Capitulo IV Los celos a primera vista

1818 Palabras
Perspectiva de Ayano: Como Osano había prometido, vino el fin de semana para pasar tiempo juntos y ponernos al día con todo lo que había pasado en estos once años. Yo no tenía mucho que contar... o al menos eso sentía. Aun así, él insistía en saber qué había hecho durante el tiempo que estuvimos separados. —¿Realmente no hiciste nada en todo este tiempo? —preguntó, inclinando un poco la cabeza. Negué lentamente. Él soltó una risita suave. —Bueno, tal vez todavía no entras en confianza conmigo de nuevo... —No es eso, Osano —intenté convencerlo—. Mejor cuéntame tú... ¿cómo es Estados Unidos? ¿Hiciste algún amigo? —Sí... el lugar es hermoso —respondió despacio, como si no fuera una buena experiencia para él—. Conocí a algunas personas que se hicieron mis amigos, pero... nunca estuve totalmente cómodo ahí. —Parece que no te gustó tanto. —La verdad es que no. Me acerqué un poco y apoyé mi cabeza en su hombro, mientras mi mano le daba unas pequeñas palmaditas de consuelo, como si quisiera decirle sin palabras que ya estaba en casa, que ya no tenía que esforzarse tanto. —No pienses que te cuento esto para que sientas pena por mí, tonta —dijo, alzando un poco la voz. No sabía si mi gesto lo había incomodado o si el calor de la tarde era demasiado, pero sus mejillas estaban completamente rojas. Incluso sus orejas. No pude evitar reír ligeramente al ver su nerviosismo. —¿Qué es tan gracioso? —Perdona —dije, tratando de contener mi risa. Él desvió la mirada unos segundos, y luego murmuró: —Ahora que lo noto... eres más expresiva. Cuando éramos niños eras muy calladita y seria... dabas un poco de miedo. Sus palabras me hicieron pensar. ¿Había cambiado? No... no lo sentía así. Solo que con Osano era más fácil expresarme. —Creo que fui perdiendo el miedo —susurré—. Pero no quiero hablar de eso. Mañana será tu primer día... ¿ya te dijeron en qué clase estás? —Sí, en la clase 2-1. Era mi clase. No se lo mencioné. Quería ver cómo reaccionaría al descubrirlo por sí mismo. Una parte de mí quería provocar esa sorpresa. —¿Y tú en cuál estás? —Ah... yo estoy en 2-2 —dije fingiendo naturalidad. Su rostro se entristeció de inmediato. Por poco y le digo la verdad, pero me contuve. Algo en mí quería guardar ese pequeño secreto. —Aun así... mañana déjame recogerte, Ayano. —Sí, claro. El resto de la tarde se nos escapó entre conversaciones que habían esperado once años para existir. Era tan lindo tenerlo de nuevo en mi vida... Ese vacío que siempre me acompañaba, esa sombra silenciosa en el pecho... ya no se sentía tan pesada con él cerca. Quizás él era capaz de llenar esa ausencia que nunca supe nombrar. Cuando lo despedí en la puerta, me abrazó. Tardé un segundo en reaccionar, pero al final mis brazos también lo rodearon. Cuando nos separamos, él me miró directo a los ojos; sus orejas estaban más rojas que antes. No sabía qué esperaba que dijera, así que solo murmuré: —Nos vemos mañana, Osano. —A-ah, sí —respondió soltándome rápidamente—. ¡No te vayas a dormir, tonta! Sonreí. Él siempre encontraba formas torpes y adorables de ocultar lo que realmente sentía. A la mañana siguiente desperté mucho antes de que sonara mi alarma. Me arreglé con calma, cuidando cada detalle más de lo habitual. Cuando terminé de alistarme, escuché tres golpes secos en la puerta. Toc. Toc. Toc. Abrí la puerta y ahí estaba Osano, con el uniforme impecable y su cabello rojizo ligeramente despeinado por el viento de la mañana. Sus mejillas estaban apenas rosadas —quizá por el frío... aunque sabía que él jamás lo admitiría. —Llegas temprano —le dije. —¿Y qué? Pensé que te ibas a tardar mil años arreglándote, tonta —respondió cruzando los brazos, sin mirarme directamente. Su tono era algo rudo, pero la forma en que evitaba mis ojos decía otra cosa. —Pues ya estoy lista. —S-sí, ya veo... —murmuró, observándome por apenas un segundo antes de mirar hacia otro lado con brusquedad—. Solo apúrate, ¿quieres? No quiero llegar tarde por tu culpa. Asentí, aunque yo sabía perfectamente que él había llegado demasiado temprano. Caminamos juntos por la calle, sacaba temas de conversación medio muy raras y fue cuando a mitad del trayecto, noté que él caminaba muy pegado al borde de la acera, dejándome a mí del lado seguro. —¿Estás... protegiéndome del tráfico? —pregunté en voz baja, divertida. —¿Ah? ¡No digas estupideces! —exclamó, dando un pequeño salto hacia el otro lado para disimular—. Solo... solo estaba caminando. Seguimos caminando unos metros más. La escuela ya se veía a lo lejos. Osano parecía nervioso por algo, como si estuviera pensando demasiado. —Oye —dijo de pronto—. ¿De verdad estás en la 2-2? —Sí, eso dije, ¿no? Hizo una mueca. Estaba molesto, pero no conmigo. Más bien... decepcionado. —Hmpf... pues ni modo —masculló, mirando el suelo—. Supongo que te veré