8
Izan alza una ceja, no y no.
Misa me hace señas para que le pida el favor, los ignoro, Sol lleva la alfombra que Akim dañó a la tintorería. Los escucho cuchichearse cosas. Intento ignorarlos, pero es imposible.
¿Desde cuando son tan amigos esos dos?
El jarrón chino de mamá está quebrado, ella llorará mucho por esto, papá se lo compro en uno de sus tantos viajes al país asiático. No le puedo hacer esto, ella ha hecho tantas cosas por mí.
—Izan—lo llamo, Misa sonríe y la fulmino con la mirada—¿Podrías arreglar el jarrón de mi madre?
Lo veo sonreír con suficiencia y quiero arrepentirme.
—¿Qué dices princesita? —intento irme, pero la traicionera de Misa me lo impide.
—Necesito que me ayudes a arreglar el jarrón de madre. ¿Podrías ayudarme?
Lo veo mirar su reloj, se da varios toques en el mentón para luego mirarme—Claro. ¿Qué me darás a cambio?
Le tiro un cojín en la cara—¡Nada vagabundo!
Se burla a carcajadas—Eres tan dulce Gabrielle, me encanta verte así—se acerca—Enojona como una abuelita princesita—mucho…mi prima me toma del brazo, voy hasta el bar de papá y me sirvo una copa de vino tinto.
Él lo único que quiere es provocarme y no lo va a lograr, Misa lo está ayudando a pegar las partes del jarrón chino, ella sonríe por cada estupidez que él dice y no sé qué le he de gracioso al italiano.
Subo a mi cuarto para terminar de escribir mi tesis, lo único que debe importarme es graduarme y dirigir la empresa de mis padres. Todo era tan fácil cuando él no estaba.
Falta poco para terminar mi proyecto de grado, los años se han pasado volando y nunca le he dado dolores de cabeza a mis padres y solo espero seguir siendo su orgullo como siempre.
He vivido mi vida a mi manera, Brad y yo estuvimos por casi dos años, una relación que no me llevó a ningún lado, puesto que ninguno de los dos éramos lo que buscábamos.
Nunca he sentido ese fuego en mi pecho o la sensación de volar cuando estoy con alguien y a veces pienso que jamás he amado de verdad. En algunas ocasiones envidio a mamá, ella ha conseguido a alguien que la ama con locura y devoción… pero que estoy pensando.
Abro los ojos al darme cuenta que son casi las once de la noche y no puedo creer que he pasado tanto tiempo en el computador, bostezo.
Camino hacia el cuarto de mis padres, mamá está discutiendo con mi padre quien sabe porque, cuando me ven se miran y sonríen.
—Victoria está enojada conmigo, porque le he comprado un nuevo coche a Akim y ella dice que tiene más de veinte autos ya. ¿Crees que soy un alcahueta? —me burlo sin querer. Papá suele comportarse como un niño en algunas ocasiones.
Lo agarro del cuello—Eres el mejor papá del mundo, viejito—Miguel abre los ojos. Victoria se ríe a carcajadas.
—Victoria, cancela las tarjetas de tu hija, vende sus acciones, sus coches, sus joyas, y deja de pagar su universidad. Esta desheredada. ¿Viejito?
—No seas exagerado Miguel, la niña no ha dicho mentiras—papá tira a Victoria en la cama y empieza a hacerle cosquillas. Cierro la puerta apenas salgo.
Izan esta de pie en las escaleras, guarda su teléfono apenas me ve—Tu mamá no se dio cuenta del jarrón—espeta serio.
—Gracias por ayudarme, todas las cosas en esta casa son importantes para ella.
Nos quedamos en silencio.
Muerdo mi labio inferior—¿Quieres acompañarme a un lugar?—le pregunto dudativa.
El rubio sonríe a medio lado, asiente y camino delante de él, quiero agradecerle lo que ha hecho por mi madre.
Camino hacia la parte trasera de la propiedad Smirnov, los hombres de papá me quedan viendo y no dicen nada. Nunca había traído a alguien a mi lugar favorito, mis manos empiezan a sudar, aunque para algunas personas solo sea la hija de un multimillonario, creo que soy mucho más que eso.
Caminamos por un sendero que da hacia el bosque de Greentown, la familia Smirnov vive aquí desde que mi madre me dio a luz, así que tengo los recuerdos maravillosos en este lugar.
Escucho la respiración de Izan, el viento helado eriza mi piel, escucho los animales salvaje caminar por la hierba seca del suelo. El olor a hojas de los árboles llega hasta mis fosas nasales.
—Gabrielle Smirnov, si me vas a matar, hazlo ya.
Me giro para reírme, Izan se queda serio viéndome, lo veo tragar seco.
—Ya hemos llegado—le señalo la cabaña en el árbol que Miguel construyó para mí, cuando cumplí cinco años.
—¿Qué es este lugar? —pregunta adentrándose en esta. Subo las escaleras de madera con cuidado para no resbalar y caer.
—Es mi lugar favorito en el mundo—el rubio se detiene para mirarme.
—¿Y me has traído a mí? ¿Por qué?
—Por la misma razón por la cual me ayudaste, solo quería agradecerte.
Izan toca los dibujos en la pared de roble, esta cabaña ha sido mi escondite por años, aquí están mis tesoros más importantes.
Mira una foto y se ríe, soy yo de ocho años sin dientes delanteros, se la quieto de inmediato y la guardo en uno de los cajones de la mesa.
Abro la nevera y le doy una cerveza fría, él asiente la cabeza en modo de agradecimiento.
—¿Y bien, que te parece? —suspiro.
—Igual a ti de rara—ruedo los ojos.
Sujeto con mis manos una pequeña caja de lata, allí tengo ciento de recortes de revistas, cuando era una niña me gustaba imaginar que sería de mi vida cuando fuese una adulta, y aunque he cumplido la mayoría de cosas, no entiendo porque tengo esta sensación de vacío aún en mi pecho.
Izan lleva la lata de alcohol a su boca, sus ojos azules me miran como si quisiera descubrir que es lo que estoy pensando en este justo momento.
—Cuando era pequeña, mi hermano Akim atacó a unos niños que me molestaban, solo tenía cinco años y después de eso nada fue igual para nadie de la familia. Papá se volvió loco, mamá lloraba mucho así que Miguel intentó darme todo para recompensar su error con Akim. Mi hermano ha crecido con rencor y odio, pero con el tratamiento psicológico ya ido mejorando.
—Vaya, lo lamento mucho…
—A veces quiero gritar y salir corriendo ¿Sabes?
—Te entiendo. Crecí en medio de la miseria en Verona, mamá era una costurera italiana que murió de cáncer y jamás pudo ser tratada. Llevo meses lamentando su muerte, porque si Alex hubiese estado en nuestras vidas… —abro los ojos, las lágrimas se resbalan por las mejillas de Izan. No pienso mis acciones y lo abrazo.
Lo escucho sollozar, él ha pasado por momentos difíciles.
—Yo no sé qué decir—se burla en medio del llanto.
—No sé porque me has traído aquí princesita, pero ya te dije que no podemos ser amigos, enserio, si sabes que es lo que te conviene, no intentes salvarme porque soy caso perdido.
Siento un nudo en la garganta—Por haberte contado algo—miro hacia el suelo—No quiere decir que seamos amigos.
La realidad me golpea.
—Que buen
o que lo sepas Gabrielle, que bueno que lo sepas.