Llegó la mañana, y con ella, mi concienzudo castigo. Navegué por internet en cuanto me levanté, investigando a fondo todos los dioses que había conocido, buscando al más promiscuo y depravado de todos, para poder construir un santuario y empezar a rezar por perdón y suplicar misericordia. Tenía que hacerlo. Ningún dios habría perdonado al tipo que había obligado a su hermanita a excitarse, a masturbarse, a chuparle el líquido preseminal de sus dedos, a enseñarle las tetas, a follarle la polla con los pies descalzos dos veces , y a susurrarle palabras dulces y de puta al oído, mientras ella llenaba una piscina semiolímpica hasta el borde con los jugos de su coño. No ayudaba que Brooke mostrara un patrón de comportamiento alarmante. Se estaba volviendo más cariñosa, más vulnerable y más nec

