EL FINAL DE UNA AMISTAD

1514 Palabras
Jorge asintió, su mirada fija en las llamas. —Mi hijo Kevin es el alma de nuestra casa. Aunque aún es joven, tiene una madurez que sorprende a todos. A veces pienso que lleva un viejo sabio dentro de su pequeño cuerpo. Emilio sonrió. —Los niños nos enseñan más de lo que imaginamos. Son como espejos que reflejan lo mejor de nosotros. Y hablando de reflejos, ¿has visto alguna vez el amanecer desde la cima de la colina? Es como si el cielo mismo se abriera para saludar al día. Jorge negó con la cabeza. —No, no he tenido esa suerte. Pero me encantaría verlo. —Entonces mañana, al alba, subiremos juntos. Verás cómo los primeros rayos de sol pintan el horizonte de tonos dorados y naranjas. Es un regalo que la naturaleza nos ofrece cada día. La conversación fluyó naturalmente, y entre risas y confidencias, una amistad sincera comenzó a florecer. Emilio, impresionado por la determinación de Jorge y su amor por la familia, se ofreció a ayudarles a establecer contactos en la región. —No sé cómo agradecerte, Emilio —dijo Jorge, su voz sincera—. Tu generosidad nos ha salvado de una situación difícil. Espero poder pagar con mi amistad tu generosidad. Emilio apoyó una mano en el hombro de Jorge. —No hay nada que agradecer, amigo. Así es como vivimos aquí. Hoy por ti, mañana por mí. Y si Kevin necesita algo, no dudes en decírmelo. Somos una familia en “El Águila”, y las familias se cuidan mutuamente. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. La familia Gonzales prosperó en Zacatecas, y la amistad entre los Gonzales y los Jones se fortaleció con cada temporada. Los cumpleaños de Karina se convirtieron en una tradición anual, y Kevin nunca faltaba, cumpliendo con el deseo de su padre de mantener la amistad entre las familias. Karina nació entre fiestas y mimos. Todos la querían y cuidaban de ella. La familia Jones viajó a México para estar en el nacimiento de la pequeña princesa, todos encantados con la belleza de la bebé. Kevin, curioso, se asomaba a la cuna para ver a la recién nacida; sus ojos color miel le encantaban. —Gracias, amigo, por venir. —No podíamos perdernos tal evento. Es una niña preciosa. —Nuestra Karina es como un tesoro para nosotros. La conexión entre Kevin y la pequeña Karina se volvía más fuerte con cada día que pasaba. La pelota que le regalaron se convirtió en su vínculo secreto. Kevin pasaba horas sentado junto a la cuna, rodando la pelota hacia la bebé y riendo cuando ella intentaba atraparla con sus manitas. A veces, incluso le cantaba canciones suaves en voz baja, como si compartieran un secreto que solo ellos dos entendían. Un día, mientras Kevin sostenía a Karina en brazos, Emilio le miró con una sonrisa enigmática. —Kevin, ¿alguna vez has pensado en lo que significa ser un protector? —preguntó Emilio. Kevin frunció el ceño, confundido. ¿A qué se refería él? — Ser un protector no siempre significa luchar contra dragones o enemigos visibles —continuó Emilio—. A veces, proteger significa estar allí para alguien, incluso cuando no puedes ver la amenaza. Karina te necesita, Kevin. Eres su protector invisible. Kevin asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que Emilio tenía razón. Karina era su pequeño tesoro, y él estaba dispuesto a protegerla con todo su corazón a la pequeña niña, aunque en ese momento solamente contaba con siete años de edad. Pero nada dura para siempre. —Es hora de regresar a Canadá, nos veremos en el cumpleaños número uno de la pequeña. ¿Verdad hijo? —Si padre. —Aquí siempre serán bienvenidos, Tú también cuídate pequeño, espero estés presente para el primer cumpleaños de nuestra hija. —Asistiré, señor. La fiesta terminó, pero el vínculo que había comenzado a formarse entre Kevin y la pequeña no se desvaneció con los invitados. Kevin se convirtió en el hermano mayor que siempre estaba ahí, cuidando a la niña, cómo explorar el mundo con la misma curiosidad y asombro que él había sentido al verla por primera vez. ¡Qué hermosa celebración! El jardín lleno de colores, la risa de los niños y la magia del primer cumpleaños de Karina crearon un ambiente inolvidable. Kevin, con su corazón latiendo rápido, sostenía a la pequeña en brazos mientras giraban bajo el cálido sol de Zacatecas. Los aplausos y las sonrisas de la familia se mezclaban con el aroma de las flores