XIX. Reflexio…. ¿Qué?

1646 Palabras
Desde niño, siempre he tenido que lidiar con los prejuicios sólo por mis rasgos asiáticos. No sé cómo o por qué, pero algo así fue suficiente para que mis compañeros de primaria se mantuvieran alejados de mí. Decían que yo debía ser un experto en karate o kung-fu, que me los podía madrear con facilidad. Nada más lejos de la realidad. Fue en ese entonces cuando conocí a Rocío. —¿Chinito, te sientes mal? —me preguntó ella con una voz suave y curiosa. Bueno, tampoco es que mis rasgos me los pueda quitar. Esa fue la primera vez que alguien como ella no se dejó llevar por las estupideces que decían los demás. Sus palabras eran simples, hasta inocentes, pero fueron suficientes para quitarme el peso de la soledad que cargaba. Rocío no veía en mí nada más que a otro niño, igual que ella. Pero esa misma bondad suya fue lo que, sin querer, nos puso a Jasón y a mí enamorados y pelearnos por ella. Dos niños, dando golpes torpes, empujones y, para ser sincero, mucho drama infantil. Terminamos magullados y con lágrimas en los ojos, pero también con algo más: un respeto mutuo y, quizás, la semilla de una amistad que resistiría los años. Con el tiempo, descubrí que Rocío era mucho más que la niña que había mostrado compasión por mí. Su paciencia, su moralidad y esa forma suya de entender a los demás sin juzgarlos… No puedo describirlo del todo, pero es algo que me ha marcado profundamente. Cuando a Catalina la conocí en el hospital, ya todo fue diferente. Y sin embargo, ahora estoy aquí, en este hotel, con ella. Catalina… Ella no es Rocío. Es distinta. Puede que no tenga su misma sensibilidad o cultura, pero tiene algo que no puedo ignorar: un cuerpo que despierta deseos que he intentado reprimir toda mi vida sólo por que no soy más que un caballero blanco e idiota. Su personalidad… su astucia y franqueza son desarmantes. No sé en qué momento cedí, pero cuando comenzamos a hablar, ya no había vuelta atrás. Cuando la situación en el hotel escaló… bueno, no éramos más que animales respondiendo a nuestros instintos. Pero incluso en medio de todo esto, le hacía el amor y ella me devolvía el gesto con pasión, mi mente volvía a Rocío. Su rostro… Rocío. Su sonrisa… ¡Rocío!. Su risa… todo de ella me invadía. Por cada momento que pasaba con Catalina, mi mente me traicionaba con imágenes de Rocío. Hasta que finalmente… —¡¡Rocío!! Mierda, su nombre se me escapó al mismo tiempo de terminar. Todo se detuvo. Catalina se apartó ligeramente, con una expresión que era una mezcla de sorpresa y curiosidad. —Bueno, puedo comprender algo así—dijo, mientras se recostaba de nuevo en la cama, mirando a Jeremy risueña. Jeremy dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por el cabello. —Lo siento… —No tienes que disculparte —respondió Catalina con una sonrisa tranquila—. ¿Te gusta Rocío, verdad? Jeremy asintió, sin mirarla directamente. —Confiaré en que no dirás nada, te diré… Desde que éramos niños. Jasón y yo hicimos un pacto: donde ninguno de los dos intentaría nada con ella mientras estemos vivos. Catalina se quedó en silencio por unos momentos antes de hablar con una voz suave. —Es un pacto bastante noble, pero también algo tonto, ¿no crees? Jeremy dejó escapar una risa amarga. —Quizás. Pero así es como fueron las cosas. —Entendido. No te preocupes, no diré nada aunque sea mi nueva amiga —respondió Catalina, apoyándose sobre un codo para mirarlo directamente—. Pero… lo mío sí era en serio. Me gustas, Jeremy. —Gracias. —No voy a forzarte a nada, no es mi estilo. Pero si alguna vez decides hacer formal una relación conmigo, estaré aquí. Jeremy se giró hacia ella, sorprendido por su sinceridad. —Eres increíblemente directa, ¿sabes? Catalina se encogió de hombros, sonriendo. —Alguien tiene que serlo. —¿Sabes qué decía mi padre sobre las mujeres? —preguntó Jeremy de repente. Catalina abre los ojos, intrigada. —¿Y qué decía? —“Si una mujer que te interesa no te hace caso, entonces quédate con aquella que tiene interés en ti.” Catalina soltó una carcajada. —¿Ese mismo señor que doblegó a un empresario poderoso te dijo algo tan… sabio? Sin ofender, pero en persona es bastante raro. Jeremy rió también. —Sí, bueno, también dice cosas bastante tontas cuando está senil. Ambos se quedaron en silencio por unos momentos antes de que Jeremy señalara una mesa cercana con un gesto. —Al menos este hotel está bien equipado con los servicios necesarios para las parejas —dijo, levantando un conjunto de condones—. ¿Ves? Todo está aquí. Catalina miró los paquetes y le hizo una observación. —Jeremy… ninguno de estos está abierto. —¡Carajo! —exclamó