es muy sociable, así que no es sorprendente.
Lo que me llama la atención es que está hablando con Bianca. No se tocan ni estan demasiado cerca el uno del otro, pero hay algo en la mirada de ella mientras lo mira. Es como si tuviera estrellas en los ojos. ¿Ian? Bueno, no está exactamente manteniendo la distancia. Se inclina para murmurar algo, y Bianca echa la cabeza hacia atrás para reír. Sus miradas se encuentran, solo por un momento, y luego se alejan una distancia apropiada de nuevo, pero este vistazo fue suficiente. De repente todo encaja.
Pienso en la extraña vibra que percibí cuando conocí a Bianca en el pabellón de caza. Definitivamente tiene un problema con Fiorella, por mucho que sonreía. ¿Celos quizás? Y culpa…Por acostarse con su marido. Tendría sentido. También explica el comentario de Bianca sobre que alguien especial le compraba joyas. Si ese fuera su marido, no tendría que ser cautelosa al respecto. Pero si se trata de Ian McComark, un político querido… Bueno, esa es otra historia.
Tiro del brazo de Nero. —Vamos a tomar un poco de aire— digo significativamente. Nos llevó a un pequeño patio, lejos de la multitud.
—¿Qué pasa? — Nero se tensa, solo por estar a solas conmigo.
—Creo que podría tener algo— le cuento mis sospechas. —Se que no es mucho para empezar, pero tengo un instinto. Hay una vibra extraña—
Nero no dice nada, pero parece pensativo. —¿Es útil? — pregunto, queriendo recordarle que estoy aquí por una razón.
—Podría ser. Lo investigaré— No puedo evitar sentirme decepcionada, pero lo dejo pasar. Tendré que seguir observando a esos dos para ver si tengo razón.
La gala se prolonga y Nero tiene una pequeña oportunidad de hablar con McComark. Esta vez, parece haberme escuchado. Los chicos hablan de deportes, coches y nada remotamente relacionado con el trabajo. incluso veo a McComark reír y darle una palmada en la espalda a Nero por algo.
Progreso. Gracias a Dios.
—¿Sabes que no entiendo? — me pregunta Nero cuando un camarero se acerca con una bandeja de champiñones rellenos. —¿Por qué programan estas cosas durante las horas de la cena y luego sirven estos bocaditos pretenciosos? —
Estoy de acuerdo. —¿Recuerdas la pizza de salchicha y champiñones que solíamos comer en Rowdys? — pregunto.
Juro que algo se suaviza en los ojos de Nero mientras me mira. me pregunto si está recordando todos los buenos momentos que pasamos en nuestra pizzería favorita, cuando éramos adolescentes. Debimos haber pasado horas escondidos en la mesa de atrás, compartiendo una tarta con queso extra, hablando de todo lo que hay bajo el sol.
Nero deja su copa de champán sobre la mesa.
—¿Sabes que? Vamos a comer algo de verdad—
No creo que la vieja pizzería siga en pie hasta que cruzamos las puertas y los recuerdos me golpean.
—¡No puedo creer que nada haya cambiado en este lugar! — exclamo. Miro a mi alrededor, a las paredes de ladrillo visto y a la ecléctica colección de mesas y sillas. Hay un horno de leña para pizza en la parte de atrás y una cocina abierta donde puedes ver como tu masa sale volando por los aire.
—¿Estás bromeando? — dice Nero. —Si intentaran cerrarlo, la gente se amotinaría—
Asiente al camarero y me lleva a nuestra vieja mesa en la parte de atrás. Los mismos menús laminados, las mismas fotos descoloridas en la pared…Casi siento como si nos hubiéramos transportado al pasado. Excepto que no solíamos, ni nunca, llevar ropa informal.
—Esto me trae recuerdos— dice Nero, apoyándose en la mesa de cuero agrietado.
—¿Ya no vienes aquí? — pregunto, sorprendida. Los dos habíamos decidido hacía mucho tiempo que este era nuestro lugar favorito de pizza de todos los tiempos. No pensé que dejara de comerla.
—No—
La palabra es cortante, y de alguna manera, sé que no ha vuelto desde que me fui. Pero no quiero ir por ese camino. No esta noche. Nero se ve tan relajado como lo he visto hasta ahora, al menos lo estaba hace diez segundos.
—Hey, ¿recuerdas aquella vez que entró una paloma aquí? — pregunto cambiando el tema.
Nero sonríe, y me doy cuenta con un sobresalto que es la primera sonrisa genuina que he visto en su rostro en diez años. Suaviza sus rasgos de una manera que hace que mi corazón traidor se agite en mi pecho.
—¿Cómo podría olvidarlo? Simplemente entró pavoneándome detrás de un cliente, como si fuera a pedir un queso extra para llevar—
Me río. —No la culpo, juro que he estado soñando con este lugar durante años—
Hacemos nuestro pedido, y pronto la camarera llega a la mesa con nuestra pizza, saliendo vapor al dejarla. Se me hace agua la boca con el olor y cuando Nero toma una rebanada para ponerla en mi plato, el queso se estira de esa manera que solo lo hace el mejor queso.
—Maldición— se rie. —Ha pasado demasiado tiempo—
Hace demasiada calor para comer inmediatamente, pero mi estomago está gruñendo así que le doy un mordisco, solo para la salsa me queme. —Ay—
—Siempre fuiste tan impaciente—
—Soy impulsiva— lo corrijo, soplando la rebanada para enfriarla.
—Aja— Nero sonríe, devorando su rebanada de un bocado.
