Elsa Mark prácticamente se había postrado en el suelo de la limusina para disculparse conmigo. Estaba de rodillas en la limusina, justo delante de mí. Sentí muchísima empatía por él. Tenía razón. Entendía cada punto que planteaba: cómo el concepto de mil millones de dólares o ser el director ejecutivo del imperio internacional en rápido crecimiento del que era dueño casi todo intimidaría a una mujer o despertaría tal codicia y ansia de poder que dejaría de ser una persona adorable. ¡Caramba!, me intimidaba totalmente, y quizá eso formaba parte de mi ira: ira conmigo misma por no poder afrontar esa realidad. Esos hechos también podrían hacer que una chica como yo corriera en la dirección opuesta. Yo había corrido, pero ese no había sido el impulso inicial: había sido el fracaso de Mark de