él, llevándose las manos a la cara. *** Sin hacer ruido, Hans se apartó del hotel, volando con dirección a casa de Rocío, sintiendo que allí se necesitaba más su presencia. El aire frío acariciaba su rostro transparente. Su orgullo por Jeremy lo hacía sonreír. Aquel joven había demostrado tener un corazón noble, incluso en sus momentos de debilidad. Mientras tanto, en la casa de Rocío, Enrique estaba tendido en el sofá de la sala inferior. El brillo tenue de la televisión iluminaba su rostro pálido; sus ojos seguían fijos en el techo, perdidos entre pensamientos oscuros. Arriba, Estela sacaba un libro de su mochila. Se sentó junto a Rocío en la cama, recargando ligeramente su espalda en el hombro de ella. –A ver, a ver... –dijo Rocío con curiosidad mientras sostenía el libro. Estela no tardó en abrirlo en una página específica. –¿Quieres leer esto? –preguntó Estela, señalando un pasaje en particular del libro de Morgenstaft que le compró en la librería la primera vez que se conocieron. Rocío puso particular atención, leyéndolo en silencio. Sus labios se curvaron en una sonrisa al comprender la profundidad del texto. –Eres una niña muy inteligente, ¿lo sabías? –comentó con un tono cálido, casi maternal. Estela sonrió con timidez, sintiendo el calor de las palabras de Rocío. Afuera, la quietud de la noche fue rota por la figura de un hombre encapuchado que se movía con cautela entre las sombras del patio trasero. Su mirada fija en la casa denotaba intenciones siniestras. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar más, otro hombre emergió de las sombras, alto, de piel negra y músculos bien definidos, vestido con ropa urbana al estilo de los raperos de gangsta. –¿A dónde crees que vas, hermano? –preguntó el hombre, apuntándole con un subfusil. El sicario se detuvo en seco, girando la cabeza con incredulidad. –¿Orange? –dijo con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. —Qué bueno verte, dime cómo has estado, seguro que tenemos el mismo objetivo. Orange ladeó la cabeza con una sonrisa socarrona. –No sé de qué hablas, mi objetivo es otro. El encapuchado soltó una risa nerviosa. –¿Ah, sí? Pues dime, ¿dónde está? Orange levantó una mano, y de las sombras surgieron varios hombres negros que agarraron al sicario por los brazos. Dentro de la casa, Rocío y Estela seguían leyendo el libro, absortas, hasta que unos gritos rompieron el ambiente de calma. –¡Oye, no seas malo! –se escuchó afuera–. ¡Acuérdate de que somos hermanos! ¡Nuestras familias tienen tratos...! Enrique, desde el sofá, se cubrió con la cobija, congelado del miedo. Rocío levantó la vista, sus ojos reflejando el temor de la situación. Sin embargo, prefirió no saber de lo que ocurre allá afuera. El sonido de un disparo resonó en el aire, helando el ambiente. Rocío se levantó apresuradamente de la cama, dejando a Estela. Se acercó a la ventana y discretamente apartó ligeramente las cortinas. Lo que vio la dejó impactada. Afuera, un grupo de hombres rodeaba el cuerpo de un hombre sin vida. Entre ellos, reconoció a Orange. Sin pensarlo, abrió la ventana. –¡Orange! –gritó con fuerza–. ¿Qué estás haciendo? El hombre levantó la vista, sorprendido por la voz de Rocío. –¡Hola! ¿Cómo te va? –respondió con un tono cínico–. Qué bueno que te has recuperado. Oye tengo que irme. Me saludas a Jasón. –¡No te hagas pendejo! –le espetó Rocío, señalando el c*****r–. ¡¿Vas a dejar eso ahí?! Orange chasqueó la lengua, fingiendo arrepentimiento. –Perdona, lo limpiaré rápido en breve, lo prometo. Ah, y tomaré prestada tu manguera si no te importa. Rocío cerró la ventana de golpe y se sentó nuevamente en la cama. Su cuerpo temblaba, sintiendo que estaba al borde de otro colapso nervioso. Pero entonces, Estela se le acercó, tomándole una mano. –¿Estás bien? –preguntó, su voz suave y llena de preocupación. Rocío la miró a los ojos. Una decisión se formó en su mente: esta vez no podía permitirse quebrarse. Tenía que ser fuerte, no por ella misma, sino por las sonrisas que se tienen que proteger. Mientras tanto, Hans llegó al lugar. Desde el aire, observó cómo Orange y su grupo limpiaban el patio trasero, tallando la sangre del suelo con escobas y usando la manguera de Rocío. Se acercó a una camioneta cercana, donde vio el cuerpo inerte del sicario. De repente, una luz brillante emergió del c*****r. Sólo Hans podía verla. El alma del hombre ascendió lentamente hacia el cielo. Hans suspiró, cerrando los ojos con un pensamiento en su mente. "Si se supone que ese era nuestro destino... ¿por qué estamos aquí entonces?" CONTINUARÁ ------->
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