Sentí su cuerpo ceder bajo el mío. Mi v***a encontró su camino con una precisión que casi me aterrorizó por lo inevitable. Buscó y encontró ese sitio del que había salido, como si perteneciera allí desde siempre. Entré en ella suavemente al principio; mamá estaba tan mojada que la penetración fue como deslizarse en un sueño húmedo y prohibido. El comienzo fue lento, medido. Sus ojos buscaron los míos, una conexión que no esperaba mientras la llenaba. Me sorprendió encontrarme a mí mismo mirando dentro de ese torbellino de emociones—ira, deseo, incredulidad—que aún no se apagaban del todo. Pero entonces aceleré el ritmo, embistiéndola con fuerza y brío. La cama rechinaba bajo nosotros. Mamá jadeó, sus pechos se movieron al compás frenético de mis embestidas. La sujeté de las muñecas, inmo

