Al día siguiente, durante el recreo, me escondí detrás de uno de los edificios menos transitados de la academia, donde Silvy y yo habíamos quedado. Llegó apresuradamente, irradiando su energía habitual, pero en cuanto me vio, su expresión cambió a una mezcla de compasión y preocupación. ¡Aleya! ¿Estás bien? ¿Qué te hicieron esos idiotas? Me encogí de hombros, manteniendo la mirada fija en el suelo. —Todos me odian, Silvy. Incluso los otros novatos. Los de segundo, los de tercero... incluso mis compañeros de piso. —Pero… ¿por qué? ¿Qué pasó? Le expliqué todo. Desde que me desperté empapada y cubierta de basura, hasta que corrí a la alarma y la activé, pensando que me estaba salvando de algo mucho peor. Al final, se me saltaron las lágrimas y no pude contenerlas. “Pensé que iban a desc

