A esa ahora a las siete de la mañana, Saleema dormía profundamente, con su cuerpo desnudo perfectamente acoplado entre los musculosos brazos de Absalón como si hubieran sido esculpidos el uno para el otro, mientras su pierna, en su característica posición, descansaba posesivamente sobre él. Absalón veía la imagen que secretamente anhelaba cada mañana: Saleema completamente rendida a él, con su mano descansando sobre su pecho como siempre. Por lo tanto, una sonrisa maliciosa, mezcla de satisfacción y triunfo, curvó sus labios mientras la observaba dormir. «¿No que muy renuente anoche? A mi nadie se me niega enana»― pensó con aire victorioso, saboreando la ironía de la situación. La noche anterior... Una hora había transcurrido desde aquella confrontación en el pasillo. La oscuridad envo

