Ella se quedó mirando fijamente su reflejo, como quien busca respuestas en un pozo sin fondo. Las lágrimas habían cesado, dejando surcos salados en sus mejillas. Su mente giraba en un torbellino de confusión, intentando comprender por qué ese hombre la atormentaba tanto y por qué el destino, con su cruel ironía, había permitido que fuera él quien le arrebatara su primer beso. ―De tantos hombres, fue él. Que mala suerte me da siempre ese imbécil ―su voz se elevó hasta convertirse en un grito desgarrador― ¡Aaaah, maldito, como te odio! Ahora... creo que más que nunca debo casarme con alguien para que me deje en paz ―sus pies golpearon el suelo en un arrebato de frustración infantil― ¡Lo odio, me robó mi primer beso y de la manera más... más... más horrible! Una sensación extraña se arremol