en el aire. Las piñatas colgaban de las ramas de los árboles, y los niños, con los ojos vendados, reían y se tambaleaban mientras intentaban golpearlas. Kevin y Karina, inseparables, compartían la emoción de cada golpe. Cuando finalmente una piñata se rompía y las golosinas caían como tesoros, los dos amigos se abalanzaban sobre ellas, riendo y compartiendo su botín. El pastel, decorado con flores y una vela, se convirtió en el centro de atención. Karina, con sus manitas aún torpes, sopló la vela con la ayuda de Kevin. La habitación se llenó de risas y aplausos mientras todos celebraban este pequeño logro. Los padres de la niña, con lágrimas en los ojos, sabían que estaban presenciando algo especial: el nacimiento de una amistad que trascendería el tiempo y las circunstancias. Los primeros diez años transcurrieron sin problemas. Kevin, ahora un adolescente de diecisiete años, comenzó a resistirse a asistir a las fiestas infantiles en México. Se molestó con sus padres por obligarlo a participar, argumentando que ya no era un niño y que prefería pasar su tiempo en Canadá con sus amigos y persiguiendo sus propios sueños. —Tienes que asistir, Kevin —insistió su madre—. Es importante mantener viva la amistad entre nuestras familias. Karina siempre espera verte en su cumpleaños. —Ya no soy un bebé para estar en ese tipo de fiestas —respondió Kevin con un tono de rebeldía. A pesar de sus protestas, Kevin asistió a las celebraciones hasta los quince años de Karina. Sin embargo, después de eso, dejó de regresar a México. La distancia geográfica y las diferencias en sus vidas comenzaron a separarlos. Aunque su madre seguía recordándole la importancia de la amistad, Kevin estaba más enfocado en su futuro en Canadá. La llamada de Karina en la víspera de su vigésimo cumpleaños trajo consigo una mezcla de emociones para Kevin. A pesar de los años de distancia, el recuerdo de los días felices que compartieron seguía latente en su corazón. La decisión de regresar a México para sorprender a la familia fue un paso valiente y lleno de significado. El reencuentro con Karina fue como un abrazo del pasado. La adolescente, con ojos brillantes de emoción, corrió hacia él, y los años de ausencia se disolvieron en ese abrazo que parecía durar una eternidad. Kevin sintió la calidez de la amistad y la complicidad que habían compartido desde la infancia. Aunque él había crecido y cambiado, aquellos lazos seguían siendo parte fundamental de quién era. —Viniste, Kevin —Aquí estamos, felicidades, por cierto. —Me alegro mucho verte, sin ti mis fiestas no son lo mismo. —dijo con sinceridad, su corazón latía fuerte cada vez que estaba cerca de él. La fiesta de ese año fue diferente. Kevin, ahora un adolescente renuente, ya no encontraba la misma diversión en las celebraciones infantiles. Karina lo jalaba para que participara, pero él se negaba constantemente. —Vamos, Kevin es tu turno. —Ya te dije que no quiero, ya no soy un niño. —No digas eso, hazlo por mí. —Todo este tiempo he venido por tu culpa, así que agradecerme que estoy aquí. —¿No querías venir? —La verdad no quería venir, me obligaron, mis amigos y yo teníamos otros planes. Cuando la insistencia de Karina se volvió demasiado para él, explotó y le gritó que ya no era un niño, los ojos de Karina se cristalizaron. Lo ve alejarse de la fiesta y ella lo sigue con insistencia. —¿Por qué actúas de esa manera? —Ya no soy un niño, no me gustan los dulces ni reventar piñatas, entiende eso. Me estás molestando. —Yo también he crecido, pero no tienes por qué actuar de esa manera. Dime que es lo que no te gusta para cambiarlo. —Todavía eres una niña tonta. Ve con los demás niños y divierte. Déjame en paz. Karina lloró amargamente al escuchar al amigo de siempre, hablar de esa manera, aparte de eso Kevin se quejaba de los olores de los diferentes animales, algo que el pasado le encantaba, ya que jugaba con Karina y los animales domésticos. Karina, con sus quince años recién cumplidos, se encontraba en un momento de transición. La ausencia de Kevin, su amigo de la infancia, en las celebraciones de cumpleaños dejaba un vacío que no podía llenar con risas forzadas o nuevas amistades. Aunque su belleza juvenil era innegable, había algo más profundo que anhelaba: una conexión auténtica.
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