La llamada se cortó abruptamente, dejando un silencio revelador en la cocina. Yaroslav, apoyado contra la encimera de granito, observaba con ternura a la pequeña cachorrita que devoraba con delicadeza los trozos de pollo que él había cortado meticulosamente. Su voz, suave como terciopelo, pero misteriosa, rompió el silencio mientras sus dedos acariciaban el pelaje sedoso del animal:
―Tú y tu dueña le han puesto el mundo de cabeza a Absalón ―susurró, con una sonrisa conocedora dibujándose en sus labios.
Mientras tanto, Saleema...
La joven yacía inmóvil en la cama king-size de Absalón, con las sábanas de seda azabache arrugadas bajo su cuerpo. Sus ojos, dilatados y brillantes, estaban clavados en el techo mientras su mente reproducía cada momento ardiente de su encuentro. El recuerdo de c