—¿Qué? ¿Tienes una boca radiactiva o algo así? — protesto, celosa.
—Bastante. Me sorprende que me queden papilas gustativas, después de todo el mal tequila que Chase y yo solíamos beber— Nero come otro pedazo, luego se sienta y se toma un descanso.
Se oyen risas en una mesa cercana y miramos a una pareja sentada a un lado de la cabina, obviamente en una cita. Se besan acurrucándose. Siento una punzada, y cuando miro a Nero, lo veo observándolos por un momento más. Cuando finalmente se vuelve hacia mí, casi parece arrepentido.
—¿Alguna vez te preguntas quién podrías ser si las cosas hubieran sido diferentes? —
Parpadeo, sorprendida por la pregunta y la cruda honestidad en su voz.
—Claro que si— respondo en voz baja. —¿Crees que planeaba ser camarera para ganarme la vida en algún antro de mierda de Las Vegas? —
Nero hace una mueca. —No me lo recuerdes, mierda, eras la última persona que esperaba ver cuando entré por esa puerta—
—Eso nos convierte en dos—
Intercambiamos una mirada irónica, reconociendo lo extraña que es nuestra situación. Y tal vez sean los recuerdos inesperados, o la dosis de queso y carbohidratos, pero hago una pausa.
—Siempre quise ir a la escuela de arte— admito en voz baja. —Sabes, mi gran sueño era ir a Europa después del instituto y ver todas las galerías de Paris. Caminar por las calles e inspirarme con la cultura. Incluso si hubiera estado completamente arruinada, me gustaba pensar que habría encontrado la manera—
—Recuerdo verte pintar— dice Nero en voz baja. —Tenías tanto talento. Tenías una forma tan única de ver el mundo—
Nuestras miradas se encuentran, y siento una oleada de emoción subir a mi pecho. Estoy viendo un destello de mi Nero, de la persona que conocí antes de que todo cambiara. —¿Seguiste así? — pregunta.
—¿La pintura? — niego con la cabeza. —Era difícil encontrar el tiempo. Y pintar… Siempre fue mi forma de expresarme. Pero una vez que fingíamos ser una familia diferente, parecía…no sé, como si fuera peligroso ser tan honesta, incluso en el lienzo—
Nero frunce el ceño. —Lo siento— dice. —Que te hayan arrebatado tu arte—
Nuestra mirada se vuelve más intensa. Tan intensa que tengo que apartarla. —Está bien— digo rápidamente, y me concentro de nuevo en la comida.
—¿Y tú?— pregunto. —¿Alguna vez piensas en una vida diferente? —
Se encoge de hombros, con la mirada fija en su plato. —Eso nunca ha tenido sentido para mí. Nací para esto. Criado para ser el jefe Morelli—
Hay una oscuridad en su expresión, pero no es ira. Algo más parecido al arrepentimiento. Una mirada de hastío que me hace preguntarme. ¿Qué tipo de crímenes hay en su pasado? ¿Qué tipo de cosas ha visto?
Trago saliva, intentando bloquear los recuerdos de esas fotos de nuevo. Pero como siempre, Nero puede ver a través de mí.
Se aclara la garganta. —Escucha, sobre lo que viste el otro día…Ese tipo…—
Oh, Dios. No puedo escuchar esto. Pensé que quería saberlo, pero ahora que me lo va a decir, no quiero detalles.
—No— le suelto de golpe. —No tienes que…—
—Si, tengo que— me interrumpe. —Quiero que lo sepas. Era un mal tipo. Lia. Se que es difícil de creer, pero se lo merecía—
—¿Merecía una paliza como esa? — respondo, añadiendo en silencio. —hasta la muerte—
Nero asiente sombríamente. —Violó a una niña—
Se me cae la mandíbula. Cualquier justificación que esperara, no era esta.
—¿Qué…? — tartamudeo, sorprendida. —¿De que estás hablando? —
—La madre de la niña vino a nosotros— dice Nero, despegando la etiqueta de su botella de cerveza. —Su padre ha trabajado para mí en el pasado, pero ahora es un borracho. No pudo …—niega con la cabeza. —Así que la madre vino a mí. La niña tiene catorce años— añade con furia en la voz. —Este bastardo la recogió de camino a casa desde el supermercado. No la dejó ir por dos días—
Se me llenan los ojos de lágrimas. —Dios mío— susurro. —¿Está…? —
—¿Viva? Si, no es que quiera estarlo— dice Nero con gravedad. —La tenemos en el centro de tratamiento al norte del estado. Terapeutas, todo tipo de profesionales. Dicen que al final lo superará, pero…— Aprieta los puños involuntariamente.
—Mierda como esa no pasa en mi cargo— me dice con los ojos encendidos. —Es mi responsabilidad mantener a mi gente a salvo. Y un carbrón como ese andando por ahí…Tenía que pagar. Yo tuve que encargarme de ello—
—Por supuesto que si— respondo automáticamente. Levanta la cabeza de golpe, como si pensara que estoy siendo sarcástica, pero lo digo en serio, cada palabra. Me acerco y tomo su mano sin pensar, apretándola con fuerza.
—Ni siquiera te disculpes. Ese tipo merecía todo lo que le pasó—
Nero exhala. —Pero aun así…soy yo quien tuvo que hacerlo. pase lo que pase…siempre me toca a mi—
Me mira a los ojos durante un largo rato, nuestras manos entrelazadas y me doy cuenta de que la corona Morelli no es solo un estatus o poder. Es una responsabilidad también. Nero puede operar con un código moral jodido, pero es suyo hacerlo cumplir. Y me duele el corazón por él.