Saleema colgó el teléfono y rápidamente se bajó de la cama, con sus pies descalzos apenas haciendo ruido sobre el mármol azabache mientras se dirigía hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con la figura de Yaroslav, quien sostenía una elegante caja de terciopelo n£gro entre sus manos tatuadas. ―Señorita Sally, esto lo manda el señor, Absalón para que lo use con el vestido. Es un accesorio para la boda y después se lo tiene que devolver―explicó con su voz ronca pero respetuosa. Saleema tomó aquella caja mirándola con curiosidad. ―Oh, está bien, muchas gracias. ―De nada. La señora, Irina vendrá a maquillarla y a ayudarla a las ocho de la noche―informó Yaroslav con precisión militar―. Si lo desea puede salir de la habitación y pasear por los jardines para que tome aire fresco. No ha sal