en los recreos o algo así. No respondí. Solo sentí un pequeño nudo de culpa y emoción en el estómago. Entramos al edificio y justo cuando él iba a dirigirse al pasillo de su clase, decidí acompañarlo en silencio. Se detuvo frente a la puerta del 2-1. Miró la placa. Miró la puerta. Luego me miró a mí. —Bueno... supongo que es aquí— Osano caminó directo a una de las filas del final, buscando su pupitre. Yo lo seguí en silencio, tratando de no reír por la pequeña nube de enojo que lo rodeaba desde hacía minutos. Dejó su mochila en el asiento que tenía asignado y, justo cuando iba a sentarse, se congeló. Parpadeó. Miró el pupitre de al lado. Luego miró mi mochila, que yo acababa de dejar ahí como si fuera lo más normal del mundo. Lentamente, volvió la vista hacia mí, con una mezcla perfecta de enojo y sorpresa. —Ayano... —dijo con la voz temblando de frustración—. ¿Por qué... por qué tu mochila está AQUÍ? —Porque este es mi asiento —respondí tranquila. Él abrió la boca... luego la cerró... luego la volvió a abrir como un pez fuera del agua. —¡Pero— ¡Tú dijiste que estabas en la 2-2! ¡Me mentiste DOS VECES! ¡DOS! —alzó dos dedos frente a mi cara, indignado—. ¡¿Qué clase de persona hace eso?! —Lo siento... —dije tratando de no reír—. Pensé que sería una sorpresa bonita. —¡NO ES BONITA! —gruñó con las mejillas completamente rojas—. ¡Me preoc... digo, pensé que...! ¡Argh! ¡Tonta! Antes de que pudiera responderle, alguien entró al salón con pasos seguros. Una voz firme nos llamó: —¡Ayano! ¡Buenos días! Volteé y ahí estaba Budo. Se acercó a nosotros con una naturalidad que hizo que varias chicas del salón lo miraran. —Budo —saludé con una ligera inclinación de cabeza—. Buenos días. Él me devolvió la sonrisa, cálida como siempre. —Ya pensaste en mi propuesta—comentó—. Entonces sus ojos se posaron en Osano. Y aunque su expresión no cambió... algo en la forma en que lo observó transmitía un ligero "¿Y este quién es?". —Ah, él es...— —Su mejor amigo de la infancia —soltó Osano antes de que pudiera terminar, cruzándose de brazos. Lo dijo como si fuera un título importante. —Oh —respondió Budo, arqueando ligeramente una ceja—. Mucho gusto. Soy Budo Masuta. Extendió la mano con cordialidad. Osano lo miró como si le hubiera ofrecido veneno. Pero terminó estrechando la mano igual... con fuerza. —Osano Najimi —respondió, apretando más fuerte aún. Las venas de las dos manos saltaron. —Encantado —dijo Budo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —Ajá —respondió Osano, con una sonrisa que era más un gruñido. —Bueno —intervine—. Me alegra que ya se conozcan. —Sí, claro —dijo Budo, soltando la mano de Osano—. Siempre es bueno tener... nuevos compañeros. —Sí, seguro —repitió Osano, frotándose los dedos como si hubiera sobrevivido a una batalla—. Budo se acomodó la mochila en el hombro y se inclinó hacia mí. —Si necesitas algo, Ayano, estaré esperándote en el club —dijo con una sonrisa suave. Asentí. Osano chasqueó la lengua tan fuerte que casi sonó como un golpe. —Tsk. Presumido. Yo suspiré. No entendía por qué, pero ambos estaban tensos. ¿Estaba haciendo algo mal? ¿Acaso se habían caído mal? Cuando Budo se despidió y salió del salón para ir a su clase —dejando detrás de sí una estela de calma y energía disciplinada— Osano soltó un suspiro tan exagerado que varias personas se voltearon a verlo. La profesora entró al salón y todos nos enderezamos. La clase comenzó con presentaciones generales, normas, horarios y esas cosas que siempre explican el primer día. Hasta que, de pronto, la profesora anunció: —Bien, ahora tendrán la oportunidad de escuchar a los jefes de algunos clubes de la escuela. Ellos pasarán a explicar de qué trata cada uno, por si desean unirse este semestre. —Ayano... no me digas que... ¡tengo que unirme a un club! —susurró como si hubiera recibido una sentencia de muerte. —No es obligatorio—respondí tranquila. La puerta del aula se abrió. Club de Artes Marciales Sí, él fue primero. —Buenos días —dijo con voz clara—. Soy Budo Masuta, líder del Club de Artes Marciales... No había terminado de decir su nombre y las chicas ya estaban suspirando. —¿Qué les pasa? —susurró Osano—. ¡Solo es un tipo con músculos! ¡Un tipo muy... presumido! Cuando la última presentación terminó, las chicas seguían murmurando emocionadas entre sí. —Ayano —dijo sin fuerzas—. Prométeme... que no vamos a entrar al club de Artes Marciales. —¿Por que?... ¿Te intereso otro club? —pregunté confundida. Él me miró con una mezcla de vergüenza, molestia y... ¿miedo? —¡Si, TODOS! menos Artes Marciales —señaló con los brazos—. ¡No puedo competir contra músculos y su presumida bandita! Parpadeé. —¿Competir? ¿Por qué competirías? Él se atragantó con aire. —¡N-no es...! ¡Tonta! ¡Yo solo...! ¡Olvídalo! Y se giró, hundiendo la cara en la mochila.
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